domingo, 24 de abril de 2011

La tumba vacía.

Entre los primeros acontecimientos de la Pascua, resalta uno singular: el sepulcro, sellado, donde había sido enterrado el cuerpo de Jesús se encontró abierto y vacío en las primeras horas del domingo. Esta tumba vacía fue un signo esencial para todos los que se acercaron aquella mañana a comprobarlo; constituyó el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección.

En primer lugar fue comprobado por aquellas mujeres, discípulas fidelísimas de Jesús.

El amor es madrugador. Al amanecer, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé (Mc) se dirigieron al sepulcro con aromas para ungir el cuerpo de Jesús. Por el camino comentaban: ¿Quién nos quitará la piedra de entrada al sepulcro? (…)

Estas mujeres habían amado a Jesús mientras estaba vivo, y también ahora, muerto, le quieren honrar. Su amorosa solicitud se verá recompensada: se encontrarán la piedra a un lado, y, más tarde, esa misma mañana, a Cristo resucitado. Cuando hay empeño sobrenatural, se vencen los obstáculos o desaparecen ellos solos… El amor al Señor lo puede todo. ¡Tantas veces lo hemos comprobado! ¡El amor siempre sale vencedor! “Vive de Amor y vencerás siempre” (Camino, nº 433).

María Magdalena, apenas se hizo cargo de la situación, volvió corriendo a Jerusalén para avisar a Pedro y a Juan de la gran novedad: el sepulcro estaba abierto y no habían encontrado por ninguna parte el cuerpo del Señor.

Estos apóstoles, en cuanto lo oyeron, salieron corriendo hacia el sepulcro (Jn). Quieren comprobar cuanto antes qué está sucediendo. Corrían los dos juntos, pero Pedro no tiene la juventud y las piernas de Juan. Por eso, este –nos lo cuenta él mismo- llegó antes, y desde la puerta se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró, esperó en la entrada, por deferencia hacia Pedro. (…).

Pudieron observar que los lienzos estaban colocados de una manera singular. El término griego que se traduce habitualmente comoplegados indica que los lienzos había quedado aplanados, fláccidos, como conservando de algún modo la forma de envoltura, como vacíos, al resucitar y desaparecer de allí el cuerpo de Jesús; como si este hubiera salido de los lienzos y vendas sin ser desenrollados, pasando a través de ellos mismos. Por eso se encuentran planos, yacentes, según la traducción literal del griego, al salir de ellos el cuerpo de Jesús que los había mantenido antes en forma abultada.

(…).

Todo esto dejó admirados a los dos discípulos. San Juan nos dice que, al ver todo aquello, creyó. Jamás olvidaría este momento. Ahora ya disponía de la clave que lo explicaba todo. ¿Dónde estará ahora Jesús?, se preguntaría. Y se encendió en deseos de verlo. Todo había cambiado en cuestión de breves instantes. Todo era nuevo. ¡Cristo había resucitado!, como les había dicho muchas veces. (…).

Se cuenta que San Severino de Sarov, el más popular de los santos rusos, después de haber permanecido en completa soledad, fue enviado a un monasterio a predicar el evangelio. Allí acudían gentes de todas partes. Y el santo, lleno de entusiasmo, sólo repetía una y otra vez: Esta es mi alegría: ¡Cristo ha resucitado! Como si dijera: ¡Aquí está todo! Este es el resumen de mis enseñanzas.

¡Cristo vive! Esta verdad nos llena el corazón, a nosotros y a quienes la anunciamos. (…) Esta es la alegría que debemos comunicar a los demás. En esto consiste esencialmente el apostolado. Ahora también muchos se acercan a nosotros como aquellos griegos que le dijeron a Felipe: queremos ver al Señor. No podemos defraudarlos. Lo daremos a conocer con nuestro ejemplo, con nuestra oración y con nuestra palabra.

(Rvdo. Francisco Fernández Carvajal).

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