sábado, 4 de abril de 2009

LA PASION Y LA VIRGEN MARIA.

“El Corazón de María es, después del Corazón de Jesús, el rey de todos los corazones. Dios ama a María más que a todo el paraíso, es decir, más que a todos los ángeles y los santos pasados, presentes y futuros. Desead amar a Dios como el corazón de esta Virgen sin mancilla, y para esto dirigíos en espíritu a su bellísimo corazón, y amad al soberano Bien con este corazón purísimo, con la intención de practicar todas las virtudes de que ella nos ha dado ejemplo.
“¿Cómo hablar del triunfo de la Reina del cielo y de la tierra, en su gloriosa asunción? Las riquezas de esta excelsa Reina son inmensas; es un océano de perfección, cuya profundidad sólo puede sondear Aquel que la colmó de tantas gracias.
“La gran herida de amor que recibió desde el primer instante de su inmaculada Concepción, se aumentó durante el resto de su vida, y la penetró tan profundamente, que el al fin desprendió su santísima alma de su cuerpo virginal. La muerte de amor, más dulce que la misma vida, puso fin al dolor sin medida que ella sufrió toda su vida, no solamente por la Pasión de Jesús, sino también viendo las ofensas e ingratitudes de los hombres hacia la divina Majestad. Regocijémonos en Dios del triunfo brillantísimo de María, nuestra Reina y nuestra Madre; regocijémonos al verla encumbrada sobre los coros de los ángeles y sentada a la diestra de su Hijo divino.
“Os podéis regocijar de las glorias de María en el sagrado Corazón de Jesús, y aun amarla por este divino Corazón. Regocijaos con ella; alegraos viendo que sus padecimientos han tenido fin; pedidle la gracia de vivir siempre sumergido en ese océano inmenso del amor divino, de donde ha salido este otro océano de los padecimientos de Jesucristo y de los dolores de María… Dejaos penetrar de sus penas y dolores; dejad que se aguce la lanza, la espada, el dardo, que os han de herir a fin de que la herida del amor sea más profunda; será más profunda a medida que el alma cautiva salga de su prisión.
“Quien quiera agradar a María debe humillarse y anonadarse muy profundamente, porque María fue la más humilde de todas las criaturas, y por eso ha agradado más a Dios.
“Meditad a menudo los dolores de la divina Madre, dolores inseparables de los de su Hijo muy amado. Si os dirigís al crucifijo, encontraréis en él a María; y allí donde está la Madre está también el Hijo. Unid los padecimientos de Jesucristo a los de la Santísima Virgen; sumergíos en estos padecimientos, y haced una mezcla de amor y de dolor. El amor os enseñará todo esto si permanecéis al pie de la cruz y bien concentrado en vuestra nada.
“He aquí el día de la pasión de mi santísima Madre, la Virgen de los Dolores; mi corazón se despedaza cuando considero los tormentos de María. ¡Oh tierna Madre! ¡Oh Virgen inmaculada, Reina de los mártires! Yo os ruego por los dolores que habéis padecido durante la Pasión de vuestro amado Hijo: que nos deis a todos vuestra maternal bendición: yo pongo a toda mi familia bajo el manto de vuestra protección”.
San Pablo de la Cruz, Flores de la Pasión, 1921.

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