viernes, 17 de mayo de 2013

Tercer Misterio Glorioso: La Venida del Espíritu Santo.


“Venid, Espíritu Santo, alumbrad mi mente; venid, consumid mi corazón”.
Antes de la Ascensión, Jesús recomienda a los Apóstoles que se queden en Jerusalén, esperando la venida del Paráclito prometido.
Santas mujeres, discípulos y los Apóstoles estaban orando en el Cenáculo, bajo la dulce presidencia de María, su Reina… cuando he aquí que un viento impetuoso sacude la casa… y el Espíritu Santo baja del cielo en forma de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno de los asistentes.
Y poseídos del Espíritu, comienzan a hablar lenguas desconocidas…
PENTECOSTÉS - Jean Restout
1. ¡El Espíritu de la Luz increada!… Viene para dar testimonio de Jesús y hacer comprender su predicación, su Evangelio. Un ejemplo llamativo de ese don de luz, es el caso de Esteban protomártir. Sus enemigos enfurecidos no podían resistir al Espíritu, que hablaba por boca de Esteban.
Y he aquí también la transformación sorprendente, radical, de los Apóstoles: son hombres nuevos después de Pentecostés. Los que antes habían huido todos, son ahora héroes, todos mártires… Los ignorantes, ¡doctores!
¡Venid, pues, oh Paráclito, dadme que vea lo divino, lo sobrenatural! ¡Venid, haced que, por vuestra gracia, acepte gustoso la sublimidad razonable de los misterios!
Sed, Espíritu Santo, la única luz de nuestras tinieblas… Sed gracia y fuerza para que vivamos de lleno nuestra fe, según vuestras luces…
¡Venid, no tardéis, adorable Consolador, descended y renovad la faz de la tierra de nuestro pobre corazón!
2. Pero el Espíritu Santo es también un fuego transformante. Es el Amor subsistente que desde toda la eternidad une al Padre con el Hijo… Es la tercera persona de la Augusta Trinidad.
Si la fe es la base indispensable de la vida cristiana, el amor es su perfección y coronamiento, también indispensable.
El amor es el fin y la perfección de toda la Ley. Es la gracia por excelencia, dice San Pablo, porque sin amor todas las gracias y todas las virtudes quedarán sin valor y sin vida delante de Dios
La esencia, el foco de toda santidad es el amor, la caridad. En efecto, la santidad es Dios en nosotros… ¡y Dios es amor!
Venid, Espíritu Santo, santificador adorable, venid a encender en nosotros el fuego que sois Vos mismo; enseñadnos a amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas, y por consecuencia, a nuestro prójimo para cumplir así con toda la Ley.
¡Ah!, sois tan poco conocido, Paráclito adorable; a pesar de Pentecostés, habéis quedado un Dios desconocido y ¡ay!, por nuestra grave culpa, ausente de nuestra vida cristiana y aun piadosa.
¡Renovad, Espíritu Santo, la gran conmoción de Pentecostés; venid como huracán de fuego sobre los mejores, la porción selecta de los cristianos: que vuestra llama los abrase!
Encended, Espíritu divino, una conflagración de caridad en las comunidades religiosas, en vuestros sacerdotes… Hacedlos verdaderos santos por la llama de vuestro amor.
(Un instante de profundo recogimiento… Pidamos que la divina devoción al Espíritu Santo se encienda y se difunda, que sea un impulso irresistible, que levante hacia las alturas a los fieles y sobre todo a las almas escogidas, consagradas… Por otra parte, ofrezcamos algún homenaje práctico, por lo menos cada Domingo, al Espíritu Santo… Y que Pentecostés sea una de nuestras mayores festividades, preparada y celebrada con peculiar fervor).
3. La Iglesia nació en el Cenáculo, el día de Pentecostés. Fue la creación de gracia del Espíritu Santo, autor de toda gracia… La Iglesia debía perpetuar la enseñanza y la Redención del Salvador Jesús… El testigo adorable de Jesús y el organizador de su abra fue el Paráclito.
Desciende al Cenáculo y queda en la Iglesia con la efusión permanente de los Siete Dones que hacen cristianos fervorosos, santos, mártires, doctores de la Iglesia.
Reina del Cenáculo, María, alcanzad también para nosotros el Pentecostés de luz y de fuego que tanto necesitamos… Vos, la Inmaculada; Vos, el tabernáculo del Paráclito; Vos, su esposa toda hermosa y sin mancha, venid con vuestro Esposo adorable… ¡Oh, pedidle para nosotros la divina largueza de los Siete Dones, pues queremos ser santos y apóstoles!
¡Espíritu Santo, cread en nosotros el «querer» y el «hacer»!
¡Cuan poco meditamos ¡ay!, las maravillas obradas por el Espíritu Santo! ¿Pensamos bien acaso que María, permaneciendo Virgen intacta, fue Madre de Jesús por virtud del Espíritu Santo, según la palabra de Gabriel, el día de la Anunciación: El Espíritu Santo te cobijará con su sombra?
Y Juan Bautista, ¿no había profetizado categóricamente que si él bautizaba en agua, El que esperaban había de bautizar en el Espíritu Santo y en fuego?
¿Dónde quedó depositado el poder de las llaves y de la administración de la gracia de los Sacramentos? En el sacerdocio. Jesús sopló sobre los Apósteles diciendo: “Recibid al Espíritu Santo y el poder de remitir los pecados”.
Efectivamente, Bautismo, Penitencia, Eucaristía y los demás Sacramentos son el tesoro del poder divino y de la gracia redentora confiada al sacerdote, al obispo, al Papa, por la infusión del Espíritu Santo.
El Sumo Pontífice es la boca y el oráculo infalible del Espíritu Santo, en el ejercicio de su magisterio supremo en la Iglesia.
¡Esposa Inmaculada del Espíritu Santo, María, enseñadnos la nobleza de una inmensa gratitud por todo lo que debemos al Espíritu Santo en la Iglesia Católica!
¡Enseñadnos la grande y rara virtud de la perfecta obediencia a la Jerarquía, salvaguardia de nuestra fe!
¡Sí, Reina del Cenáculo, enseñadnos a amar con gran amor a la Santa Iglesia y a servirla en el olvido de nuestro amor propio, con abnegación, hasta el sacrificio!
     Espíritu Santo
              ¡Quebrad la resistencia,
              Enardeced la frialdad,
              Enderezad nuestros pasos desviados!

Muchas veces se ha dicho: el Espíritu Santo es, por desgracia, veinte siglos después de Pentecostés, “el Dios desconocido”.
Muchas devociones, buenas sin duda, pero secundarias, tienen primacía sobre esta primordial devoción… Y nos resentimos de las consecuencias lastimosas en nuestra vida espiritual de este desconocimiento práctico del Paráclito.
La luz escasea, y también y sobre todo el gran amor nos hace falta, porque el Paráclito no es bastante conocido ni bastante amado de los fieles.
Prometamos reaccionar… María, Reina del Cenáculo, nos ayudará dichosa a acercarnos al Paráclito.
Digamos a menudo, muy a menudo: “Venid, Espíritu Santo, dadme que vea… Venid, inflamad mí corazón con la llama de un gran amor”.
Oremos con María
En honor de la Santísima Trinidad y del misterio de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, pidamos, por el Corazón Inmaculado y Doloroso de María, una devoción muy ferviente al Espíritu Santo… Prometamos amarlo y hacerlo amar cuanto podamos.
Deshojemos la rosa de este misterio a gloria de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
Por la conversión de los pecadores, sobre todo los de la familia, recemos una piadosa Salve.
P. Mateo Crawley Bowvey, SS.CC.
Meditaciones sobre el Rosario

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