domingo, 12 de agosto de 2012

XI Domingo después de Pentecostés.


La liturgia de este día nos muestra cómo la oración confiada lo puede todo ante Dios. Las grandes empresas espirituales se han llevado a feliz término gracias a la oración perseverante y confiada.
Sigue la sagrada Liturgia leyendo en estos dómingos los Libros de los Reyes, salvo si se ha llegado ya al mes de Agosto, en cuyo caso se lee la Sabiduría. En consonancia con esto podemos hoy traer a la memoria lo sucedido a Ezequías, rey de Judá. 
El rey de Asiria, Senaquerib quiso apoderarse de Jerusalém, pero el ángel del Señor, merced a la férvida oración del piadoso rey Ezequías, exterminó a 185.000 soldados asirios, y Senaquerib retrocedió a marchas forzadas, perdiendo la vida en la retirada. Ya se lo había anunciado a Ezequías el gran profeta Isaías, su apoyo y consejero fidelísimo. Así que el reino de Juda tuvo cien años más que su hermano el de Israel.
Sucedió que Ezequías cayó enfermo, y estando ya para morir, conforme se lo avisó el mismo profeta, oró al Señor con grandes instancias y así pudo aplazar la muerte 15 años. No sólo esto, sino que logró del cielo una señal que le certificara de la verdad de la promesa profética, y fue que se detuviera la sombra del sol en el cuadrante de su palacio.
Por donde se ve cómo Dios, bondadoso, se pliega a la voluntad de los que le sirven: voluntatem timéntium se fáciet, y aún a sus santos caprichos. 
Caso entre todos clásico es el milagro de la virgen santa Escolástica, hermana de San Benito.
Lo mismo que Jesús hizo y dijo al obrar aquella maravillosa curación, hace y dice el sacerdote momentos antes de administrarnos el santo Bautismo, expulsando de nosotros al demonio mediante el exorcismo del Ritual, pronunciando la palabra de Jesús: “Efeta” (Abríos); abríos, oídos, para poder oír la palabra de vida eterna. También pone el sacerdote su dedo humedecido en saliva sobre los oídos y narices del catecúmeno, imitando en esto a Jesús, mientras pronuncia aquella enérgica palabra, y luego le da a gustar un poquito de sal, la sal de la sabiduría, para que el neófito pueda saborear la celestial sabiduría, que está escondida en la religión cristiana, aunque a los ojos carnales pudiera parecer una locura, como les parece una locura y desatino el misterio de la cruz.
Nota además San Gregorio “que si Cristo levantó los ojos y suspiró, no fue porque necesitara de todo eso, Él que daba lo mismo que pedía, si no para enseñarnos a suspirar hacia aquel Señor que reina en los cielos, a fin de que abra nuestros oídos por el don  del Espíritu Santo, y que, por la saliva de su boca – o sea por la ciencia de la palabra divina – desate nuestra lengua, capacitándola para predicar la verdad” (3º noct.).
Demos en este día nuevas gracias a Dios, nuestro Señor, el cual nos asoció mediante el bautismo a la resurrección de su Hijo benditísimo, devolviéndonos la vida perdida por el pecado, y curándonos de un modo aún más portentoso que el empleado en la curación del rey Ezequías.
Que todos aclamen a Dios (Alel.), el cual, en la abundancia de su bondad, derrama sobre nosotros sus misericordias, rebasando a todos nuestros merecimientos, y aún a nuestros mismos deseos (Or.), distribuyendo copiosamente sobre nosotros los frutos sabrosísimos del Espíritu Santo (Com.).
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