viernes, 10 de abril de 2009

Jesús muere en la Cruz.

“Suscepérunt autem Jesum, et eduxérunt. Et bájulans sibi crucem, exívit in eum, qui dícitur Calvariae locum, hebráice autem Gólgotha: ubi cruxificérunt eum, et cum eo álios duos, hinc et hinc, medium autem Jesum. Scripsit autem et títulum Pilátus: et pósuit super crucem. Erat autem scriptum: Jesus Nazarénus, Rex Judaeórum” (“Apoderáronse, pues, de Jesús y le sacaron fuera. Y llevando El mismo a cuestas la Cruz, fue caminando al sitio llamado Calvario, y en hebreo Gólgotha, donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en medio. Escribió asimismo Pilatos un letrero y púsolo sobre la Cruz. En él estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Pássio Dómini nostri Jesu Christi, secúndum Joánnem 18, 1-40; 19, 1-42)”.
“Jesús es clavado en la Cruz. Y canta la liturgia: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza…! (Himno Crux fidelis).
“Toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeante y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado “lugar de la calavera”. Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar enseguida sobre al palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María, su Madre, contempla toda la escena.
“El Señor está firmemente clavado en la Cruz. Jesús está elevado en la Cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto bendecir, e incluso hacer milagros. No hay reproche en los ojos de Jesús, sólo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra. Dad licor a los miserables y vino a los afligidos: que bebiendo olviden su miseria y no se acuerden más de sus dolores. (Prov 31, 6-7).
“El Señor lo probó por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para apurar el cáliz del dolor. ¿Por qué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: “Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate”. No se contentó con sufrir un poco; quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza del pecado. Para que fuéramos generosos en la entrega, en la mortificación, en el servicio a los demás.
“La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.
“La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí. (Gal 2, 20) No ya por nosotros, de modo genérico, sino por mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa.
“Muy cerca de Jesús está su Madre, con otras santas mujeres. También está allí Juan, el más joven de los apóstoles… Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra: He ahí a tu Madre. (Jn 19, 27).
“Con María nuestra Madre, nos será más fácil cantar el himno litúrgico: ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more…” (Himno Stabat Mater).

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