miércoles, 29 de febrero de 2012

El tiempo de Cuaresma.

El Tiempo de Cuaresma se divide en dos partes. La 1ra empieza el Miércoles de Ceniza, llamado por la liturgia “Principio de la santísima Cuaresma”, para terminar el Domingo de Pasión. La 2da comprende la “gran quincena”, que lleva el nombre de Tiempo de Pasión. Descontando los cuatro Domingos de Cuaresma y los de Pasión y Ramos, tenemos sólo 36 días de ayuno, a los cuales se han añadido los cuatro que preceden para obtener así el número exacto de 40 «que la Ley y los Profetas habían inaugurado, y que Cristo mismo consagró con su ejemplo»3.

Estaciones Cuaresmales

Todas las misas de Cuaresma tienen su Estación4. El Papa, en efecto, celebraba la misa solemne sucesivamente en las grandes basílicas, en las 25 parroquias de Roma5 y en algunos santuarios más, rodeado de su clero y su pueblo. A eso se llamaba Estación. El nombre, que aun perdura en el Misal, nos recuerda que Roma es el centro del culto cristiano, pero eso ya es sólo el rastro de una liturgia mas de doce veces secular y en otros tiempos tan solemne. La Cuaresma, con Misa estacional diaria, es uno de los tiempos litúrgicos más antiguos y más importantes del año. El Ciclo Temporal, consagrado a la contemplación de los misterios de Cristo, ejerce ahora cotidiano y directo influjo sobre los fieles, mientras que en las demás épocas del año las fiestas de entre semana son más bien fiestas de Santos. Y como quiera que toda la vida cristiana se resume en la imitación de Jesús, este Tiempo, en que el Ciclo Santoral es más reducido, ha de ser especialmente fecundo para nuestras almas.

La Iglesia ha admitido, por su excepcional importancia, la fiesta de la Anunciación (25 de Marzo), y después la de San Matías (24 de Febrero) en la liturgia cuaresmal. Y aunque, en el curso de los tiempos, háyanse añadido otras misas en honor de los Santos, sin embargo es del todo conforme al espíritu de esta época, como nos lo recordaba Pío X en su Bula “Divino afflatu”, preferir la misa ferial, no tratándose de un doble de 1ra o de 2da clase; pues durante toda la Cuaresma la misa oficial de los cabildos es de la feria (con morado), exceptuándose estas fiestas, y aun en estos mismos días (Anunciación, San José y San Matías), se celebra una misa de la feria en las catedrales y colegiatas, para no interrumpir por nada la preparación pascual.

Con el fin de inculcar el espíritu de penitencia, la Iglesia no sólo suprime el Gloria y el Aleluya y reviste a sus sacerdotes de ornamentos morados durante esta santa Cuarentena, sino que manda dejar al diácono su dalmática y al subdiácono su túnica, símbolos entrambos de alegría, e impone silencio al órgano. Después de la Poscomunión se dice una Oración sobre el pueblo, precedida de este aviso: «Humillad vuestras cabezas delante de Dios».

La sociedad cristiana suspendía antiguamente durante este tiempo los tribunales de justicia y las guerras, declarándose la Tregua de Dios. Era también un tiempo prohibido para las bodas, y aun hoy día prohíbe la Iglesia dar en Cuaresma la bendición solemne a los esposos.

Fuente: Misal Diario - Dom. Gaspar Lefebvre, O.S.B.

1. El espíritu y hasta la ceremonia de estos dos sacramentos de muertos se encuentran en la liturgia del Tiempo de Cuaresma; ellos son término y resumen de esta época purgativa, en el cual morimos con Jesús al pecado.
2. El que no puede ayunar, debe dar más limosna a los pobres, para de este modo redimirse de los pecados, de que no se puede curar con el ayuno. Sermón de Cuaresma de San Cesáreo de Arlés (542).
3. Himno de Maitines.
4. Los Oblatos Benedictinos, los Terciarios Franciscanos, Dominicos y los miembros de otras asociaciones pueden ganar las indulgencias estacionales si asisten a la santa misa, aun estando fuera de Roma.
5. Estas parroquias, que existían ya en el siglo V, se llamaban “Títulos”, y los curas de Roma que las servían el nombre de Cardenales (incardinati), que quiere decir ligados a estas Iglesias. He ahí por qué aun hoy día todos los Cardenales son titulares de cada uno de estos santuarios.

martes, 28 de febrero de 2012

Vigencia de los libros litúrgicos del rito romano clásico.

Dice el motu proprio Summorum Pontificum:

Art. 1. El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la "Lex orandi" ("Ley de la oración"), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante el Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma "Lex orandi" y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la "Lex orandi" de la Iglesia no llevarán de forma alguna a una división de la "Lex credendi" ("Ley de la fe") de la Iglesia; son, de hecho, dos usos del único rito romano.
Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia.

Art. 9. §1. El párroco, tras haber considerado todo atentamente, puede conceder la licencia para usar el ritual precedente en la administración de los sacramentos del Bautismo, del Matrimonio, de la Penitencia y de la Unción de Enfermos, si lo requiere el bien de las almas.
§2. A los ordinarios se concede la facultad de celebrar el sacramento de la Confirmación usando el precedente Pontifical Romano, siempre que lo requiera el bien de las almas.
§3. A los clérigos constituidos
"in sacris" es lícito usar el Breviario Romano promulgado por el Beato Juan XXIII en 1962.

Partamos del principio que la liturgia es un todo coherente y que no puede admitirse la vigencia de un determinado libro litúrgico sin admitir al mismo tiempo la de los demás. Tradicionalmente, la plegaria y el sacrificio han ido siempre de consuno. El oficio divino y la misa han sido y deben ser concordantes entres sí. De hecho, históricamente, toda reforma de las rúbricas del Breviario ha comportado también la reforma simultánea de las del Misal. Ambos libros comparten un mismo calendario litúrgico, con idénticos ciclos: el temporal y el santoral. Sería incongruente celebrar la misa romana clásica y rezar la moderna Liturgia de las Horas (de modo semejante a como sería celebrar la misa en rito siro-malabar y rezar el breviario ambrosiano). Cuando San Pío V emprendió la reforma tridentina de la liturgia romana se apresuró a publicar el Breviario (1568) y casi inmediatamente el Misal (1570), consciente de la ligazón especial de ambos libros.

¿Y en cuanto a los demás? El Ritual y el Pontifical contienen las fórmulas según las cuales se deben administrar los sacramentos y sacramentales respectivamente por los simples presbíteros y por los obispos. Como estas ceremonias no dependen de un calendario o ciclo litúrgico, no están en directa concordancia con el Breviario, pero sí están en relación con el Misal toda vez que algunos sacramentos (Confirmación, Eucaristía, Orden sagrado y Matrimonio) se administran normalmente dentro de la celebración de la Misa. El Ceremonial de los Obispos, que indica la disposición de las personas, lugares y cosas sagradas para la celebración de la misa y de los sacramentos y el canto solemne del oficio, es un libro subsidiario tanto del Misal y del Pontifical, como del Breviario. El Memorial de Ritos, como compendio de las principales ceremonias del año litúrgico para su celebración de modo solemnizado en las iglesias con poco clero, también depende, pues, del Misal, así como del Ritual.

El Martirologio es un complemento del Breviario para el rezo conventual de la hora de Prima y concuerda necesariamente con el Calendario. En cuanto al Epistolario, el Evangeliario y el Canon episcopal, siendo como son libros usados en la celebración solemne y la pontifical de la misa, obviamente siguen el Misal. Respecto a los libros musicales, dígase lo mismo: siguen el Misal y el Breviario en cuanto que sirven para la celebración cantada de la misa (Kirial y Gradual) y el oficio divino (Antifonal). Estos últimos libros se hallan compendiados en el Liber Usualis, editado por los benedictinos de Solesmes.

Sacra Liturgia est opus Dei

Vemos, pues, que no es indiferente el uso o no de los libros litúrgicos del rito romano clásico y en este sentido creemos que debe entenderse cuanto dice el Santo Padre Benedicto XVI sobre su uso en el motu proprio Summorum Pontificum. La práctica reciente, además, avala esta interpretación, ya que, aunque en el documento pontificio no se menciona la ordenación de ministros sagrados, el hecho es que el Pontifical Romano clásico es usado para conferir órdenes mayores y menores sin ningún problema a miembros de institutos clericales que tiene como propia la liturgia romana clásica. Nada impide que los mismos obispos que efectúan estas ordenaciones decidan utilizar el Pontifical para sus propios diocesanos, especialmente si prevé que algunos de ellos querrán celebrar la misa tradicional o servir a una parroquia personal de rito romano extraordinario.

La expresión de la lex credendi por la lex orandi, por otro lado, debería ser homogénea. Aunque las dos formas del rito romano manifiestan la misma fe y no son contradictorias entre sí (como son contradictorias con ningún otro rito católico), es claro que se trata de cosas diversas por su génesis y por su espíritu. Cada una de dichas formas es una aproximación determinada de la lex credendi, con su dinámica, su sensibilidad y su carácter propios. Desgajar uno de los elementos de la totalidad de la forma del rito para insertarla en un contexto que no es propiamente el suyo, haría de él una anomalía. Por eso, la Iglesia sabiamente ha insistido siempre en seguir toda la liturgia en el rito en el que uno ha sido bautizado (aunque todos los demás sean válidos y legítimos).

Repasemos, para concluir, la relación de los distintos libros litúrgicos del rito romano clásico por el orden cronológico de su primera edición típica (editio princeps):



Breviarium Romanum (Breviario). Mandado publicar por San Pío V mediante la bula Quod a nobis de 9 de junio de 1568. Fue reformado profundamente por San Pío X en virtud de su bulaDivino afflatu de 1º de noviembre de 1911, que revalorizó el oficio dominical y temporal –casi completamente desplazado por el santoral en el curso de los siglos– y redujo el número de salmos en ciertas horas. Pío XII hizo publicar en 1956 una nueva edición, en la que se insertaban: el salterio piano (el elaborado por el futuro cardenal Bea y promulgado por el motu proprio In cotidianis precibus de 24 de marzo de 1944), la simplificación de las rúbricas (decreto de la Sagrada Congregación de Ritos De rubricis ad simpliciorem formam redigendis de 23 de marzo de 1955) y las reformas de la Semana Santa (puestas en vigor por el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos Maxima redemptionis de 16 de noviembre de 1955). En 1962, el beato Juan XXIII publicó una nueva editio typica del Breviarium Romanum para conformar éste al nuevo código de rúbricas (promulgado con el motu proprio Rubricarum instructum de 25 de julio de 1960). Fue la última antes de la introducción de la reforma litúrgica postconciliar.

Missale Romanum (Misal Romano). También es de San Pío V la primera edición típica impresa, promulgada por la célebre bulaQuo primum tempore de 14 de julio de 1570, dotada de un indulto perpetuo para poder decir o cantar la misa según las fórmulas y ceremonias prescritas en dicha edición “en cualquier tiempo y lugar” y sin coacción de nadie. Clemente VIII (bulaCum Sanctissimum de 7 de julio de 1604) y Urbano VIII (bula Si quid est de 2 de septiembre de 1634) mandaron expurgar la edición de 1570 de errores tipográficos. San Pío X (1911) y Benedicto XV (1920) modificaron levemente ciertas rúbricas. El Misal, mientras tanto se fue enriqueciendo con la institución de nuevas fiestas y la introducción de nuevos prefacios y propios de santos. El 9 de febrero de 1951, la Sagrada Congregación de Ritos decretó la restauración de la vigilia pascual, que se celebraba el Sábado de Gloria por la mañana, a su horario natural en la noche de dicho día al Domingo de Resurrección. En 1955 se incorporó al Misal la simplificación de las rúbricas de Pío XII. Ese mismo año fue publicado elOrdo Hebdomadae Sancta instauratus en virtud del decreto ya citado Maxima Redemptionis. El 13 de noviembre de 1962, el beato Juan XXIII, en virtud del decreto Novis hisce temporibus, mandó que se introdujera el nombre del glorioso patriarca San José en el canon de la misa. El mismo pontífice, considerando que era necesario refundir en un solo libro las últimas modificaciones del Misal, dispuso en 1962 la publicación de una nueva edición típica, que es la actualmente vigente a estar a lo dispuesto en el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI. La posterior edición de 1965 y las modificaciones de 1967 han de verse más bien como pasos hacia la reforma integral de 1969, por lo que deberían considerarse como parte de la historia del rito romano moderno y no del clásico.

Rituale Romanum (Ritual Romano). Gregorio XIII había encargado al cardenal Santoro la compilación de un libro que contuviera todos los ritos de la administración de los sacramentos y los sacramentales. Esta obra, tan voluminosa como poco práctica para uso de los sacerdotes no vio la luz, pero sirvió de base para los trabajos de una comisión establecida por Pablo V para dar a la Iglesia latina un ritual unificado. El resultado fue el Rituale Romanum, promulgado por este papa mediante la bula Apostolicae Sedis de 17 de junio de 1614. Esta primera edición típica fue objeto de algunas modificaciones introducidas por Benedicto XIV, el beato Pío IX, León XIII, San Pío X, Pío XI (que adaptó el Rituale al nuevo Código de Derecho Canónico de 1917) y Pío XII. La última edición del Ritual data de 1952, habiendo sido introducida en ella la autorización al párroco para conferir el sacramento de la confirmación a un feligrés en peligro de muerte. También se añadieron nuevos formularios de bendiciones. El Ritual Romano suele estar acompañado de apéndices según los países y las diócesis con los ritos peculiares respectivos. En España dicho apéndice es el Manuale Toletanum, de origen hispano-mozárabe (cuya primera edición data de 1494). En Iberoamérica apareció en 1962 el Elenchus Rituum ad instar Appendicis Ritualis Romani ad usum Americae Latinae.

Pontificale Romanum (Pontifical Romano). Publicado por Clemente VIII (bula Ex quo in Ecclesia Dei de 20 de febrero de 1596), tiene su origen en la recopilación de costumbres de la capilla papal elaborada por Johannes Burcardus y Augusto Patrizi Piccolomini en 1485 (publicada bajo los auspicios de Inocencio VIII). Esta edición típica substituyó obligatoriamente los diversos pontificales que venían siendo usados en la Iglesia, entre los que sobresalían los de Egberto de York, San Albano de Maguncia y Durando de Mende (habiendo gozado éste último de cierto carácter oficial). El Pontifical fue objeto de algunas modificaciones menores bajo Urbano VIII (1944) y Benedicto XIV (1752). León XIII publicó una nueva edición típica en 1888. El 20 de febrero de 1950 se incluyeron las reformas oportunas al rito de la sagrada ordenación dimanantes de la constitución apostólicaSacramentum Ordinis de 30 de noviembre de 1947 (por la que Pío XII precisa la materia y la forma del sacramento del orden sagrado). El beato Juan XXIII promulgó en 1962 una tercera edición típica.

Coeremoniale Episcoporum (Ceremonial de los Obispos). También se debe a Clemente VIII la editio princeps de este libro complementario del Pontifical, la cual fue publicada en virtud de la bula Cum novissimi de 16 de julio del año jubilar 1600. Su base es el Ordo romanus de los ceremoniarios pontificios Burcardo, Patrizi Piccolomini y Paris de Grassis, sometido a revisión desde 1582 por una comisión especial de prelados instituida por Gregorio XIII por consejo de San Carlos Borromeo, el cual quería darle oficialidad y fungió como presidente de aquélla. Mientras discurrían los trabajos de revisión, Sixto V fundó en 1587 la Sagrada Congregación de Ritos para vigilar la liturgia y las ceremonias eclesiásticas. El Ceremonial de los Obispos fue revisado sucesivamente por Inocencio X (1650), Benedicto XIII (1727) y Benedicto XIV (que le añadió un tercer libro en 1752). León XIII mandó publicar en 1886 una nueva edición típica. Este libro litúrgico, sumamente útil desde el punto de vista de las rúbricas y de la disposición material del culto, es de obligada observancia no sólo en las iglesias catedrales, sino también en las menores, tanto para las funciones propias del obispo como para las de los simples sacerdotes cuando celebran actos litúrgicos.

Memoriale Rituum (Memorial de Ritos). Originalmente fue compuesto por el cardenal dominico Vincenzo Maria Orsini para su diócesis de Benevento con el fin de facilitar a sus sacerdotes las celebraciones litúrgicas más solemnes en las iglesias pequeñas y con poco clero. Ya como papa Benedicto XIII lo extendió a toda la Iglesia, publicándolo en 1725, año del sínodo romano lateranense. A partir de la reforma de la Semana Santa de 1956, que contempla también su celebración simplificada, el Memorial de Ritos ya no es de aplicación en este capítulo, aunque continúa siendo útil para la bendición de las candelas el 2 de febrero y la de las cenizas al inicio de la Cuaresma.

Martyrologium Romanum (Martirologio Romano). Es libro litúrgico considerando que se utiliza obligatoriamente en la hora de prima del oficio divino monástico y catedralicio o colegial (siendo optativo en el rezo privado). La editio princeps apareció publicada por mandato de Gregorio XIII en 1583, aunque sin aprobación. Pero el mismo papa, mediante su constitución apostólica Emendato iam Kalendario de 14 de enero de 1584, la impuso como típica para toda la Iglesia, siendo así reemplazados los diversos martirologios históricos (el Jeronimiano, el del Venerable Beda, el de Rábano Mauro, el de Usuardo, etc.). Urbano VIII (1630) publicó una nueva edición en la que se recogían las correcciones del cardenal Baronio (autor del interesantísimo tratado que sirve de prefacio al Martirologio). Clemente X y el beato Inocencio XI también hicieron sendas revisiones, pero fue la de Benedicto XIV la más importante, al adaptar el libro a las normas sobre la canonización y beatificación de nuevos santos (como consta en su carta al rey Juan V de Portugal, en la que explica los alcances de su edición típica). Posteriormente, San Pío X (1913) y Benedicto XV (1922), declararon típicas sus respectivas ediciones. De la segunda fueron reimpresiones (aunque con el añadido de nuevos santos y beatos elevados a los altares después de ese año) las de 1948 y 1956 bajo Pío XII.

En cuanto a los libros litúrgicos musicales, tenemos cinco:

a) el Graduale Romanum (Gradual Romano), que contiene los cantos de los propios y del ordinario de la Misa;
b) el Kyriale Romanum (Kirial Romano), extracto del Gradual, que contiene los cantos del ordinario de la Misa:
c) el Antiphonale Romanum (Antifonal Romano), con las antífonas, responsorios y el salterio del oficio divino;
d) el Vesperale Romanum (Vesperal Romano), extracto del Antifonal, con el canto para vísperas y completas, y
e) el Liber Usualis Missae et Officii, edición en un solo tomo en el que se hallan refundidos todos los anteriores.


Todos estos libros están editados por la abadía benedictina de Solesmes, a la que se debe la gran restauración del canto eclesiástico desde el siglo XIX. La última edición del Liber Usualis es la de 1962, en la que quedaron incorporados: la reforma de la Semana Santa de 1956 y el salterio piano de 1944 (como alternativo al de la Vulgata).
Tomado de Roma Aeterna.

lunes, 27 de febrero de 2012

Martirologio Romano (1956).

27 de Febrero

  1. En ísola del Abruzzo, san Gabriel de la Virgen Dolorosa, Clérigo de la Congregación llamada de la Cruz y Pasión del Señor, y Confesor; el cual, esclarecido con grandes méritos en el breve curso de su vida, y con milagros después de la muerte, fue puesto en el catálogo de los santos por el Papa Benedicto XV.
  2. En Roma, el triunfo de los santos Mártires Alejandro, Abundio, Antígono y Fortunato.
  3. En Alejandría, el suplicio de san Julián, Mártir, que, padeciendo de gota hasta el punto de no poder andar ni mantenerse en pie, fue presentado al Juez con dos criados suyos, que le llevaban en una silla; de éstos, el uno negó la fe; el otro, llamado Euno, perseveró con su amo en la confesión de Cristo. Ambos, Julián y Euno, puestos en sendos camellos, fueron paseados por toda la ciudad, cruelmente azotados, y por último, encendida una hoguera, quemados en medio del pueblo, que lo contemplaba.
  4. En el mismo lugar, san Besa, soldado, el cual, como refrenase a los que insultaban a dichos Mártires, llevado al Juez y confesando constantemente la fe, fue decapitado.

  5. SAN LEANDRO, Obispo y Confesor

  6. En Sevilla de España, el tránsito de san Leandro, Obispo de la misma ciudad, hermano de los santos Isidoro Obispo y Florentina Virgen; el cual, con su predicación e industria, y con la ayuda del Rey Recaredo, convirtió a la nación Visigoda, de la impiedad Arriana a la fe católica.
  7. En Constantinopla, los santos Confesores Basilio y Procopio, que en tiempo del Emperador León combatieron valerosamente por el culto de las sagradas Imágenes.
  8. En Lyon de Francia, san Baldomero, Subdiácono, varón consagrado a Dios, cuyo sepulcro resplandece con frecuentes milagros.

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.

domingo, 26 de febrero de 2012

I Domingo de Cuaresma.

Toda la liturgia de este domingo es una exhortación a la confianza plena en Dios. El introito, gradual, ofertorio y comunión, están inspirados en el salmo de confianza "Qui habitat in adjutorio Altíssimi", Salmo que cantado enteramente en el tracto de la Misa, inspirará los responsorios breves y versillos de toda la Cuaresma, dándonos alientos a sostener con valentía el buen combate. Además ¿no es este combate el mismo, la lucha de Jesús que se prolonga continuamente en nosotros? Esto sin duda alguna es lo que la Iglesia quiere darnos a entender, al mostrarnos en el Evangelio de hoy a Jesús luchando denodadamente con Satanás al prepararse para su vida de ministerio público. Es su misión peculiar derrotar al demonio, como nos dirá en el Evangelio del sábado de Pasión; y al mostrarnos la escena presente, quiere que veamos el fundamento en que se ha de basar nuestra confianza en medio de la lucha.
Cristo ha triunfado y la Iglesia nos enseña que también nosotros podemos vencer, porque en definitiva, en nosotros y en derredor nuestro, se libra el combate de Cristo, y por lo que se lucha es por la victoria misma de Cristo: nuestro valor es el suyo; pero quiere que en esta obra de salvación todos colaboremos con Él. Emprendamos, pues, llenos de confianza, el buen combate cuyo programa nos traza el Apóstol en la Epístola. Animémonos con el pensamiento de que nuestro progreso en la vida cristiana, es la continuación del triunfo de Cristo en nosotros. El combate que sostenemos para ello, el mismo que Jesús inauguró al comienzo de su vida pública.
Verdad es que debiéramos ser siempre delante de Dios cual conviene lo seamos en la fiesta de Pascua; más como esa fortaleza es de pocos, ya que la flaqueza de la carne nos arrastra a que mitiguemos una observancia muy austera, y que las distintas ocupaciones de la vida dividen nuestra solicitud, de ahí que necesariamente el polvo mundanal manche aun a los corazones religiosos. Resulta, pues, utilísima para nuestra salvación esta divina institución de la Cuaresma a fin de que estos ejercicios de cuarenta días nos ayuden a recobrar la pureza de nuestras almas, redimiendo por medio de piadosas obras y de ayunos las culpas cometidas en los otros tiempos del año. Más para no dar a nadie el más leve motívo de descontento o escándalo, procuremos que nuestro modo de obrar no esté en desacuerdo con nuestro ayuno, porque de nada aprovecha cercenar al cuerpo la comida, si es que el alma no se aparta del pecado.
"En este tiempo favorable, en estos días de salud", purifiquémonos con la Iglesia (Oración colecta) "por el ayuno, la castidad, la asiduidad en meditar y oir la divina palabra y por una sincera caridad" (Epístola).
*

sábado, 25 de febrero de 2012

SAN MATÍAS.

Apóstol
† lapidado hacia el año 80 en Colchis

Patrono de carpinteros; sastres; alcohólicos reformados. Protector contra la viruela y el alcoholismo.

SAN MATÍAS, Apóstol

Cayó la suerte a Matías,
con lo que fue agregado a los once Apóstoles.
(Hechos 1, 26)

San Matías fue elegido por los apóstoles después de la Ascensión del Salvador para reemplazar al pérfido Judas. Congregados, los fieles oraron al Espíritu Santo para que les diese a conocer la persona que Él había destinado para este ministerio; enseguida, echaron suertes, y cayó la suerte a Matías. El nuevo Apóstol predicó el Evangelio a los pueblos de la Judea y de la Etiopía; su celo le atrajo el odio de los judíos, que lo lapidaron y le cortaron la cabeza.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VOCACIÓN

I. Dios nos destina a cada uno un género de vida en el que quiere que nos salvemos. Es un gran Rey que quiere servidores de toda suerte de estados, condiciones y empleos. ¿Es Dios quien te ha hecho abrazar el estado de vida en que te encuentras alistado? ¿No es acaso la vanidad, el deseo de amontonar riquezas o de gozar de placeres? Si por desgracia es así, corrige la mala intención que has tenido y promete a Dios buscar en adelante sólo su gloria y su voluntad. En cuanto a ti, que aun estás libre a este respecto, sigue el camino que el Señor te indique.

II. Pídele a Dios te haga conocer su santa voluntad a fin de escoger un género de vida en el que puedas trabajar para su gloria y tu salvación. No consultes ni la carne, ni el mundo, ni tus placeres, ni tus intereses; es a Dios a quien se debe pedir consejo. Las oraciones, las mortificaciones, las comuniones, los retiros te facilitarán esta importante elección. Observa la misma regla en tus acciones particulares de cierta importancia: pide consejo a Dios; Él te ilustrará con sus divinas luces.

III. Sigue las inspiraciones del Cielo, una vez que las hayas conocido bien. Si San Matías no hubiera querido someterse a su elección para el apostolado, hoy no se celebraría su fiesta. Si durante la vida menosprecias a Dios que te llama, Él se burlará de ti en la hora de tu muerte; es lo que declara en el libro de los Proverbios: Te llamé y no has querido escucharme; me reiré de ti en tu último día y te haré objeto de irrisión.

La obediencia a las inspiraciones de Dios.
Orad por los justos perseguidos.

ORACIÓN

Oh Dios, que habéis puesto a San Matías en el número de vuestros Apóstoles, haced, por su intercesión, que sin cesar experimentemos los efectos de vuestra inagotable misericordia. Por J. C. N. S.

viernes, 24 de febrero de 2012

Diversos tipos de celebración de la Misa Tradicional.

Algunos sacerdotes de diversos lugares del mundo, la mayoría jóvenes, también de Cataluña, ilusionados con comenzar en su parroquia o comunidad algún tipo de celebración pública de la Misa en la forma extraordinaria, más allá de las misas privadas en las que poco a poco se han ido iniciando, me preguntan qué tipos de celebración pueden llevar a cabo y cual es el más aconsejable para las diversas condiciones pastorales de sus comunidades.

Están deseosos de llevar esa forma litúrgica al pueblo y descubrírsela como ellos la han descubierto. Tienen miedo de que los fieles sean incapaces de comprender rectamente los ritos y las ceremonias y que les resulte “infructuosa” la celebración. Más allá de insistir que aunque todos los ritos les resultasen oscuros e incomprensibles racionalmente no por ello su participación sería “infructuosa”, es decir sin fruto espiritual para sus almas, quiero reiterarles, siguiendo el pensamiento de Pío XII en la “Mediator Dei” que “el ingenio, el carácter y la índole de los hombres son tan variados y diferentes que no todos pueden ser igualmente impresionados y guiados por las oraciones o las acciones sagradas realizadas en común. Además las necesidades y disposiciones de las almas no son iguales en todos ni son siempre las mismas en cada persona”.

Dicho esto, y ateniéndonos a la legislación universal en vigor a partir del Motu proprio “Summorum Pontificum cura” y a los privilegios otorgados y a las costumbres legitimas en uso, deseo recordar que existen diversos tipos posibles de Misas.

Existen misas rezadas y Misas cantadas, según que el celebrante mismo lea o cante las partes que le corresponden.

Las misas cantadas lo son en gregoriano o polifonía clásica. Las diócesis alemanas y austriacas tienen el privilegio de que en las misas cantadas cante el pueblo en lengua vulgar los cantos del ordinario. Es la “Deutsches Hochamt”, la Misa alemana con músicas de Haydn, tan popular desde finales del siglo XVIII.

Pero entre las misas rezadas, pueden distinguirse al menos cinco tipos de celebración:

1º Misa rezada en la que responde sólo el ayudante.

2º Misa rezada dialogada con todos los presentes.

3º Misa rezada dialogada con exhortaciones y lecturas en lengua vernácula hechas por un lector.

4º Misa rezada con cantos.

5º Misa rezada dialogada con exhortaciones y lecturas en lengua vernácula con cantos.


16 de julio: Misa rezada con cantos el día de la Virgen del Carmen en la Parroquia del Ssmo. Salvatore de Silvi (provincia de Téramo-Italia). Celebra el párroco, Don Andrea A. Di Bonaventura.

La Iglesia se preocupa y desea de que en cada una de estas formas de celebración la “actuosa participatio” sea lo más intensa posible. Es evidente que no todos esos tipos son igualmente favorables para la plena participación activa interna y externa, que es el ideal de la vida litúrgica, según nos recuerdan la “Mediator Dei” de Pío XII y la Constitución “Sacrosanctum Concilium” del Vaticano II.

El pastor de almas ha de elegir entre todos el más favorable, según las circunstancias en las que se encuentra su parroquia o comunidad religiosa. Me parece más que evidente que el tipo de misa rezada de una parroquia de un barrio popular de una gran ciudad europea que empieza a iniciarse en la misa extraordinaria no será el mismo que una comunidad contemplativa claustral que llevase años celebrándola.

1º En este sentido, el grado más ínfimo de participación se tiene en la Misa rezada en la que sólo responde el ayudante. Lo cual no significa que, también en este grado, no pueda existir y no exista de hecho una participación verdaderamente fructuosa de los fieles en la liturgia. Existe, ante todo, la posibilidad de que los fieles rueguen realmente asociados, lo mejor que puedan a la acción sagrada, al menos con piadosos pensamientos y meditaciones, según sus posibilidades. Aunque se trate de un grado ínfimo desde el punto de vista del ideal que debemos perseguir, también esta forma es legítima y, a su modo, fructuosa. Un grado más alto en la participación en la Misa rezada en este tipo se tiene en los que siguen privadamente, aún sin responder, las mismas oraciones del sacerdote siguiendo una traducción de las mismas, con su “Misal de los fieles” en la mano. Poco a poco la traducción les hará seguir los ritos para más tarde comprenderlos con fruto.

2º La misa rezada dialogada, en la que responden todos los presentes, puede tener varios grados, en los que es oportuno introducir sucesivamente al pueblo. Primero exhortándolo a responder: “Amen” y “Et cum spiritu tuo”, luego añadiendo también otras respuestas que, de otro modo, debiera hacer el ayudante: las preces al pie del altar con Confiteor incluido, la respuesta al “Orate fratres” y las aclamaciones al inicio del “Prefacio”, por último, haciéndoles recitar junto con el sacerdote el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei.

3º Un grado superior de participación litúrgica es la Misa dialogada con exhortaciones y lecturas (epístola y evangelio) hechas en vernáculo por un lector, según las normas y las traducciones aprobadas por la Iglesia.

Sin embargo, las exhortaciones o fervorines deben ser de suma sobriedad y discreción, evitando el peligro de que lleguen a ser una predicación o que distraigan a los fieles en vez de concentrarles en el rito litúrgico rompiendo los intervalos de silencio indispensables para la oración. A mi gusto, con una breve reseña antes de iniciarse la celebración, sobre la misa del día y sus particularidades o una breve referencia al santo conmemorado en la liturgia, es más que suficiente.

4º La misa rezada con cantos en lengua vernácula o con motetes o cantos gregorianos en latín correspondientes a las diversas partes del sacrificio, es otra forma de participación, bajo cierto aspecto, todavía mejor, porque el gran medio de la participación activa es siempre el canto de toda la asamblea. Estos cantos, por expresa prohibición de la Santa Sede, no pueden ser traducciones literales de los textos latinos que en aquel momento lee el sacerdote en el altar. Sin embargo es posible ir combinando Kyries, Gloria, Credo y Agnus con cantos vernáculos y motetes. Es la llamada “Misa solemnizada” que aunque no incluye el canto del Introito ni del Ofertorio o el canto de Comunión o aunque el celebrante no pueda cantar, porque esté impedido o sea incapaz, lo que le corresponde en una misa cantada (oraciones, prefacio, etc…)

5º Por ultimo, la Misa dialogada, con exhortaciones y lecturas en lengua vulgar y cantos en lengua vulgar ofrece también muchas cosas positivas, la más importante es que puede ser un buen eslabón o tramo de tránsito hacia la misa cantada, especialmente en algunas parroquias donde paulatinamente se desea reinstaurar la misa tradicional de manera estable en horario dominical.

Aún con todo, la misa a la que debemos aspirar, todos los que tenemos cura de almas y deseamos acercar la forma extraordinaria al pueblo, es la tradicional misa cantada en gregoriano, incluso mezclando la polifonía clásica (misas de Sancho Márraco, de Vilaseca, de Perosi, etc…) en la que la masa de pueblo presente puede tomar parte activa y vital redescubriendo el canto de la Iglesia y la majestuosidad de la liturgia tradicional. Esta celebración no es sólo cosa de ambientes escogidos y restringidos, de monasterios y fieles selectos.

Con un poco de esfuerzo la Misa cantada en gregoriano no es para especialistas. La ejecución práctica de este tipo de Misa debe ser una de las metas mayores que nos debemos proponer, haciéndola penetrar largamente en todas partes. Debe ser un ideal no para grupos capaces por su conocimiento del latín y habilidad en cantar gregoriano, sino para todo el pueblo fiel. No desestimemos al laicado, no le infravaloremos. No menospreciemos su sensibilidad ni queramos tutelar clericalmente su derecho a la belleza litúrgica de la Tradición de la Iglesia.

Os sorprenderíais como valoran los fieles, incluso en las parroquias más humildes, a un sacerdote considerado que no les trata elitistamente como a gente de segundo orden y que, al contrario, los implica en una educación litúrgica de la parroquia.

¡Que reverdecer litúrgico esta asegurado a las parroquias que tienen esa suerte!

Dom Gregori Maria

jueves, 23 de febrero de 2012

Martirologio Romano (1956).

23 de Febrero

SAN PEDRO DAMIÁN, Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia

  1. San Pedro Damián, de la Orden Camaldulense, Cardenal y Obispo de Ostia, Confesor y Doctor de la Iglesia, que voló al cielo el día de ayer.
  2. En Esmirna, el triunfo de San Policarpo, discípulo de San Juan Apóstol, y por él consagrado Obispo de aquella ciudad, que fue el Principal de toda el Asia. Después, en tiempo de Marco Antonino y de Lucio Aurelio Cómmodo, en presencia del Procónsul, y vociferando contra él todo el pueblo en el anfiteatro, fue arrojado a la hoguera; pero no recibiendo daño del fuego, atravesado con la espada recibió la corona del martirio. Junto con él fueron martirizados en la misma ciudad otros doce que habían llegado de Filadelfia. La fiesta de san Policarpo se celebra el 26 de Enero.
  3. En Sirmio, san Sireno, Monje y Mártir, el cual, preso de orden del Emperador Maximiano y confesando que era Cristiano, fue degollado.
  4. Allí mismo, el triunfo de setenta y dos santos Mártires, que, consumando en dicha ciudad el combate del martirio, entraron en el reino perdurable.
  5. En la ciudad de Astorga, en España, santa Marta, Virgen y Mártir; la cual, siendo Emperador Decio y Procónsul Paterno, fue, por la fe de Cristo, cruelmente atormentada, y muerta finalmente por la espada.
  6. En Constantinopla, san Lázaro, Monje, que, por pintar Imágenes sagradas, fue, de orden del Emperador Teófilo Iconoclasta, atormentado con atroces suplicios y le quemaron la mano con un hierro candente; pero curado por virtud divina, volvió a pintar las sagradas Imágenes que le habían raído, y últimamente descansó en paz.
  7. En Brescia, san Félix, Obispo.
  8. En Roma, san Policarpo, Presbítero; el cual, en unión de san Sebastián, convirtió muchísimos a la fe de Cristo, y con sus exhortaciones los condujo a la gloria del martirio.
  9. En Sevilla de España, san Florencio, Confesor.
  10. En Todi de Umbría, santa Romana, Virgen, que, bautizada por el Papa san Silvestre, pasó en grutas y cuevas vida celestial y resplandeció con gloriosos milagros.
  11. En Inglaterra, santa Milburga, Virgen, hija del Rey de los Hercios.

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.

miércoles, 22 de febrero de 2012

50º aniversario de la Constitución Apostólica "Veterum Sapientia" del beato Juan XXIII sobre el latín.


Constitución Apostólica del Papa Juan XXIII

VETERUM SAPIENTIA



1. La antigua sabiduría encerrada en la literatura de los griegos y de los romanos, así como las preclaras enseñanzas de los pueblos antiguos, deben considerarse como una aurora preanunciadora del Evangelio que el Hijo de Dios, árbitro y maestro de la gracia y de la doctrina, luz y guía de la humanidad,[1] ha anunciado en la tierra. En efecto, los padres y los Doctores de la Iglesia reconocieron en esos antiquísimos e importantísimos monumentos literarios, cierta preparación de los espíritus para recibir las riquezas divinas, que Jesucristo en la economía de la plenitud de los tiempos [2] comunicó a los hombres; por consiguiente, con la introducción del cristianismo en el mundo, nada se perdió de cuanto los siglos precedentes habían producido de verdadero, de justo, de noble y de bello.

2. Por tanto, la Iglesia rindió siempre sumo honor a estos venerables documentos de sabiduría, y sobre todo a las lenguas griega y latina, que de la sabiduría misma son como el áureo ropaje; y acogió asimismo el uso de otras venerables lenguas, florecidas en Oriente, que mucho contribuyeron al progreso humano y a la civilización y que, usadas en los sagrados ritos y en las versiones de las Sagradas Escrituras, se encuentran aún en vigor en algunas naciones, como expresión de un antiguo uso, ininterrumpido y vivo.

3. En esta variedad de lenguas se destaca sin duda la que, nacida en el Lacio, llegó a ser más tarde admirable instrumento para la propagación del cristianismo en Occidente. Ya que, ciertamente no sin especial providencia de Dios, esta lengua, que durante muchos siglos unió a muchas gentes bajo la autoridad del Imperio; llegó a ser la lengua propia de la Sede Apostólica[3] y, conservada para la posteridad, unió entre sí con estrecho vínculo de unidad a los pueblos cristianos de Europa.

En efecto, la lengua latina es por su naturaleza perfectamente adecuada para promover cualquier forma de cultura en cualquier pueblo: no suscita celos, se muestra imparcial con todos, no es privilegio de nadie y es bien aceptada por todos. Y no cabe olvidar que la lengua latina tiene una conformación propia, noble y característica: un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de majestad y de dignidad[4] que conviene de modo singular a la claridad y a la gravedad.

4. Por estos motivos la Sede Apostólica se ha preocupado siempre de conservar con celo y amor la lengua latina, y la ha estimado digna de usarla ella misma, como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las santísimas leyes,[5] en el ejercicio de su sagrado ministerio, así como de que la usaran sus ministros. Donde quiera que éstos se encuentren, pueden, con el conocimiento y el uso del latín, llegar a saber más rápidamente todo lo que procede de la Sede Romana, así como comunicarse más libremente con ella y entre sí.

Por lo tanto, el pleno conocimiento y el fácil uso de esta lengua, tan íntimamente ligada a la vida de la Iglesia, interesan más a la religión que a la cultura y a las letras,[6] como dijo Nuestro Predecesor de inmortal memoria, Pío XI, el cual indagando científicamente sus razones, indicó tres dotes de esta lengua, en admirable consonancia con la naturaleza de la Iglesia. En efecto, la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones y al estar destinada a durar hasta la consumación de los siglos, exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable, no popular.[7]

5. Dado que toda la Iglesia tiene que depender de la Iglesia Romana[8] y que los Sumos Pontífices tienen verdadera potestad episcopal, ordinaria e inmediata, no solamente sobre todas y cada una de las iglesias, sino también sobre todos y cada uno de los Pastores y fieles[9] de todos los ritos, pueblos y lenguas, resulta como consecuencia que el instrumento de mutua comunicación debe ser universal y uniforme sobre todo entre la Santa Sede y las diferentes Iglesias del mismo rito latino. Por lo tanto, los Romanos Pontífices cuando quieren instruir a los pueblos católicos, lo mismo que los Ministerios de la Curia Romana en la resolución de asuntos y en la redacción de decretos que afectan a toda la comunidad de los fieles, usan siempre la lengua latina, por ser ésta aceptada y grata a todos los pueblos como voz de la madre común.

6. No tan sólo universal sino también inmutable debe ser la lengua usada por la Iglesia. Porque si las verdades de la Iglesia Católica fueran encomendadas a algunas o muchas de las mudables lenguas modernas, ninguna de las cuales tuviera autoridad sobre las demás, acontecería que, varias como son, no a muchos sería manifiesto con suficiente precisión y claridad el sentido de tales verdades, y por otra parte no habría ninguna lengua que sirviera de norma común y constante, sobre la cual tener que regular el exacto sentido de las demás lenguas. Pues bien, la lengua latina, ya desde hace siglos sustraída a las variaciones de significado que el uso cotidiano suele introducir en los vocablos, debe considerarse fija e invariable, ya que los nuevos significados de algunas palabras latinas, exigidos por el desarrollo, por la explicación y defensa de las verdades cristianas, han sido desde hace tiempo determinados en forma estable.

7. Por último, como la Iglesia católica posee una dignidad que sobrepasa todas las sociedades humanas, pues ha sido fundada por Cristo el Señor, conviene que use una lengua no vulgar, sino una llena de nobleza y majestad.

8. Además, la lengua latina, a la que podemos verdaderamente llamar católica[10] por estar consagrada por el constante uso que de ella ha hecho la Sede Apostólica, madre y maestra de todas las Iglesias, debe considerarse un tesoro … de valor incomparable,[11] una puerta que pone en contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de la enseñanza de la Iglesia;[12] y, en fin, un vínculo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y de mañana.

9. Además, no hay nadie que pueda poner en duda toda la eficacia especial que tienen tanto la lengua latina como, en general, la cultura humanística, en el desarrollo y formación de las tiernas mentes de los jóvenes. En efecto, cultiva, madura y perfecciona las mejores facultades del espíritu; da destreza de mente y fineza de juicio; ensancha y consolida a las jóvenes inteligencias para que puedan abrazar y apreciar justamente todas las cosas y, por último, enseña a pensar y a hablar con orden sumo.

10. Si se ponderan, en efecto, estos méritos, se comprenderá fácilmente por qué tan frecuentemente los Romanos Pontífices no solamente, han exaltado tanto la importancia y la excelencia de la lengua latina sino que incluso han prescrito su estudio y su uso a los sagrados ministerios del clero secular y regular, denunciando claramente los peligros que se derivan de su abandono.

También Nos, por lo tanto, impulsados por los mismos gravísimos motivos que ya movieron a Nuestros Predecesores y a los Sínodos Provinciales,[13] deseamos con firme voluntad que el estudio de esta lengua, restituida a su dignidad, sea cada vez más fomentado y ejercitado. Y como el uso de latín se pone durante nuestros días en discusión en algunos lugares y muchos preguntan cuál es a este propósito el pensamiento de la Sede Apostólica, hemos decidido proveer con normas oportunas, enunciadas en este solemne documento para que el antiguo e ininterrumpido uso de la lengua latina sea mantenido y donde hubiera caído casi en abandono, sea absolutamente restablecido.

Por lo demás, creemos que Nuestro pensamiento sobre esta cuestión ha sido ya por Nos con suficiente claridad expresado con estas palabras dichas a ilustres estudiosos de latín: Por desgracia, hay muchos que extrañamente deslumbrados por el maravilloso progreso de las ciencias, pretenden excluir o reducir el estudio del latín y de otras disciplinas semejantes… Nos, en cambio, precisamente por esta impelente necesidad, pensamos que debe seguirse un camino diferente. Del mismo modo que en el espíritu penetra y se fija lo que más corresponde a la naturaleza y dignidad humana, con más ardor hay que adquirir cuanto forma y ennoblece el espíritu, con el fin de que los pobres mortales no lleguen a ser, como las maquinas que construyen, fríos, duros y carentes de amor.[14]

11. Después de haber examinado y ponderado cuidadosamente cuanto hasta ahora se ha expuesto, Nos, en la segura conciencia de Nuestra misión y de Nuestra autoridad, determinamos y ordenamos cuanto sigue:

§ 1. Tanto los Obispos como los Superiores Generales de Ordenes Religiosas provean para que en sus Seminarios y Escuelas, en donde los jóvenes son preparados para el sacerdocio, todos se muestren en este punto dóciles a la voluntad de la Sede Apostólica, y se atengan escrupulosamente a estas Nuestras prescripciones.

§ 2. Velen igualmente con paternal solicitud para que ninguno de sus súbditos, por afán de novedad, escriba contra el uso de la lengua latina tanto en la enseñanza de las sagradas disciplinas como en los sagrados ritos de la Liturgia ni, movidos por prejuicios, disminuya en esta materia la fuerza preceptiva de la voluntad de la Sede Apostólica y altere su sentido.

§ 3. Como se halla establecido tanto por el Código de Derecho Canónico (can. 1.364) como por Nuestros Predecesores, los aspirantes al sacerdocio, antes de empezar los estudios propiamente eclesiásticos, sean instruidos con sumo cuidado en la lengua latina por profesores muy expertos, con método adecuado y por un período de tiempo apropiado, para que no suceda luego que, al llegar a las disciplinas superiores, no puedan, por culpable ignorancia del latín, comprenderlas plenamente, y aún menos ejercitarse en las disputas escolásticas con las que las mentes de los jóvenes se adiestran en la defensa de la verdad.[15] Y esto entendemos que valga también para los que han sido llamados al sacerdocio por Dios ya maduros en edad, sin haber hecho ningún estudio clásico o demasiado insuficiente. Nadie, en efecto, habrá de ser admitido al estudio de las disciplinas filosóficas o teológicas si antes no ha sido plenamente instruido en esta lengua y si no domina su uso.

§ 4. Si en algún país el estudio de la lengua latina ha sufrido en algún modo disminuciones en daño de la verdadera y sólida formación, por haber las escuelas eclesiásticas asimilando los programas de estudio de las públicas, deseamos que allí se conceda de nuevo el tradicional lugar reservado a la enseñanza de esta lengua; ya que todos deben convencerse de que también en este punto hay que tutelar escrupulosamente las exigencias propias de la formación de los futuros sacerdotes, no tan sólo por lo que se refiere al número y calidad de las materias sino también por lo que concierne al tiempo que debe atribuirse a su enseñanza. Que si, por circunstancias de tiempo y de lugar, otras materias hubiesen de ser añadidas a las en uso, entonces o habrá que ampliar la duración de los estudios o esas disciplinas habrán de darse en forma compendiosa, o habrá que dejar su estudio para otro tiempo.

§ 5. Las principales disciplinas sagradas, como se ha ordenado en varias ocasiones, deben ser enseñadas en latín, lengua que por el uso desde hace tantos siglos sabemos que es apropiadísima para explicar con facilidad y con claridad singular la íntima y profunda naturaleza de las cosas,[16] porque a más de haberse enriquecido ya desde hace muchos siglos con vocablos propios y bien definidos en el sentido y por lo tanto adecuados para mantener íntegro el depósito de la fe católica, es al mismo tiempo muy adecuada para que se evite la superflua verbosidad. Por lo tanto, los que en las Universidades o en Seminarios enseñen estas disciplinas están obligados a hablar en latín y a servirse de textos escritos en latín. Que si, por ignorancia de la lengua latina, no pueden convenientemente cumplir con estas prescripciones de la Santa Sede, poco a poco sean remplazados por otros profesores más idóneos. Las dificultades, por otra parte, que pueden venir por parte de los alumnos o de los profesores, deben ser superadas por la firme voluntad de los Obispos y Superiores Religiosos, y por la dócil y buena voluntad de los maestros.

§ 6. Dado que la lengua latina es lengua viva dela Iglesia, con el fin de que sea adecuada a las necesidades lingüísticas día a día mayores, y para que sea enriquecida con nuevos vocablos propios y adecuados, en manera uniforme, universal y conforme con la índole de la antigua lengua latina -manera ya seguida por los Santos Padres y por los mejores escritores escolásticos-, damos mandato a la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades de Estudios, con el fin de que cuiden de fundar un Instituto Académico de la lengua latina. Este Instituto, que habrá de tener su propio cuerpo de profesores expertísimos en las lenguas latina y griega provenientes de las diversas partes del mundo, tendrá como finalidad principal -como ocurre con las Academias Nacionales, fundadas para promover las respectivas lenguas- la de dirigir el ordenado desarrollo de la lengua latina, enriqueciendo , si es preciso, el léxico de palabras que sean conformes con la índole y colorido propio; y al mismo tiempo disponer de escuelas de latín de todas las edades y sobre todo de la edad cristiana. En estas escuelas serán formados en el conocimiento más pleno y profundo del latín, en su uso, en el estilo propio y elegante, los que están destinados a enseñarlo en los Seminarios y Colegios Eclesiásticos, o a escribir decretos, sentencias y cartas en los Ministerios de la Santa Sede, en las Curias Episcopales y en las Oficinas de las Ordenes Religiosas.

§ 7. Hallándose la lengua latina estrechamente ligada a la griega por la naturaleza de su conformación y por la importancia de las obras que nos han sido legadas, también en ella, como han ordenado a menudo Nuestros Predecesores, habrán de ser instruidos los futuros ministros del altar desde las escuelas inferiores a medias, con el fin de que cuando estudien las disciplinas superiores y sobre todo si aspiran a los grados académicos en Sagrada Escritura y en Teología, puedan señalar y rectamente comprender no solamente las fuentes griegas de la filosofía escolástica, sino también los textos originales de la Sagrada Escritura, de la Liturgia y de los Santos Padres Griegos.[17]

§ 8. Damos orden asimismo a la Sagrada Congregación de Estudios para que prepare un Ordenamiento de los estudios de latín -que habrá de ser observado por todos fielmente- y tal que proporcione a cuantos lo sigan un conveniente conocimiento y uso de esta lengua. Este programa podrá, por exigencias particulares, ser ordenado de otro modo por las diversas Comisiones de Ordinarios, sin que, sin embargo, sea jamás cambiada o atenuada su naturaleza y su fin. Sin embargo, los Ordinarios no crean poder realizar proyectos sin que la Sagrada Congregación los haya examinado y aprobado primeramente.

12. Cuanto con esta Nuestra Constitución hemos establecido, decretado, ordenado y solicitado, pedimos y mandamos con Nuestra autoridad que se mantenga definitivamente firme y sancionado, y que ninguna otra prescripción o concesión, incluso digna de mención especial, tenga ya vigor contra esta orden.

Dada en Roma, junto a San Pedro, el 22 de febrero, fiesta de la Cátedra de San Pedro, el año 1962, cuarto de Nuestro Pontificado.

IOANNES P.P. XXIII

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NOTAS:

[1] Tertull., Apol. 21; Migne, PL 1, 394.

[2] Eph. 1, 10.

- Textus editus in AAS 54(1962) 129-35; et in L’Oss. Rom. 24 Febbr. 1962, p. 1-2.

[3] Epist. S. Congr. Stud. Vehementer sane, ad Ep. universos, 1 Iul. 1908: Ench. Cler., N. 820. Cfr etiam Epist. Ap. Pii XI, Unigenitus Dei Filius, 19 Mar. 1924: A.A.S. 16 (1924), 141.

[4] Pius XI, Epist. Ap. Offιciorum omnium, 1 Aug. 1922: A.A.S. 14 (1922), 452-453.

[5] Pius XI, Motu Proprio Litterarum latinarum, 20 Oct. 1924: A.A.S. 16 (1924), 417.

[6] Pius XI, Epist. Ap. Offιciorum omnium, 1 Aug. 1922: A.A.S. 14 (1922) 452.

[7] Ibidem.

[8] S. Iren., Adv. Haer. 3, 3, 2; Migne, PG 7, 848.

[9] Cfr C. I. C., can. 218, § 2.

[10] Cfr Pius XI, Epist. Ap. Officiorum omnium, 1 Aug. 1922: A.A.S. 14 (1922), 453.

[11] Pius XII, Alloc. Magis quam, 23 Nov. 1951: A.A.S. 43 (1951) 737.

[12] LEO XIII, Epist. Encycl. Depuis le jour, 8 Sept. 1899: Acta Leonis XIII 19 (1899) 166.

[13] Cfr Collectio Lacensis, praesertim: vol. III, 1918s. (Conc. Prov. Westmonasteriense, a. 1859); vol. IV, 29 (Conc. Prov. Parisiense, a. 1849); vol. IV, 149, 153 (Conc. Prov. Rhemense, a. 1849); vol. IV, 359, 361 (Conc. Prov. Avenionense, a. 1849); vol. IV, 394, 396 (Conc. Prov. Burdigalense, a. 1850); vol. V, 61 (Conc. Strigoniense, a. 1858); vol. V, 664 (Conc. Prov. Colocense, a. 1863) ; vol. VI, 619 (Synod. Vicariatus Suchnensis, a. 1803).

[14] Ad Conventum internat. « Ciceronianis Studiis provehendis », 7 Sept. 1959; in Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, I, pp. 234-235; cfr etiam Alloc. ad cives dioecesis Placentinae Romam peregrinantes habita, 15 Apr. 1959: L’Osservatore Romano, 16 apr. 1959; Epist. Pater misericordiarum, 22 Aug. 1961: A.A.S. 53 (1961), 677; Alloc. in sollemni auspicatione Collegii Insularum Philippinarum de Urbe habita, 7 Oct. 1961: L’Osservatore Romano, 9-10 Oct. 1961 Epist. Iucunda laudatio, 8 Dec. 1961: A.A.S. 53 (1961), 812.

[15] Pius XI, Epist. Ap. Officiorum omnium, 1 Aug. 1922: A.A.S. 14 (1922), 453.

[16] Epist. S. C. Studiorum, Vehementer sane, 1 Iul. 1908: Ench. Cler., n. 821.

[17] Leo XII, Litt. Encycl. Providentissimus Deus, 18 Nov. 1893: Acta Leonis XIII, 13 (1893), 342; Epist. Plane quidem intelligis, 20 Maii 1885, Acta, 5, 63-64; Pius XII, Alloc. Magis quam, 23 Sept. 1951: A.A.S. 43 (1951),
737.