sábado, 26 de abril de 2014

La semana de Pascua.

La Iglesia, ciertamente inspirándose en la antigua costumbre judía, ha prolongado la máxima fiesta cristiana por siete días. De esta semana pascual encontramos los primeros testimonios en la segunda mitad del siglo IV, pero ciertamente es muy anterior. San Agustín la califica como Ecclesiae consuetudo (costumbre de la Iglesia) tan antigua como la Cuaresma. Siendo considerada festiva como el mismísimo día de Pascua, el pueblo debía observar el reposo y asistir a los servicios litúrgicos que cada día se celebraban. Las leyes eclesiásticas y civiles tenían especial cuidado de ello. 
En la Iglesia antigua esta semana estaba destinada al perfeccionamiento espiritual y doctrinal de los neófitos, con adecuadas catequesis y la recepción diaria de la Eucaristía. Son celebres las catequesis mistagógicas de San Cirilo de Jerusalén, con los neófitos en  la semana de Pascua del 347, y las de San Ambrosio, que pronunciaba durante la misa celebrada exclusivamente para ellos, aunque él no los admitía a la Eucaristía por no considerarlos suficientemente instruidos de su significado.
 
En un primer tiempo, también en Roma, como en Milán, a Galia, la Hispania, se celebraba una especial misa pro baptizatis. Se intuye que el formulario de las misas que encontramos en el Sacramentario Gelasiano, represente el esfuerzo por unir las dos antiguas misas cotidianas para esta semana, una para los neófitos otra para los fieles. El Sacramentario Gregoriano las modificó en profundidad, destinándolas preferentemente a celebrar el misterio pascual. La observancia de la entera semana pascual decayó hacia el siglo IX, aunque muchos obispos y concilios se esforzaron en mantener en vigor la antigua disciplina, con diversos resultados según los países. Mientras San Bonifacio, en Germania, concedía que el miércoles los hombres pudieses volver al trabajo, el Decreto de Graciano del siglo XII enumera todos y cada uno de los días de esta semana como de precepto. En líneas generales, después del siglo X, se consideraron como propiamente festivos solo el lunes y el martes, manteniéndose así en la mayoría de países hasta el siglo XIX, cuando las exigencias de la vida moderna y la relajación de costumbres impelieron a su supresión. Prácticamente toda Europa conserva aún el lunes de Pascua como festivo, excepto e inexplicablemente buena parte de España. Sin embargo, litúrgicamente se conserva el tono festivo y solemne de toda la octava, que desde al menos el siglo VI, posee un formulario propio para cada día de la Octava, manteniendo incluso el título de las varias estaciones, a las que los fieles, y ahora los neófitos, eran convocados como en los días más solemnes. El Papa en persona dirigía personalmente la homilía, habiendo llegado hasta nosotros las pronunciadas en tales fechas por San Gregorio Magno. 
 
Diversos Agnus Dei
El lunes la estación era en San Pedro, junto a la tumba del Apóstol: la epístola de la misa nos trae su discurso en el día de Pentecostés, y tanto el evangelio como la antífona de comunión hace referencia a la aparición del Señor al Apóstol. Surrexit Dominus et apparuit Simoni! , aunque la narración evangélica se centra en los discípulos de Emaús. El martes la asamblea estaba convocada en San Pablo: la epístola nos reporta un discurso paulino sobre la Resurrección y la antífona de comunión nos sugiere con las incisivas palabras de San Pablo, los frutos que deben extraer del misterio pascual. Si consurrexistis cum Christo(Si habéis resucitado con Cristo…) La meta del encuentro del miércoles era San Lorenzo Extramuros, santo que ocupaba un lugar primerísimo para el pueblo romano. Y el jueves se iba a la antiguamente muy apreciado templo de los Santos Felipe y Santiago, la iglesia de los bizantinos en Roma: la epístola recuerda al bautismo administrado por San Felipe el Diácono, al eunuco de la reina etíope Candace. La estación del viernes era en el Pánteon y el sábado in albis vestibus depositis (de la deposición de las túnicas blancas) se volvía a Letran, donde los neófitos después de la última procesión al Baptisterio devolvían sus túnicas y la venda que protegía la unción crismal que habían recibido en la frente después del bautismo: la epístola es una calurosa exhortación dirigida a ellos animándoles en la perseverancia del bien. Con este sábado concluían las festividades pascuales. 
 
Recordemos que en este sábado, tenía lugar la distribución de los llamados agnusdei: los sellos, confeccionados con la mezcla de la cera del viejo cirio pascual y el nuevo crisma, bendecidos en Letrán el sábado precedente  y destinados, en sus orígenes, a los recién bautizados. Más tarde, con la desaparición de los neófitos, su bendición se trasladó a la Capilla Sixtina para el miércoles de Pascua, y realizada por el Papa en persona.

Escena del relato evangelio del domingo de la Octava
Hoy en día la semana de Pascua no concluye el sábado, si no el domingo, llamado Domingo de la Octava de Pascua. Los antiguos documentos romanos lo llaman Post albas(Después de las túnicas blancas). El apelativoin albis dado a este domingo, es tardío e impropio, y se debió al hecho de que este domingo, convertido en domingo de la Octava, fuese asimilado al resto de días de la semana. Sin embargo en los primeros siglos, el Haec dies (Este es el día) la Secuencia, el Prefacio y el Communicantes de Pascua, así como el Aleluya añadido a la fórmula de despedida Ite Missa est, no pertenecían a las particularidades litúrgicas de este día: concluían con el sábado. En la liturgia de este domingo todo habla de infancia espiritual, empezando con el introito Quasi modo geniti infantes (Como niños recién nacidos). En el siglo VII se fijo la estación en la tumba de un mártir joven de 14 años, San Pancracio, en la vía Appia donde el Papa Honorio I (625-638) había restaurado la Basílica a él consagrada. El joven mártir era considerado el patrón de los juramentos hechos sobre su tumba, y como las promesas del bautismo constituían el más sagrado de los juramentos, la Iglesia conducía a sus neófitos a reafirmar las obligaciones contraídas con Dios.
Basílica y sepulcro de San Pancracio sobre la colina del Janículo
La Iglesia romana instituyó a este propósito una fiesta para el lunes siguiente, para hacer revivir en el ánimo de los fieles, bautizados en la Pascua del año precedente, el aniversario de su iniciación a la fe. La estación pues recuerda ese empeño de la Iglesia en custodiar y sostener a sus bautizados.
 
Dom Gregori Maria 

No hay comentarios: