viernes, 20 de abril de 2012

MERRY DEL VAL, PÍO X Y EL MODERNISMO (y II)

LA FIRME REACCIÓN DE LA SANTA SEDE ANTE LA CRISIS MODERNISTA

Otro de los más conocidos representantes del modernismo, Friedrich von Hügel (1852-1925) estuvo ligado con todos los protagonistas del movimiento por una amistad íntima. Su origen -su padre era austríaco y su madre escocesa-, su dominio de varias lenguas y, sobre todo, su vivísima inteligencia y su sensibilidad para todos los problemas de la época le convirtieron en un insustituible anillo de unión entre los diversos círculos nacionales, hasta el punto de que se le llamaba “el obispo laico del siglo XX”. Escribió diversos opúsculos y sobre todo animó y ayudó en muchas ocasiones a los amigos italianos, franceses e ingleses. Típicamente modernista era su intento de conjugar una fidelidad total y, sobre todo, interior, a la Iglesia con la hostilidad a lo que él llamaba absolutismo curial

En Italia no tuvo el movimiento modernista gran resonancia en el público medio, pero formó un grupo reducido entre algunos intelectuales-herederos o, por 1o menos, ligados idealmente al liberalismo católico del siglo XIX y algunos sacerdotes. Entre ellos podemos recordar a Tommaso Gallarati Scotti, Stefano Jacini y Alessandro Casati, agrupados en torno a la revista milanesa “Il Rinnovamento”. Iniciada en enero de 1907, ya en mayo fue objeto de una amonestación por parte del cardenal prefecto de la Congregación del Indice. El cardenal Ferrari comunicó la amonestación a los interesados y los redactores se declararon plenamente sumisos a la autoridad eclesiástica, pero simultáneamente apelaron a los derechos y deberes de conciencia y creyeron un derecho suyo no renunciar a su iniciativa.

Expresión típica de la mentalidad de la época es la novela de Fogazzaro “Il santo: Benedetto Maironi, tras haber vivido algún tiempo como huésped laico en el convento de Santa Escolástica de Subiaco, ejerce un apostolado taumatúrgico en el pueblecito de Jenne y se acerca a Roma, donde se atrae la admiración de cuantos sienten repugnancia hacia el catolicismo oficial, sofocado por los dogmas y por las leyes. El mismo Papa, al que se aparece Benedetto en modo muy extraño, admite, por lo menos hasta cierto punto, sus consejos y le confía que él mismo tiene que superar muchas dificultades dentro de la propia Curia. Entre tanto, se las apañan los intransigentes para arrancar al gobierno la orden de expulsión para Benedetto. Pero antes de la ejecución de la orden muere Benedetto. En casa de su amigo de Subiaco, Giovanni Selva, se discute un programa de reforma que recoge los temas tantas veces escuchados por el autor en las reuniones con el P. Genocchi, F. X. Kraus y otros. La novela carece de valor estético, pero motivó fuertes polémicas. Fogazzaro se sometió a la condena del Indice (4 de abril de 1906), pero siguió sosteniendo las mismas ideas en algunas conferencias pronunciadas en París algunos meses después, vinculándose al catolicismo liberal y a Rosmini.

Mayor interés aún reviste Ernesto Buonaiuti (1881-1946), profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario de Sant’Apollinare y luego, desde 1915, en la Universidad de Roma. Pasó rápidamente de la moderación inicial, que aun siendo favorable al método blondeliano de la inmanencia no rechazaba lo trascendente, al ataque neto al intelectualismo escolástico y a la áspera polémica de las “Lettere di un prete modernista” (1907) y de la revista “Nova et Vetera” (1908), que reduce el mensaje cristiano a un conato de reforma social y apunta luego hacia las posiciones más próximas al escatologismo de Loisy contenidas en las restantes obras. Parece, no obstante, que después de 1920 su radicalismo experimentó una evolución en sentido opuesto hacia tesis menos lejanas del sentido tradicional, aunque todavía no ortodoxas. Es indiscutible la fascinación que ejercía sobre cuantos le trataban de cerca, mientras se discute, en cambio, su originalidad y valor científico, sobre todo por su excesiva fecundidad y por las frecuentes contradicciones que se advierten en sus obras. La “Storia del cristianesimo” (1942) es una visión sustancialmente negativa de la historia postridentina: la decadencia de la Iglesia es el precio pagado a la lucha contra el jansenismo, que significaba para Buonaiuti el último intento de salvar el auténtico mensaje cristiano. El historiador permaneció en el seno de la Iglesia hasta 1921, bien porque conservase aún la fe, a pesar de todas sus dudas, bien porque pretendía ocultar sus verdaderas intenciones. A1 ser excomulado, se sometió, provocando en seguida nuevas excomuniones en 1924 y 1926 con sus publicaciones posteriores. Privado de su cátedra universitaria a raíz de los Pactos Lateranenses, murió Buonaiuti en 1946, rechazando las propuestas de reconciliación con la Iglesia que le presentó el cardenal Marmaggi, su antiguo superior en el seminario.

Algo distinta fue 1a evolución de Romolo Murri (1870-1944). Este sacerdote de la región de Las Marcas fue, mediante la revista “Cultura Sociale”, uno de los principales animadores del movimiento de la Democracia cristiana, que pretendía ser expresión de la actitud de los católicos en el nuevo clima histórico. Fue el suyo un distanciamiento práctico frente a las posiciones conservadoras de los dirigentes de la obra se unió gradualmente una crítica teórica del cristianismo muy parecida a la de Loisy y la de Tyrrell. Las divergencias disciplinares y doctrinales le llevaron a 1a suspensión a divinis (1907) y a la excomunión (1909), que acentuó en la “Rivista Culturale” el tono antijerárquico de su campaña, pero que fue perdiendo gradualmente el ascendiente entre los jóvenes que había caracterizado los primeros años de su actividad. Murió reconciliado con 1a Iglesia.

Pío X intervino inmediatamente de manera drástica. Le empujaban en esta dirección la conciencia de su responsabilidad, la gravedad real del peligro de las corrientes radicales y la forma furtiva y desleal con que trataban éstas de camuflarse, haciendo muy difícil su identificación. No hay que olvidar tampoco las presiones del ambiente que rodeaba al Papa, aunque sea difícil determinar siempre con objetividad si el primer impulso partía de él mismo o de los que le rodeaban; si los altos funcionarios de la Curia fueron sobre todo ejecutores de las directrices concretas del Pontífice (como quisieran los historiadores más hostiles al Papa) o más bien consejeros escuchados por él con diligencia. Es cierto que los secretarios personales del Papa impidieron o dificultaron muchas veces el acceso a él de personas poco gratas; fenómeno éste no raro en la historia de todos los gobiernos y que ya se había verificado en tiempo de Pío IX.

De todas formas, destacan algunos historiadores que quizás más importante fue la actuación de tres cardenales: el secretario de Estado, Merry del Val, el cardenal De Lai, prefecto de la Congregación Consistorial y el cardenal Vives y Tutó, capuchino, prefecto del Indice. Merry del Val era conocido por su piedad profunda y su severidad ascética, pero también por su temperamento batallador y su celo intransigente. Pío X le había elegido para tal puesto no sólo por su fidelidad y la identificación plena con sus sentimientos, sino también porque apreciaba en él la experiencia que a él mismo le faltaba. Mien¬tras que algunos reducen hoy el papel de Merry del Val al de fiel instrumento en manos de Pío X, otros sostienen que el cardenal intentó, y con resultado, imponer al Papa su propia línea política. Es cierto, con todo, que en diversas ocasiones hizo sentir con más dureza el peso de la autoridad, que el Papa solía usar con mayor dulzura. Los otros dos cardenales no sólo se valieron plenamente de los poderes de sus respectivos dicasterios, sino que invadieron frecuentemente, con aprobación plena del Papa, sectores que no caían bajo su competencia.

Más grave aún fue la actividad que desarrolló Umberto Benigni, profesor de historia en Sant’ Apollinare, predecesor luego de Eugenio Pacelli en la Secretaría de Estado y destituido repentinamente por el cardenal Gasparri por motivos poco claros. En los años críticos del modernismo fundó en 1907 “La Corrispondenza Romana”, que se convirtió en 1909 en “La Correspondance de Rome”, y organizó a sus corresponsales en una asociación secreta, el “Sodalitium Pianum”. Esta sociedad, compuesta de unos cincuenta miembros, se adjudicó la tarea de recoger informaciones reservadas sobre todos los sospechosos, aunque fuesen cardenales o generales de Ordenes religiosas, y transmitirlas directamente al Papa. Pío X aprobó el sodalicio, aunque fuese en forma genérica, y más de una vez le concedió ayudas. Así pudo Benigni organizar a la sombra de la Curia romana, conocedora de todo esto, un auténtico servicio de policía secreta. Resulta difícil distinguir en la actuación del “Sodalitium” (la “Sapiniére”, como lo llamaban amigos y enemigos, tomando pie de las iniciales de la asociación) la preocupación por servir a la Iglesia y la ambición de imponerse a ella misma. Benigni se convirtió de todas formas en la clave del llamado movimiento integrista, que al menos en cierto sentido (como lo admite también Congar), enlaza idealmente con la intransigencia de principios del siglo XIX y evidencia un fondo ideológico muy parecido.

A partir de 1903 se sucedieron las intervenciones pontificias con una constancia que revela una visión muy clara de las metas a alcanzar y una voluntad firme de atajar los peligros del modernismo. En diciembre de 1903, fue condenado Loisy; en 1904 se estableció la visita apostólica a todas las diócesis italianas; a partir de febrero de 1905 se inició la serie de las respuestas de la Comisión Bíblica (trece en nueve años) y poco después (1907) Pío X potenció la autoridad de la comisión, cuyas decisiones obligaban en conciencia a los fieles. En 1906 ocurrió la condena de la novela de Fogazzaro “Il Santo”. Pero el año decisivo fue 1907: En mayo la Congregación del Indice amonestaba a los redactores de la revista “Il Rinnovamento” y en julio el decreto “Lamnentabili” condenaba 65 proposiciones tomadas en su mayor parte de las obras de Loisy, relativas a la autoridad del magisterio eclesiástico, a la inspiración de la Sagrada Escritura, a la objetividad y a la inmutabilidad de los dogmas, a la divinidad de Cristo y al origen divino de la Iglesia y de los sacramentos.

En septiembre apareció la encíclica “Pascendi Dominici gregis", redactada en su mayor parte, al parecer, por el P. Giuseppe Lemius, OMI (1860-1923), si bien con la colaboración de otros teólogos, entre los cuales, sobre todo, el jesuita P. Billot, más tarde cardenal desde 1911. La encíclica se divide en dos partes, teórica y práctica, pero en ambas es idéntica la dureza de tono y las expresiones que recuerdan la “Mirari vos” y la “Quanta cura”. Los modernistas protestaron en seguida argumentando no haber sido comprendidos: Buonaiuti publicó en seguida, de modo anónimo “il programma dei modernisti”, donde declaraba que su pensamiento había sido tergiversado. El autor fue excomulgado, pero siguió celebrando Misa sin permiso.

Dos meses después, en noviembre de 1907, el motu proprio “Praesentia Scripturae” amenazó de excomunión a quien se opusiese a la encíclica. Después de la excomunión de Loisy en 1908 y de la de Murri en 1909, en 1910 el motu proprio “Sacrorum antistitum” imponía a diversas categorías de personas un juramento antimodernista especial, creando con esta medida ciertas dificultades en Alemania entre algunos profesores de Universidad, a los que más tarde se dispensó de la obligación. Se prohibía también a los seminaristas y estudiantes religiosos la lectura de periódicos: “omnino vetamus diaria quaevis aut commentaria quantumvis optima ab iisdem legi”. Simultáneamente se destituía a profesores sospechosos y se prohibían manuales y obras que daban gran margen a la crítica histórica.

Entre 1911 y 1912 fueron retirados de los Seminarios los comentarios bíblicos del P. Lagrange, el texto de historia de Funk, adoptado posteriormente en tantos Seminarios en las nuevas versiones preparadas por Bihlmeyer y Tüchle; entró en el Indice la “Histoire ancienne de 1′Eglise”, de Duchesne (1843-1922), por no destacar suficientemente el carácter sobrenatural de la Iglesia y de adoptar un tono demasiado duro y severo para con la jerarquía. Menudeaban al mismo tiempo las visitas apostólicas a los Seminarios y a las diócesis. En Milán, después de la primera visita tras la decisión de 1904, hubo otras dos inspecciones, en 1908 y 1911; en Perugia se clausuró el Seminario en 1910 y quedó destituido el rector. Un clima general de suspicacia pesaba sobre todos y la reacción antimodernista descargaba en algunas ocasiones indiscriminadamente sobre autores heterodoxos y sobre otros más libres de sospecha.

Los integristas lanzaban en sus periódicos acusaciones contra los personajes más notables y Pío X dejaba actuar a sus responsables, a la vez que recomendaba silencio y paciencia a los calumniados. De esta forma, no sólo el P. Genocchi y el P. Semeria se vieron invitados a salir de Italia, sino que fueron acusados ante Pío X Don Orione, el santo fundador de los Hijos de la Divina Providencia; el cardenal Maffi, arzobispo de Pisa; el general de la Compañía de Jesús, P. Wernz, y su sucesor, el P. Ledóchowski. Los órganos integristas, guiados e inspirados por Benigni, multiplicaron sus ataques un poco en todas las direcciones, pero especialmente contra los jesuitas. El conflicto más grave fue el que enfrentó a Pío X con el cardenal Ferrari, arzobispo de Milán, cuya causa de beatificación está introducida. Pío X se dejó impresionar por las voces que corrían en relación con Ferrari y con la diócesis ambrosiana, no refutó las acusaciones y reprendió e hizo reprender al cardenal por el apoyo que había dado a la prensa moderada, en contraste con la línea explícita del Papa. No es auténtica la frase que, atribuida a Pío X, según la cual parece que reconoció su error; lo cierto es que en Ferrari quedó siempre como una nota de amargura hacia el Papa.

Tomado de Historia de la Iglesia.

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