lunes, 20 de abril de 2009

Sermón Domingo in Albis.

“El post diez octo, íterum erant discípuli ejus intus: et Thomas cum eis. Venit Jesus jánuis clausis, et stetit in médio, et dixit: Pax vobis. Deínde dicir Thomae: Infer dígitum tuum huc, et vide manus meas, et afer manum tuam, et mitte in latus meum: et noli ese incredulous, sed fidélis. Respóndit Thomas et dixit ei: Dóminus meus, et Deus meus…” (“Y al cabo de ocho días, estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos. Vino Jesús estando cerradas las puertas, y apareciéndose en medio de ellos, les dijo: La paz sea con vosotros. Y después dijo a Tomás: Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; trae tu mano, métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!...”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem 20, 19-31.
“La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios mío! Son las suyas cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso. No son tanto las pruebas como el amor el que le lleva a la adoración y a la vuelta al apostolado. La Tradición nos dice que el apóstol Tomás morirá mártir por la fe en su Señor. Gastó la vida en su servicio.
“Las dudas primeras de Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde había de creer en El. “¿Es que pensáis –comenta San Gregorio Magno- que aconteció por pura casualidad que estuviese ausente entonces aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar la aparición, y que al oír dudase, dudando palpase y papando creyese? No fue por una casualidad, sino por disposición de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (…) Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección”.
“Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como El los mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios permite para que crezcamos en otras virtudes…
“La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente de todas las cosas. Meditemos el Evangelio de la Misa de hoy. “Pongamos de nuevo los ojos en el Maestro. Quizá tú también escuches en este momento el reproche dirigido a Tomás: mete aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel; y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel grito: ¡Señor mío y Dios mío!, te reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre –con tu auxilio- voy a atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad” (S. Josephmariae).
“¡Dóminus meus, et Deus meus! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido de jaculatoria a muchos cristianos, y como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el momento de la Consagración en la Santa Misa… También pueden ayudarnos a nosotros para actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la Hostia Santa”.

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