lunes, 8 de marzo de 2010

Reflexión: 3º Domingo de Cuaresma.

“In illo témpore: Erat Jesus ejíciens daemónium, et illud erat mutum. Et cum ejecísset daemónium, locútus est mutu et admirátae sunt turbae…” ( En aquel tiempo : estaba Jesús lanzando un demonio, el cual era mudo. Y así que hubo lanzado al demonio, habló el mudo, y se maravillaban las turbas…” (Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 11,14-28).
“La enfermedad, un mal físico normalmente sin relación con el pecado es símbolo del estado en el que se encuentra el hombre pecador; espiritualmente es ciego, sordo, paralítico… Las curaciones que hace Jesús, además del hecho concreto e histórico de la curación, son también un símbolo: representan la curación espiritual que viene a realizar en los hombres. Muchos de los gestos de Jesús para con los enfermos son como una imagen de los sacramentos.
“A propósito del pasaje del Evangelio que se lee en la Misa, comenta San Juan Crisóstomo que este hombre “no podía presentar por sí mismo su súplica, pues estaba mudo; y a los otros tampoco podía rogarle, pues el demonio había trabado su lengua, y juntamente con la lengua le tenía atada el alma”. Bien atado lo tenía el diablo.
“Cuando en la oración personal no hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos que las cure, o cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección espiritual, cuando callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la enfermedad se convierte prácticamente en incurable. El no hablar del daño que sufre el alma suele ir acompañado del no escuchar; el alma se vuelve sorda a los requerimientos de Dios, se rechazan los argumentos y razones que podrían dar luz para retornar al buen camino. Por el contrario, nos será fácil abrir con sinceridad el corazón si procuramos vivir este consejo (de San Josemaría Escrivá): “…no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que “eso” existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque El nos purifica”.
Al escuchar hoy en el Tracto de la Misa, Ad te levávi óculos meos, qui hábitas in caelis… (Levanto mis ojos a Ti, que habitas en los cielos…), formulemos el propósitos de ser dóciles a la gracia, siendo siempre muy sinceros. “Si rechazamos ese demonio mudo (…), comprobaremos que uno de los frutos inmediatos de la sinceridad es la alegría y la paz del alma. Por eso le pedimos a Dios esta virtud, para nosotros y para los demás”.

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