martes, 26 de enero de 2010

Las catequesis bautismales de San Juan Crisóstomo.

San Juan Crisóstomo, desde el comienzo de su actividad pastoral, reveló una clara y penetrante concepción del bautismo debida, ya sea a su experiencia personal, que con frecuencia subraya en las Catequesis, ya sea también a la tradición presente en la Iglesia de Antioquía.
Su estilo, sencillo y vivo, que, aun en la inmediata y constante relación con el auditorio, conserva siempre la impronta de la pura elocuencia ática, nos permite comprender sin dificultad su pensamiento.
El primer aspecto fundamental que san Juan Crisóstomo capta en el bautismo es el sentido del misterio que lo rodea y que la misma expresión “sacramento”, si se entiende en su acepción original, siempre refleja.
La terminología que indica la distinción entre fieles y catecúmenos, en la comunidad cristiana de la época, es reveladora al respecto: únicamente los fieles (pistoi) son los “iniciados” (memuemenoi), mientras los catecúmenos (kaéchoumenoi) son los “no iniciados” (amuetoi).
Y la separación entre los dos grupos que se realizaba al comienzo de la liturgia eucarística, en la cual sólo los fieles podían participar mientras que los catecúmenos eran invitados a salir, se justifica por aquella “disciplina del arcano”, profundamente enraizada en la Iglesia de Antioquía y que san Juan Crisóstomo refleja con frecuencia con la utilización de términos como “terrible”, “tremendo”, “inefable”, de los cuales desgraciadamente en los momentos actuales, se ha perdido su significado genuino.
El sentido del misterio, viene sugerido a san Juan Crisóstomo por la viva fe que tenía en la nueva realidad a la cual el catecúmeno es llamado a participar: la adhesión plena y definitiva a Cristo; y para expresarla se sirve con mucha frecuencia de la imagen humana y sugestiva del matrimonio.
La conocida cita de Efesios (5, 31-32), que constituye la base de la interpretación patrística del matrimonio, es reiterada y reelaborada originalmente por san Juan Crisóstomo con un realismo muy suyo, que es otra de las características típicas de su pensamiento.
Y este realismo es lo que le impide caer en lo genérico y abstracto, incluso en los momentos de más alta tensión y precisamente cuando uno se sentiría inducido a pensar que la teoría sobrepasa y anula la praxis en su apasionada elocuencia.
Pero a pesar de la exaltación del bautismo y de sus dones, y a pesar de sus cálidas y repetidas exhortaciones, él sabe muy bien que numerosos catecúmenos está esperando para solicitar el bautismo hasta el momento de la muerte y otro hecho, aún más descorazonador, es ¡que muchos cristianos apenas bautizados e introducidos en las reuniones litúrgicas, no dejan de asistir a las carreras de caballos y a los espectáculos del teatro!
El, sin embargo, no deja de exigir continuamente de los catecúmenos una seria preparación moral y doctrinal para merecer la recepción del bautismo y llegar a ser como “nuevos iluminados” (neophótistoi) que pueden comprender con la fe la luz resplandeciente de las nuevas verdades cristianas.
En esta visión se encuadran las diversas etapas que van marcando progresivamente la preparación de los catecúmenos: la elección de los fieles que les acogen como a hijos y que vienen a ser como “padres espirituales” para ellos (los futuros “padrinos”), garantes de la seriedad de su compromiso; los exorcistas a quienes son confiados, cubiertos únicamente con la túnica de penitentes, con los pies desnudos y las manos levantadas al cielo como los suplicantes o los prisioneros.
De: Juan Crisóstomo: Las catequesis bautismales. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, 1995.

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