miércoles, 22 de abril de 2009

Coherederos con Cristo, II.

“En el Evangelio se lee que el mismo Cristo asemeja el reino de los cielos a un banquete que Dios ha preparado para honrar a su Hijo: “El mismo se ceñirá el vestido y se pondrá a servirnos sentados a su mesa”. ¿Qué quiere decir esto, sino que Dios mismo ha de ser nuestro gozo? “¡Oh, Señor!, exclama el salmista, embriagáis a vuestros escogidos con la abundancia de vuestra casa, y les dais a beber del torrente de vuestras delicias, porque en Vos está la fuente misma de la vida”: Quoniam apud te est fons vitae. Dios dice al alma que le busca: “Yo mismo seré tu recompensa, y muy cumplida”: Ego ero merces tua magna nimis. Como si dijera: “Te amé con amor tan grande, que no he querido darte una felicidad, una dicha natural; he querido meterte dentro de mi propia casa, adoptarte por hijo, para que formes parte de mi bienaventuranza. Quiero que mi vida sea tu misma vida, que mi felicidad sea tu felicidad. En la tierra te he dado a mi Hijo; siendo mortal en cuanto hombre, se entregó para merecerte la gracia de que fueses y perdurases hijo mío: se dio a ti en la Eucaristía bajo los velos de la fe; y ahora Yo mismo, en la gloria, me doy a ti para hacerte participante de mi vida, para ser tu bienaventuranza sin fin”. Seipsum dabit quia seipsum dedit; seipsum dabit inmortalibus inmortalem, quia seipsum dedid mortalibus mortalem.
“Aquí la gracia, allí la gloria; pero el mismo Dios es quien nos la da; y la gloria no es más que la expansión de la gracia; es la adopción divina, velada e imperfecta en la tierra, sin velos y realizada en el cielo.
“Por eso el salmista suspiraba tanto por esa posesión de Dios: “Como el ciervo ansía las fuentes de las aguas, así mi alma suspira por Ti, oh Dios mío”; “Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo”: Sitivit anima mea ad Deum vivum; “Pues no me veré saciado, sino cuando se me descubran las delicias de tu gloria”: Satiabor cum apparuevit gloria tuam.
“Así también, cuando Cristo habla de esa bienaventuranza, enséñanos que Dios hace entrar al siervo fiel “en el gozo de su Señor”. Ese gozo es el gozo de Dios mismo, el gozo que Dios posee conociendo sus infinitas perfecciones, la felicidad de que disfruta en el inefable consorcio de las tres divinas personas; el sosiego y bienestar infinito en que Dios vive: “Su gozo será nuestro gozo”: Ut habeant gaudium meum impletum in semetipsis; su felicidad nuestra felicidad y su descanso nuestro descanso; su vida nuestra vida; vida perfecta, en la que nuestras facultades se verán plenamente saciadas.
“Allí hallaremos “esa participación entera de bien inmutable, como acertadamente le llama San Agustín: Plena participatio incommutabilis boni. Allí es, en verdad, donde Dios nos ha amado. ¡Oh, si supiésemos lo que Dios reserva para los que le aman…
"Y porque esa bienaventuranza y esa vida son las de Dios mismo, serán eternas también para nosotros. No tendrán término ni fin. “Ni habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni dolor, sino que Dios enjugará las lágrimas de los ojos de aquellos que entren en su gloria”. No habrá ya pecado, ni muerte, ni miedo de muerte; nadie nos quitará ese gozo; estaremos para siempre con el Señor: Semper cum Domino erimus. Donde El está, estaremos nosotros.
“Oíd con qué palabras llenas de fortaleza nos da Cristo esta certidumbre: “Yo doy a mis ovejas la vida eterna, y no se perderán jamás, y ninguna las arrebatará de mis manos. Pues mi Padre, que me las dio, todo lo sobrepuja, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre; mi Padre y yo somos una misma cosa”. ¡Qué seguridad nos da Cristo Jesús! Estaremos siempre con El, sin que nada pueda jamás separarnos; y en El gozaremos de una alegría infinita que nadie nos podrá quitar, porque es la alegría misma de Dios y de Cristo su Hijo”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

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