domingo, 4 de noviembre de 2012

XXIII Domingo después de Pentecostés.


El tiempo después de Pentecostés es imagen de la larga peregrinación que la Iglesia recorre hasta llegar al cielo, y estos Domingos describen sus últimas etapas. Por eso precisamente se leen por ahora en el Breviario los escritos de los Profetas mayores y menores, que nos anuncian lo que ocurrirá hacia el fin del mundo.
 Cuando los caldeos hubieron deportado los judíos a Babilonia, recorrió Jeremías las ruinas de Jerusalén, pronunciando sus Lamentaciones y diciendo: “Mira, Señor, que ha caído postrada en la desolación la ciudad antes nadando en riquezas, que está asentada en la tristeza la señora de las Naciones. Llorando está día y noche, y sus lágrimas surcan sus mejillas” (Resp. 2º, Dom. 1º de nov.).
 Pero el mismo Profeta canta sobre esas ruinas el advenimiento del Mesías, el cual habrá de restaurar todas las cosas: “El Señor ha redimido a su pueblo y le ha libertado; y vendrán y saltarán de júbilo en el monte Sión y se alegrarán con los bienes del Señor” (Resp. 1º, Lun. 2º sem.). Además, Jeremías fue una figura de las más expresivas de Jesús paciente, y grande su prestigio de santidad. Uno de los cautivos de Babilonia fue el sacerdote Ezequiel. Había éste vaticinado el cautiverio de su pueblo de Israel, cuando dijo: “Ahora el fin viene sobre ti (Jerusalén), y enviaré mi furor contra ti, y te juzgaré según tus caminos, y no tendré conmiseración de ti” (1ª lec., Miérc. 2ª sem.). Ezequiel tiene páginas en extremo consoladoras, en que nos habla de la bondad divina para con el pecador, y cómo no quiere sino “que el impío salga de su mal camino, y que viva”. Entre las muchas y muy misteriosas visiones y profecías con que fue favorecido del cielo, tuvo Ezequiel una en que el Señor le mostró sobre un alto monte el Templo futuro, indicándole el culto perfecto que de su pueblo esperaba el día que Él lo volviese a plantar en las colinas eternas de Sión (1ª lec., Viern. 2ª sem.). Daniel que estuvo también cautivo en Babilonia, fue gran privado del rey Nabucodonosor, haciéndose querer y distinguiéndose por sus grandes prendas y por su apego a la santa Ley de Dios, pues, a trueque de guardarla, no temió perder la privanza regia, ni bajar al foso de los leones. Dios los amansaría; y Dios los amansó y nada le hicieron.”Varón de grandes deseos el Señor le favoreció siempre y dióle la gracia de interpretar los sueños. Él descifró el enigma del sueño de Nabucodonosor, en que vio una piedrecita rodada del monte derribar la estatua magna hecha de oro, de plata, de hierro y de barro. Esa piedrecita era figura de Cristo, el cual en la humildad de su carne mortal, derrumbó al mundo y al demonio con todo su poderío, a esos colosos de mucha apariencia y de poca consistencia representados en la estatua misteriosa (Lun. 3ª sem.). También acabó con el ídolo Dagón, o sea, que dio al traste con el demonio y con todo su imperio, anunciando de un modo certero la próxima venida de Cristo Rey, fijando el número de semanas de años que faltaban hasta su venida.
 La profecía de Oseas se lee también en estos días (4ª sem. de nov.). Oseas anunció asimismo la ruina del reino de Israel y la vocación de los gentiles a la religión verdadera, de ese pueblo antes maldito pero a quien se dirá algún día: “Vosotros sois los hijos del Dios vivo” (Noct. 1°, 4ª sem.). También afirma el santo profeta que los mismos judíos carnales al fin creerán en el único Dios verdadero, en Cristo, reconociendo al que es piedra angular, que vino a derrumbar la valla de separación que dividía al pueblo judío del gentil; pues todos, por la gracia de Cristo, podrán ser hijos de Abrahán según el espíritu, y compartir sus promesas. (S. Agustin).
  Afirma también Oseas que “los hijos de Israel se quedarán durante largos días sin rey y sin príncipe, sin sacrificio y sin altares, sin sacerdocio y sin profecías”. Y ¿quién no ve todo esto cumplido al pie de la letra? (3º Noct.. 4ª sem.).
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