La Resurrección de Jesús no es la de un muerto que ha vuelto a la vida, como en el caso del joven de Naín y de Lázaro, que recibieron de nuevo su vida terrena; una vida, sin embargo, destinada más tarde a la muerte definitiva. Jesucristo resucitó a una forma de vida gloriosa, y ya no muere más; vive para siempre junto al Padre, y está a la vez muy cerca de nosotros.
Resurrección y aparición sin hechos distintos. La resurrección no se agota en las apariciones. Estas no son la resurrección, sino tan sólo su reflejo, una manifestación de ella. Es el mismo Jesús quien se manifiesta, quien se hace ver, el que sale al encuentro. Las apariciones no son el resultado de la fe, no son efecto de la fe, de la esperanza o de un amor y de un deseo muy grande de los discípulos de ver al Maestro. La fe “no produce” la aparición. Es el Resucitado el que toma la iniciativa, el que se hace presente y desaparece en cada ocasión.
También se deduce claramente de los evangelios la continuidad entre el Crucificado en el Calvario y el Resucitado que se aparece en Jerusalén y en Galilea. Se trata del mismo Jesús, reconocido al hablar, al partir el pan… (…).
María Magdalena había vuelto de nuevo al sepulcro. Allí lloraba y daba rienda suelta a su dolor. Desde la entrada miró hacia el interior y vio a dos ángeles vestidos de blanco. Están como de guardia, como testigos. Ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Y ella, con inmenso respeto y cariño hacia Jesús, les dijo: Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. No creía aún que Jesús había resucitado. Es muy grande su turbación y está aturdida por la desaparición del cuerpo de su Señor. Y ahora no se dan cuenta de que son ángeles quienes le hablan. Jesús era todo para ella, incluso después de muerto.
Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús, no lo reconoció. Le dijo el Señor: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella pensó que era el encargado del huerto. Por eso dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo han puesto y yo lo recogeré.
Jesús sólo pronunció entonces una palabra, una sola: ¡María! Tenía aquel acento inconfundible con el que tantas veces la había llamado. (…).
Ella se volvió hacia el Maestro y se le escapó esta exclamación hebrea, que lo decía todo: ¡Rabbuni!, ¡Maestro!, ¡Maestro, mío! Y se arrojó a sus pies, llena de una alegría sin límites. Todos los nubarrones que obscurecían su alma han pasado. Una palabra bastó para que cayera la venda de sus ojos; era toda una revelación. ¡Jesús estaba vivo! ¡Había resucitado!
(Pbro. Francisco Fernández Carvajasl.
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