sábado, 11 de abril de 2009

La Sepultura del Cuerpo de Jesús.

“Accepérunto ergo corpus Jesu, et ligavérunt illud línteis cum aromátibus, sicut mos est Judáeis sepelíre. Erat autem in loco, ubi crucifíxus est, hortus: et in horto monuméntum novum, in quo nondum quisquam pósitus erat. Ibi ergo propter Parascéven Judáerum, quia juxta erat monuméntum, posuérunt Jesum” (“Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo fajaron con lienzos y aromas según acostumbran sepultar los judíos. Había en el lugar donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde hasta entonces ninguno había sido sepultado. Como era la víspera del sábado de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”. Pássio Dómini nostri Jesu Christi secúndum Joánnem).
“La tarde del viernes avanzaba y era necesario retirar los cuerpos; no podían quedar allí el sábado. Antes que luciera la primera estrella en el firmamento debían estar enterrados. Como era la Parasceve (el día de la preparación de la Pascua), para que no quedaran los cuerpos en la cruz, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen. Este envió unos soldados que quebraron las piernas de los ladrones, para que murieran más rápidamente. Jesús ya estaba muerto, pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza y al instante brotó sangre y agua. Este suceso, además del hecho histórico que presenció San Juan, tiene un profundo significado. San Agustín y la tradición cristiana ven brotar lo sacramentos y la misma Iglesia del costado abierto de Jesús: “Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la verdadera vida…”. La Iglesia “crece visiblemente por el poder de Dios. Su comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado”. La muerte de Cristo significó la vida sobrenatural que recibimos a través de la Iglesia.
“Esta herida, que llega al corazón y lo traspasa, es una herida de superabundancia de amor que se añade a las otras. Es una manera de expresar lo que ninguna palabra puede ya decir. María comprende y sufre, como Corredentora. Su Hijo ya no la pudo sentir, Ella sí. Y así se acaba de cumplir hasta el final la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma.
“Bajaron a Cristo de la cruz con cariño y veneración, y lo depositaron con todo cuidado en los brazos de su Madre. Aunque su Cuerpo es una pura llaga, su rostro está sereno y lleno de majestad. Miremos despacio y con piedad a Jesús, como le miraría la Virgen Santísima. No sólo nos ha rescatado del pecado y de la muerte, sino que nos ha enseñado a cumplir la voluntad de Dios por encima de todos los planes propios, a vivir desprendidos de todo, a saber perdonar cuando el que ofende ni siquiera se arrepiente, a saber disculpar a los demás, a ser apóstoles hasta el momento de la muerte, a sufrir sin quejas estériles, a querer a los hombres aunque se esté padeciendo por causa de ellos… “No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos y los salivazos, y los bofetones…, y las espinas, y el peso de la muerte…, y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo…
“Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor hasta hallar cobijo seguro en su llagado corazón”. Allí encontraremos la paz. Dice San Buenaventura, hablando de ese vivir místicamente dentro de las llagas de Cristo: “¡Oh, qué buena cosa es estar con Jesucristo crucificado! Quiero hacer en Él tres moradas: una, en los pies; otra, en las manos, y otra perpetua en su precioso costado. Aquí quiero sosegar y descansar, y dormir y orar. Aquí hablaré a su corazón y me ha de conceder todo cuanto le pidiere. ¡Oh, muy amables llagas de nuestro piadoso Redentor! (…) En ellas vivo, y de sus manjares me sustento”.
“El Cuerpo de Jesús yacía en el sepulcro. El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. No sabemos dónde estaban los apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos, sin rumbo fijo, llenos de tristeza.
“Si el domingo ya se les ve de nuevo unidos es porque el sábado, quizá la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fe, su esperanza y su amor a esta naciente Iglesia, débil y asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra Madre. Ya desde el principio fue Consoladora de los afligidos, de quienes estaban en apuros. Este sábado, en el que todos cumplieron el descanso festivo según manda la ley, no fue para Nuestra Señora un día triste: su Hijo ha dejado de sufrir. Ella aguarda serenamente el momento de la Resurrección; por eso no acompañará a las santas mujeres a embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús.
“Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección”.

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