viernes, 17 de abril de 2009

Viernes de Pascua.

“Et accédens Jesus locútus est eis, dicens: Data est mihi omnis potéstas in caelo et in terra. Eúntes ergo dócete omnes gentes: baptizántes oes in nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti: docéntes eos serváre ómnia quaecúmque mandávi bobis. Et ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus usque consummatiónem saéculi” (“Entonces, Jesús, acercándose, les habló diciendo: Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra; id, pues, y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado. Y sabed que Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthaeum 28, 16-20.
“La Resurrección del Señor es una llamada al apostolado hasta el fin de los tiempos. Cada una de las apariciones concluye con un mandato apostólico. A María Magdalena le dice Jesús: …ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a las demás mujeres: Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán. Los mismos discípulos de Emaús sienten la necesidad, aquella misma noche, de comunicar a los demás que Cristo vive. En el Evangelio de hoy, San Mateo recoge el gran mandato apostólico, que seguirá vigente siempre.
“Desde entonces, los apóstoles comienzan a dar testimonio de lo que han visto y oído, y a predicar en nombre de Jesús la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Lo que predican y atestiguan no son especulaciones, sino hechos salvíficos de los que ellos han sido testigos. Cuando por la muerte de Judas es necesario completar el número de doce Apóstoles, se exige como condición que sea testigo de la Resurrección.
“En aquellos Once está representada toda la Iglesia. En ellos, todos los cristianos de todos los tiempos recibimos el gozoso mandato de comunicar a quienes encontramos en nuestro caminar que Cristo vive, que en El ha sido vencido el pecado y la muerte, que nos llama a compartir una vida divina, que todos nuestros males tienen solución… El mismo Cristo nos ha dado este derecho y este deber. (…) Nadie nos debe impedir el ejercicio de este derecho, el cumplimiento de este deber.
“Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído, dijeron Pedro y Juan ante los sumos sacerdotes y los letrados. Tampoco nosotros podemos callar. Es mucha la ignorancia a nuestro alrededor, es mucho el error, son incontables los que andan por la vida perdidos y desconcertados porque no conocen a Cristo. La fe y la doctrina que hemos recibido debemos comunicarla a muchos a través del trato diario. “No se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa; brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
“Y, al final, de su paso por la tierra manda: “euntes dócete” –id y enseñad. Quiere que su luz brille en la conducta y en las palabras de sus discípulos, en las tuyas también”.
“En cuanto los apóstoles comenzaron, con valentía y audacia, a enseñar la verdad sobre Cristo, empezaron también los obstáculos, y más tarde la persecución y el martirio. Pero al poco tiempo la fe en Cristo traspasará Palestina, alcanzando Asia Menor, Grecia e Italia, llegando a hombres de toda cultura, posición social y raza.
“También nosotros debemos contar con incomprensiones, señal cierta de predilección divina y de que seguimos los pasos del Señor, pues no es el discípulo más que el Maestro. Santa María, Regína apostolórum , nos encenderá la fe, en la esperanza y en el amor de su Hijo para que colaboremos eficazmente, en nuestro propio ambientes y desde él, a recristianizar el mundo de hoy. En nuestros oídos siguen resonando las palabras del Señor: euntes dócete omnes gentes… Entonces sólo eran once hombres, ahora somos muchos más… Pidamos la fe y el amor de aquéllos”.

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