domingo, 16 de diciembre de 2012

Domingo III de Adviento.

"El Señor está cerca". He aquí el anuncio que nos hace hoy la Iglesia, he aquí por qué nos incita hoy a la alegría y por qué se viste Ella misma hoy de fiesta, con ornamentos rosados, con flores en los altares, con acordes del órgano. Está la Iglesia como impaciente por recibir al Señor, y nos contagia a nosotros de esta santa ansiedad. ¡El señor está cerca! Más aún:"Entre nosotros está Uno a quien muchos no conocen". Esta queja amarga del Bautista desgraciadamente es también hoy verdadera. ¡Un año más, la luz que esperamos pasa al lado de muchos sin iluminarlos; un año más llamará a nuestras puertas el que puede remediar nuestras necesidades. Y muchos estarán dormidos!
Las exhortaciones de San Juan Bautista conservan aún toda su importancia, pues el Salvador, que ya ha venido, debe "venir" aún para muchas almas que permanecen sumidas en la ignorancia, y nosotros mismos tenemos que recoger cada vez más perfectamente los frutos de su venida, en nuestras almas. Y el fruto primario que trae consigo la fiesta de Navidad es la realización cada vez más perfecta, de la filiación divina en nosotros, filiación divina por la gracia traducida en la santidad de vida.
Sentimos gran júbilo al acercarse las fiestas de Navidad, que nos recuerdan la venida del humilde Niño del pesebre. Por eso escribe San Pablo: "Gaudete, regocijaos en el Señor, porque el Señor está para llegar"; por eso los sacerdotes celebran hoy con ornamentos rosados; por donde se simboliza la alegría de la celestial Jerusalén, en que Jesús nos ha de introducir al fin de los tiempos.
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