jueves, 31 de octubre de 2013

CÓMO RECOMPENSARÁ EL SEÑOR A LOS DEVOTOS DE LAS BENDITAS ÁNIMAS.

PUNTO PRIMERO
Supongamos, cristiano piadoso, que movido por estas meditaciones, haces una sincera y dolorosa confesión, y ganando la indulgencia plenaria de este santo Novenario, sacas un Alma de la horrenda prisión del Purgatorio. ¡Ah! ¡y qué grande será tu dicha! Si perseveras, ¡qué galardón tan grande recibirás en el cielo! Si los reyes de la tierra, siendo miserables mortales, recompensan con tanta munificencia al que libra a uno de sus vasallos de un gran peligro, o expone su vida sirviendo generosamente a los apestados, ¿cómo pensáis vosotros que premiará el Señor al que libre a una o más Almas de las abrasadoras llamas del Purgatorio? Decid, padres y madres: si aquel hijo, que es la niña de vuestros ojos, cayese en un río o en el fuego y un hombre generoso os le sacara y presentara vivo, ¿cómo se lo agradeceríais? Si vosotros fueseis ricos y potentados, y él pobre, ¿cómo le premiaríais? Ahora bien: ¿qué tiene que ver el cariño del padre más amoroso con el amor que Dios profesa a aquellas Almas, que son sus hijas y esposas muy amadas? ¿Qué son todos los peligros y males de este mundo, comparados con las espantosas penas del Purgatorio? ¿Y qué comparación hay entre el poder y la generosidad de un miserable mortal y el poder y la generosidad infinita de Dios, que promete un inmenso premio de gloria por la visita hecha a un preso, a un enfermo, o por un vaso de agua a un pobre por su amor? ¡Ah, cristiano! no dudo decir que miro como asegurada tu salvación si logras sacar a una sola Alma del Purgatorio. ¿Y no harás lo posible para lograrlo?
Medita un poco sobre lo dicho.
PUNTO SEGUNDO
No pienses, alma cristiana, que ésta es una reflexión piadosa; es una promesa formal de Jesucristo, verdad eterna, que no puede faltar a su palabra. ¿No nos dice en el sagrado Evangelio: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”? Fundado en estas palabras infalibles, hasta ahora, dice el Padre San Gregorio: “Yo no sé que se haya condenado ninguno que haya usado de misericordia con el prójimo”. ¡Ah! Dios quiere mucho a las Almas; todo cuanto se hace por ellas lo mira, agradece y premia como si a Él mismo se le hiciera: “En verdad os digo que todo cuanto habéis hecho con uno de esos pequeños hermanos míos, lo habéis hecho conmigo”. ¡Ah! dichosos cristianos; si socorréis a las pobres Ánimas del Purgatorio, “venid –os dirá un día nuestro liberalísimo Juez–; venid, benditos de mi Padre celestial. Aquellas pobres Almas tenían hambre, y vosotros comulgando las habéis alimentado con el pan de vida de mi sacratísimo Cuerpo; morían de sed y oyendo o haciendo celebrar Misa les habéis dado a beber mi Sangre preciosísima; estaban desnudas, y con vuestras oraciones y sufragios las habéis vestido con una estola de inmortalidad; gemían en la más triste prisión, y con vuestros méritos e indulgencias las habéis sacado de ella. Y no es precisamente a las Ánimas a quienes habéis hecho estos favores; a Mí me los habéis hecho: Mihi fecistis: pues todo cuanto hicisteis por ellas, Yo lo miro por tan propio como si lo hubieseis hecho para Mí mismo. Por lo tanto, venid, benditos de mi Padre celestial, a recibir la corona de gloria que os está preparada en el cielo”. ¿Y no querríais, cristianos, lograr tanta dicha? Pues en vuestra mano está.
Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.
EJEMPLO
Tenía una pobre mujer napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel, encerrado por deudas. Reducida a la última miseria, presentó un memorial a un gran señor, manifestándole su infeliz estado y aflicción; pero con todas las súplicas no logró más que unas monedas. Entró desconsolada en una iglesia, y encomendándose a Dios, sintió una fuerte inspiración de hacer decir con aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y puso toda su confianza en Dios, único consuelo de los afligidos. ¡Caso extraño! Oída la Misa, se volvía a casa, cuando encontró a un venerable anciano, que llegándose a ella le dijo: “¿Qué tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?” La pobre le explicó sus trabajos y miserias. El anciano, consolándola, le entregó una carta, diciéndole que la lleve al mismo señor que le ha dado las monedas. Éste abrió la carta, y ¿cuál no fue su sorpresa cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto? “¿Quién os ha dado esta carta?” “No lo conozco –respondió la mujer–, pero era un anciano, muy parecido a aquel retrato; sólo que tenía la cara más alegre”. Leyó de nuevo la carta, y observó que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del Purgatorio al cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer. Con todas veras la encomiendo a tu piedad y agradecimiento; dale una buena paga, porque está en grave necesidad”. El caballero, después de haber leído y besado muchas veces la carta, regándola con copiosas lágrimas de ternura: “Vos –dijo a la afligida mujer–, vos, con la limosna que os hice, habéis labrado la felicidad de mi estimado padre; yo ahora haré la vuestra, la de vuestro marido y familia”. En efecto, pagó las deudas, sacó al marido de la cárcel, y tuvieron siempre, de allí en adelante, cuanto necesitaban y con mucha abundancia. Así recompensa Dios, aun en este mundo, a los devotos de las benditas Ánimas.

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