sábado, 23 de abril de 2011

La sepultura.

Depositaron el cuerpo de Jesús en el sepulcro con suma piedad, y lo cerraron.

Mientras tanto, las mujeres que acompañaban a la Virgen (entre ellas María Magdalena, María la de Santiago y Salomé) siguieron de cerca todas estas operaciones y vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Regresaron a la ciudad y, antes que fuera demasiado tarde por el descanso sabático, prepararon aromas y ungüentos (Lc).

Todos volvieron enseguida a sus casas. Juan, a quien el Señor le había confiado su Madre en el último momento, la llevó consigo, la tomó como suya. Se inició entonces una relación, un intercambio de pensamientos y de afectos que quedará bien reflejado en su evangelio. Algunos discípulos y las santas mujeres quedarían cerca de la Virgen. (…).

En cuanto a los judíos, recordaron unas palabras de Jesús acerca de su resurrección al tercer día. Por eso, sin respetar el descanso sabático y la gran solemnidad de la Pascua, se presentaron de nuevo en el pretorio al día siguiente para exponer a Pilato los temores que aún tenían.

Le pidieron a Pilato una guardia militar para que guardase el sepulcro al menos hasta el tercer día, pues Jesús había dicho que pasadas tres jornadas resucitaría de entre los muertos. Piensan que el cuerpo de Jesús podía ser robado por sus discípulos, y entonces el último engaño sería peor que el primero.

(…)

El cuerpo de Jesús ha quedado en el sepulcro. Cuando nació no dispuso siquiera de la cuna de un niño pobre; en su vida pública no tendrá donde reclinar su cabeza, y morirá desnudo de todo ropaje. Pero ahora, cuando es entregado a los que le quieren y le siguen de cerca, la veneración, el respeto y el amor harán que sea enterrado como un judío pudiente, con la mayor dignidad posible.

No debemos olvidar nosotros que en nuestros sagrarios esta Jesús ¡vivo!, pero tan indefenso como en la Cruz, o como en el sepulcro. En la Sagrada Eucaristía Jesús permanece entre nosotros. Allí se encuentra verdadera, real y substancialmente presente. Es el mismo de Betania, de Cafarnaún, del Calvario… (…).

Cristo se nos entrega para que nuestro amor lo cuide y lo atienda, y para que nuestra vida limpia lo envuelva como aquel lienzo que compró José. Pero además de esas manifestaciones de nuestro amor, debe haber otras que quizá exijan alguna vez parte de nuestro dinero, de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo: José de Arimatea y Nicodemo no escatimaron esas otras muestras de amor real. (…)

Te trataremos bien, Señor, en la Comunión, cuando te visitemos en una iglesia, cuando pasemos delante de Ti en el sagrario…¡siempre!

(Rvdo. Francisco Fernández Carvajal)

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