martes, 10 de mayo de 2011

Tercer mandamiento de la Ley de Dios.

Santificar las fiestas.

Es justo y razonable dar un día al Señor, después de haber dado seis a los cuidados del mundo.

La santificación del domingo es una profesión pública de nuestra fe y un sustento para la vida de nuestras almas, a la vez que un descanso para el cuerpo, cuyas energías restaura para la conservación de la vida.

La parte positiva del precepto de santificar las fiestas, responde al fin del mismo, que es el aprovechamiento del alma. El descanso semanal nos ha sido impuesto para que nos ocupemos con más ahínco en la salvación del alma, y es sólo un medio para conseguir este fin.

La letra del precepto nos manda ocuparnos en obras santas los días de fiesta, y la Iglesia ha señalado la obra santa que debemos cumplir los días festivos, o sea la asistencia a la Misa, ordenada en el primer mandamiento de la Iglesia.

Pero el espíritu del precepto exige de nosotros que en las fiestas pensemos en Dios, aprovechándonos de la instrucción religiosa y progresando en el amor divino; conviene, pues, asistir, en cuanto sea posible, a otros oficios divinos, a la explicación del Evangelio y del catecismo, frecuentar los sacramentos y ocuparse en obras de piedad y caridad según el estado de cada uno.

No hay obligación de consagrar el día entero a los actos de religión y caridad, sino que puede emplearse lícitamente alguna parte en recreaciones honestas y cristianas.

Ejemplos bíblicos:

Observancia del sábado (Éxodo XVI, 23; XXXI, 12-17; XXXV, 1-3). Castigos impuestos en la antigua ley a los transgresores del sábado (Núm. XV, 32-56). Es lícito hacer obras buenas en el día del Señor (San Mateo XII, 1-13).

(1939).

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