domingo, 9 de septiembre de 2012

XV Domingo después de Pentecostés.


Con este Domingo suele coincidir en los maitines la lectura del libro sagrado de Job de aquel venerable patriarca, piadoso y rico, de la tierra de Idumea, a quien Satanás quiso tentar, con ánimo dañado de ver si realmente servía a Dios con desinterés, o bien porque le había colmado de honores y de hacienda.
Satanás, que nunca está ocioso y tiene ordenadas todas sus huestes para tentar a los pobres mortales, se presenta a Dios cierto día y le pide permiso para tentar a Job y privarle de sus riquezas, de la consideración y fama que tenía y de su misma salud corporal, y así sucedió.
En poco tiempo, Job lo fué perdiendo todo, y vióse precisado a limpiarse sus purulentas llagas, desnudo sobre un inmundo basurero.
La tentación vendrá también para nosotros, pues el ángel de Satanás azotó al mismo S. Pablo. 
Pero en medio de todo saldremos triunfadores por la esperanza  firme que tenemos en la poderosa ayuda de Aquél que nos amó, de Aquél de quien el santo Job decía: “Yo bien sé que mi Redentor vive, y que en el último día he de resucitar de la tierra, y que estos mismos ojos le contemplarán. Un día también oiré la voz de Dios, el cual alargará su diestra al que es obra de sus manos.”
Pasada la prueba, en la cual fué hallado fiel  servidor, Job recibió por duplicado todo lo que antes había poseído.
Pues bien, la Iglesia, representada en Job, pide hoy a Dios que la purifique, ampare, salve y gobierne (Or.). Con el Salmista exclama: “Inclina, Señor, tus oídos y óyeme, porque soy pobre e indigente... (Int.). 
Luego con el Salmo del Ofertorio, y haciéndose eco del santo Job, dice también: “He esperado al Señor, y al fin me ha mirado y ha oído mi oración, y ha puesto en mis labios un cántico nuevo, el cántico de las almas cristianas resucitadas a la vida de la gracia. Por lo cual justo y “bueno es alabar al Señor y pregonar sus misericordias” (Of.). Él es verdaderamente un Dios grande y Rey grande sobre toda la tierra (Alel.).
La Epístola refiérese enteramente a la vida sobrenatural, que el Espíritu Santo dió a las almas en las fiestas de Pentecostés. “Si vivimos a impulsos del Espíritu Santo, obremos como movidos por Él “siendo por lo mismo humildes, mansos y caritativos con los que pecan, máxime al considerar que nosotros mismos somos flacos, y tal vez más que ellos; razón por la cual S. Felipe Neri decía todos los días al Señor: “Señor, tenedme de vuestra mano; porque si no, capaz soy de haceros traición”. Repasemos esa Epístola, porque en 
ella se encierran muchas y muy prácticas y saludabilísimas enseñanzas, análogas a las del Evangelio, que es hoy el de la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
Esa viuda representa a la santa Iglesia que llora también a tantos hijos suyos muertos, muertos a la vida de la gracia por el pecado. Pero viene el Verbo divino, viene Jesús, y adivinando sus ruegos, los resucita mediante la confesión sacramental; y para que no vuelvan a morir eternamente, deposita en sus mismos cuerpos mortales un germen, una medicina de inmortalidad que les permita resucitar en el día postrero (Com.).
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