En esta Domínica se bendicen los ramos de palma y olivo, en recuerdo de la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén.
En esta bendición se dice una antífona, una Colecta, una Epístola, dos responsorios; el Evangelio en que se cuenta la entrada triunfal del Salvador a Jerusalén; un prefacio con el Sanctus, cinco oraciones, la bendición propiamente dicha, con agua e incienso y una última oración.
El olivo es símbolo de la gracia y la palma, del triunfo. Mediante la gracia de Cristo nosotros triunfamos de nuestros enemigos.
Bendecidos los ramos, se hace la procesión por fuera de la Iglesia, cantando varias antífonas en honra y gloria de Nuestro Salvador. Al llegar a la Iglesia un coro de niños canta a puertas cerradas, dentro de la Iglesia, el himno: Gloria, laus et honor: Gloria, alabanza y honor. Estos coros de niños representan los coros angélicos que también aclaman al Rey Triunfador.
La puerta de la Iglesia se abre cuando el celebrante golpea con la cruz, para significar que Nuestro Señor Jesucristo abrió las puertas del cielo, por los méritos de su pasión y muerte de cruz.
La Misa del Domingo de Ramos está impregnada de tristeza. En la Misa solemne se canta la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según San Mateo.
Ordinariamente cantan la Pasión tres diáconos, el primero representa a Nuestro Señor, el segundo es el cronista que narra, y el tercero representa al pueblo y demás personas que allí intervinieron.
La Semana Santa.
Esta Semana se llama Santa o Mayor por las santidad y grandeza de los misterios que se recuerdan
El Martes Santo se lee en la Misa la Pasión según San Marcos; el Miércoles Santo, la Pasión según San Lucas.
El Oficio de Maitines y Laudes, que se canta la vigilia del Jueves, Viernes y Sábado Santo se llama de Tinieblas, porque antiguamente se cantaba durante la noche y casi a oscuras. Estos oficios revisten un carácter de tristeza, dolor y duelo.
Se coloca en el altar, al lado de la Epístola, un candelabro triangular con quince velas de cera amarilla, encendida; se van apagando sucesivamente después de cada salmo, pero se conserva encendida la última que representa a Jesucristo, Luz del mundo, y se la esconde detrás del altar. Al canto del Benedictus se apagan también los seis cirios del altar. Finalmente se trae el cirio que se había ocultado por breves instantes, para simbolizar los tres días que el Señor permaneció en el sepulcro.
El ruido de manos que se hace al final de Laudes es figura de la perturbación del mundo a la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. (Liturgia, Santiago de Chile, 1935).
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