lunes, 6 de abril de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (VI)

Sexta parte (el Nº de capítulos es interno nuestro) de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (partes anteriores aquí), y que corresponde a "LAS LECTURAS".
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Normalmente en la forma extraordinaria se hacen dos lecturas: la epístola y el Evangelio. Sin embargo hay algunas Misas que contienen lecturas más numerosas: las Misas de Témporas o la Misa de la Vigilia Pascual.
En la actualidad suele pensarse que ésta parte de la misa tiene un valor y un sentido exclusivamente didáctico. Sin embargo, en cuanto forma parte de la acción litúrgica, la proclamación de las lecturas tiene también una innegable dimensión cultural. Esta dimensión se resalta en la forma extraordinaria por medio de tres elementos: el canto de las lecturas, los ministros encargados de hacerla y las ceremonias que la acompañan.

El canto de las lecciones.
En el rito romano existe, desde los tiempos más remotos, el uso de cantar las lecturas de la misa.
El texto sagrado no es objeto de una simple lectura dirigida a los fieles sino que, envuelto en melodía, se eleva también como plegaria ofrecida a Dios. Ambas dimensiones (didáctica y cultural) han de encontrarse presentes en la proclamación de las lecturas, so pena de desvirtuar su sentido litúrgico.
Las melodías más antiguas eran muy sobrias, prescindiendo de toda modulación de voz. Es el llamado tonos rectus llamado también tonos ferialis porque es el que se ha conservado para los días de feria y de penitencia, y que, con excepción de las preguntas, no admite cambio de tono.

Los ministros encargados de las lecturas.
Que la proclamación de las lecturas durante la misa no tiene una finalidad puramente utilitarista, como medio de enseñanza religiosa, se pone también de manifiesto en que su ejecución ha sido confiada, desde el principio, a un clérigo determinado.
En los primeros siglos la lectura de la epístola era una función encomendada al lector. La forma extraordinaria del rito romano aún conserva éste uso en la misa cantada. Posteriormente (durante los siglos VII-VIII) el canto de la epístola fue encomendado al subdiácono, lo cual sigue siendo la norma para la misa solemne según el misal de Juan XXIII.
Las cuatro órdenes menores y el subdiaconado forman parte de las instituciones más antiguas de la iglesia romana. En una carta fechada en el año 251 el papa san Cornelio enumera todos éstos grados del orden sacerdotal:
“…Y no podía ignorar (Novaciano) que en Roma hay cuarenta y seis presbíteros, siete diáconos, siete subdiáconos, cuarenta y dos acólitos, cincuenta y dos entre exorcistas, lectores y ostiarios”.
San Cornelio enumera los siete grados del orden no cómo una innovación sino cómo algo ya conocido por todos en el momento en que escribe, es decir siglo III (9).
El canto del evangelio en la misa solemne corresponde al diácono, según una práctica ya atestada por las Constituciones apostólicas (10) (año 380). La preeminencia del evangelio queda así subrayada por el hecho que su canto se reserva al ministro sagrado más cualificado después del celebrante.

Las ceremonias que acompañan las lecturas.
Como en el resto de la misa, también la recitación de las lecturas va acompañada de ritos y ceremonias que indican que se trata de una función sacra y cultural. Aunque no podemos aquí comentarlas todas, señalaremos sólo algunas de ellas:
Las ceremonias que acompañan el canto de la epístola son más simples que para el evangelio. El subdiácono va solo, el canto no es precedido de ninguna petición de bendición ni saludo a los fieles, el libro no es incensado ni acompañado de ciriales, etc. Solamente una vez terminado el canto, el subdiácono va a besar la mano del celebrante y recibe su bendición.
En contraste con esta relativa sobriedad el canto del evangelio ha revestido, desde muy antiguo, una mayor solemnidad. El evangeliario es llevado por el subdiácono en una pequeña procesión, rodeado de ciriales encendidos, acompañado del turiferario, etc. Antes de cantar el texto el diácono inciensa el libro. Durante el canto del evangelio, todos (incluso el celebrante) se vuelven hacia el lugar donde está siendo cantado. Una vez terminado el canto, el subdiácono lleva el libro al celebrante para que lo bese.
En la misa rezada todas éstas ceremonias son reducidas y adaptadas a una celebración sin canto y sin ministros sagrados. Tras la lectura de la epístola (y de las piezas intermedias: Gradual, Aleluya) por el celebrante se traslada el misal en una “miniprocesión” al otro extremo del altar, que recibe por ello el nombre de “lado del evangelio”.
No tenemos aquí tiempo suficiente para explicar los motivos históricos ni para exponer las interpretaciones alegóricas y simbólicas que justifican el lugar desde donde se recitan cada una de las lecturas. Digamos solamente que en la forma extraordinaria del rito romano el centro del altar (donde se encuentra el ara o piedra consagrada) queda reservado a la parte estrictamente sacrificial de la misa (desde el ofertorio a la comunión). En cambio durante los ritos preparativos y conclusivos el celebrante suele ocupar los extremos del altar. Es una manera de poner de relieve, a través del lenguaje de los símbolos, la diferente naturaleza de las partes de la misa.
(9) A pesar de su venerable antigüedad las ordenes menores de acólito, exorcista, lector y ostiario, así como el orden mayor de subdiácono fueron suprimidos de la disciplina común por el papa Pablo VI quien las reemplazó por los llamados « ministerios laicales » de lector y acólito (Pablo VI, m.p. Ministeria quaedam, 15-8-1972)
(10) Const. Apost. Libro II, 17
Próximo capítulo: "MISA DE LOS FIELES"
Fuente: Una Voce Sevilla.

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