martes, 3 de mayo de 2011

¡Oh Cruz que vences!

Por la Pasión de Nuestro Señor, la Cruz no es un patíbulo de ignominia, sino un trono de gloria. Resplandece la Santa Cruz, por la que el mundo recobra la salvación. ¡Oh Cruz que vences! ¡Cruz que reinas! ¡Cruz que limpias de todo pecado! Alelulia.

La fiesta tiene su origen en Jerusalén en los primeros siglos del Cristianismo. Según un antiguo testimonio, se comenzó a festejar en el aniversario del día en que se encontró la Cruz de Nuestro Señor. Su celebración se extendió con gran rapidez por Oriente y poco más tarde a la Cristiandad entera. En Roma tuvo gran solemnidad la procesión que, antes de la Misa, para venerar la Cruz, se dirigía desde Santa María la Mayor a San Juan de Letrán.

A principios del siglo VII los persas saquearon Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se apoderaron de las sagradas reliquias de la Santa Cruz, que serían recuperadas pocos años más tarde por el emperador Heraclio. Cuenta una piadosa tradición que cuando el emperador, vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar personalmente el Santo Madero hasta su primitivo lugar en el Calvario, su peso se fue haciendo más y más insoportable. Zacarías, obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar a cuestas la Santa Cruz debería despojarse de las insignias imperiales e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a ella desprendido de todo. Heraclio vistió entonces unas humildes ropas de peregrino y, descalzo, pudo llevar la Santa Cruz hasta la cima del Gólgota.

Es posible que desde niños aprendiéramos a hacer el signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, en señal externa de nuestra profesión de fe. En la Liturgia, la Iglesia utiliza el signo de la Cruz en los altares, en el culto, en los edificios sagrados. Es el árbol de riquísimos frutos, arma poderosa, que aleja todos los males y espanta a los enemigos de nuestra salvación… La Cruz –enseña un Padre de la Iglesia- “es el escudo y el trofeo contra el demonio. Es el sello para que no nos alcance el ángel exterminador, como dice la Escritura. (…).

La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad…Hoy podemos examinar en nuestra oración nuestra disposición habitual ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura, pero que, si la llevamos con amor, se convierte en fuente de purificación y de Vida, y también de alegría.

(Rvdo. P. Francisco Fernández Carvajal).

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