viernes, 13 de enero de 2012

Conmemoración del Bautismo del Señor.

Et testimónium perhíbuit Joánnes, dicens: Quia vidi Spíritum descendéntem quasi colúmbam de caelo, et mansit super eum (Y Juan dio testimonio diciendo: Yo he visto al Espíritu que descendía del cielo en forma de paloma, y reposó sobre Él), leemos en el Evangelio de hoy en que conmemoramos el Bautismo del Señor en el río Jordán.
Jesús se dirigió al Jordán, donde Juan bautizaba y predicaba. Allí, bajo la acción del Bautista, se había trasladado el centro de la vida religiosa nacional y florecía en toda su intensidad la esperanza en la venida del Mesías. Allí era, pues, el lugar más apropiado para empezar su apostolado, y allí fue para hacerse también bautizar. ¿Por qué quiso el Señor ser bautizado por San Juan? En primer lugar, para consagrar así toda la misión del Bautista, principalmente su bautismo como figura del bautismo cristiano, y para santificar, honrar y recompensar a Juan por su fidelidad, su celo y su gran abnegación. En segundo lugar, quería el Salvador, en aquella ocasión, revelarse ante el pueblo y ser iniciado por Dios en su vocación. En tercer lugar, se proponía darnos ejemplo de humildad, y de celo para aprovechar todos los medios de salvación, entonces ordenados por Dios, aunque El no viniese obligado a ello. Uno de estos medios de salvación era el bautismo de penitencia, y la voluntad de Dios era que todos lo recibiesen, aunque no de precepto, pero sí de consejo.
¡Es muy digno de notarse que el primer acto público de Jesús es un acto de inconcebible humildad, de aniquilamiento propio y de penitencia! Con esto se proponía el Salvador prefigurar en sí mismo el bautismo cristiano, y animar con su ejemplo a todos los hombres a que lo recibiesen. Nada obstaba a que recibiese el bautismo figurativo de Juan, porque no era más que una confesión y un medio de penitencia; y Cristo es el representante, el fundador y el modelo de la humanidad que expía y se santifica. Por esto se hizo bautizar, invitando así a todos a recibir el bautismo.
Al salir Jesús del agua del Jordán, aparecieron sobre El signos visibles celestiales. El cielo se abrió inundando el espacio con su gloria, el Espíritu Santo bajó visiblemente sobre El en figura de una blanca paloma deslumbrante y resonó una potente voz: “Este es mi Hijo muy amado, en él tengo mis complacencias”. La significación de este signo fue ante todo una revelación del Salvador, la más gloriosa y solemne de cuantas hasta ahora habían tenido lugar, pues la Santísima Trinidad misma es la que da testimonio, el más claro, el más glorioso y el más público posible, de la Divinidad del Salvador. Aquella aparición fue una recompensa al Salvador por su humildad, por su obscuridad, por su obediencia y por su sumisión en el bautismo. Estos signos celestiales, son, por así decirlo, la ejecutoria de Jesús para su apostolado público, como profeta, como sacerdote y como rey, y el comienzo oficial de su misión. Finalmente, el bautismo de Cristo además de dar lugar a una revelación de la divinidad de éste, es la revelación y el fundamento del sacramento del bautismo, y sobre todo de su necesidad. Desde ahora el bautismo será usado como medio indispensable de salvación. Lo que visiblemente tuvo lugar en el bautismo del Salvador, esto mismo sucede invisiblemente en todo bautismo cristiano.
Es, pues, el bautismo del Señor un alto y trascendental misterio. Es la solemne revelación de la Divinidad de Cristo en medio de su humildad y anonadamiento. Es el punto culminante del apostolado de Juan, y la figura del bautismo de la Iglesia y de todo el género humano. Por esto dicen los Santos Padres que Cristo, en su bautismo en el Jordán, sumergió y sacó consigo, de las aguas, el universo todo.

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