martes, 7 de abril de 2009

Sacrificio escondido y silencioso.

"Os mencionaba también la necesidad de pedir perdón por los pecados de los demás. Para esto no es preciso llevar a cabo tareas grandes. Eso ya lo ha hecho Nuestro Señor, muriendo en la Cruz por nosotros. Pero Él desea que unamos a su Sacrificio redentor las pequeñas mortificaciones y penitencias que la misma existencia trae consigo: las molestias de una enfermedad, las incomprensiones por parte de otros, las dificultades del trabajo, el fracaso de un plan que nos habíamos trazado con gran ilusión... Para aceptar con buen humor las contrariedades de este tipo, que constituyen materia de nuestra santificación personal, conviene que —especialmente durante estas semanas— añadamos con generosidad pequeñas mortificaciones en la comida, en la bebida, en la comodidad, en los momentos de descanso o distracción, que nos unan más a la Cruz de Jesucristo y nos vayan preparando para obtener mucho fruto de la Pascua.Recientemente, Benedicto XVI ha recordado a todos la perenne validez de este modo de comportarse. Escribe en su encíclica sobre la esperanza: la idea de poder "ofrecer" las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. Y añade el Papa, lamentándose del olvido en que parecen haber caído esas muestras de amor a Dios, que las almas piadosas, mediante el ofrecimiento de las contrariedades de la jornada, estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de com-pasión que necesita el género humano. Y concluye: quizá debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros. Es una pregunta que os traslado, para que la consideréis cada uno de vosotros, redescubriendo el valor del sacrificio escondido y silencioso, y para que la hagáis resonar al oído de las personas con las que coincidís.Y seguid rezando por el Papa y por sus intenciones, entre las que ocupa un lugar importante la deseada unión de todos los cristianos, comenzando por una unidad más honda y sobrenatural entre los católicos.También deseo que encomendemos diariamente a las personas enfermas: el Señor nos concede con abundancia el tesoro de poder atender a tantas y a tantos que sufren. Me interesa que, así como el Señor iba tras los dolientes para sanarlos y consolarlos, así vayamos todas y todos a enriquecernos con esta caridad, auténtico cariño, atendiendo a quienes lo necesiten".
Fuente: Carta de Mons. Javier Echevarría. (2008).

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