jueves, 18 de febrero de 2010

La mortificación cristiana, II.

También es necesaria la ascesis de la vista. Una cosa es ver y otra es mirar. En nuestra época existe toda una industria, por cierto muy lucrativa, basada en proporcionar imágenes profundamente nocivas. Eso, y no otra cosa, es la pornografía en todas sus formas. Un cristiano no puede pactar con ellas, ni siquiera por curiosidad, y menos aún por aparentar posturas “liberales” o “adultas”. Es preciso recordar la secuela de males morales que le acarreó al rey David el haber fijado su mirada en una mujer provocativa: el adulterio, la mentira, la traición, el asesinato, el endurecimiento del corazón. Hay motivos para cuidar la vista y apartarla de lo que induce al mal. “Yo os digo”, son palabras de Jesús, “que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 28).
No deja de ser importante la ascesis del oído. Rehusar la curiosidad malsana, no buscar noticias y comentarios inconducentes, rechazar las conversaciones en que queda mal puesta, y sin necesidad alguna, la fama del prójimo, todo eso es ascesis del oído.
Evitar excesos en la comida y en la bebida, e incluso privarse a veces de lo que no sería excesivo, es lo que corresponde a la mortificación del paladar.
¿Y qué diremos del tacto? Sobre todo los jóvenes y quienes están en camino del matrimonio, deben saber renunciar a ciertas caricias que casi siempre despiertan bajas pasiones y enturbian la pureza del amor cristiano.
A los casados, San Pablo les recomienda moderación en el uso de la intimidad conyugal, e incluso la renuncia temporal a ella, de común acuerdo, a fin de tener más libertad de espíritu para entregarse a la oración (ver Cor 7, 1-6). ¿Se acoge hoy día esta enseñanza del apóstol? Ella no es novedad para quien ha leído atentamente el Evangelio, y ha visto las exigencias de castidad que hace Jesucristo. En tiempos no tan lejanos, al final de la misa de bodas, el sacerdote leía a los novios una exhortación del Ritual para que, una vez casados, se abstuvieran de la intimidad en los días penitenciales y en las vigilias de las grandes fiestas, y para que usaran de ella con más moderación durante el santo tiempo de Cuaresma. ¿Han perdido vigencias estas recomendaciones?
¿No seremos capaces de asumir con amor algunos de estos pequeños “castigos”, como diría San Pablo, en beneficio tanto de nuestra propia lucha espiritual como para provecho de nuestros hermanos? ¿O es que estamos también nosotros influenciados por el ambiente no-cristiano que considera que la cruz es una locura?
Pareciera necesario reexaminar nuestras convicciones personales acerca de la ascesis y de la penitencia cristiana. Es un tema que no debiera faltar en la predicación, en las jornadas de formación, en los retiros, en la cuenta de la vida espiritual y en la formación religiosa de los niños y de los jóvenes. Si este aspecto de la vida cristiana falta, quiere decir que hay un vacío importante y muy perjudicial.
El canon 1250 del Código de Derecho Canónico establece que: “En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales, todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma”.
Fuente: Cardenal Jorge Medina Estévez: A la luz de la fe. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile. 1990.

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