viernes, 19 de marzo de 2010

San José, Esposo de la Santísima Virgen, Patrono de la Iglesia universal.

En la tribulación y las tinieblas, confiada docilidad de José a la voz del ángel que le trasmite en sueños las órdenes de Dios.
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(I clase, blanco) Conmemoración de la feria. Gloria y Credo. Prefacio de San José.
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Reflexión
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Por su santidad y por los méritos singulares que adquirió el Santo Patriarca en el cumplimiento de su misión de fiel custodio de la Sagrada Familia, su intercesión es la más poderosa de todas, si exceptuamos la de la Santísima Virgen, y es, además, la más universal, extendiéndose a las necesidades, tanto espirituales como materiales, y a cada hombre en cualquier estado en que se encuentre. “De igual modo que la lámpara doméstica que difunde una luz familiar y tranquila –señalaba Pablo VI-, pero íntima y confidencial, invitando a la vigilancia laboriosa y llena de graves pensamientos, conforta del tedio del silencio y del temor a la soledad (…), la luz de la piadosa figura de San José difunde sus rayos benéficos en la Casa de Dios, que es la Iglesia, la llena de humanísimos e inefables recuerdos de la venida a la escena de este mundo del Verbo de Dios hecho hombre por nosotros y como nosotros, que vivió la protección, la guía y la autoridad del pobre artesano de Nazaret, y la ilumina con el incomparable ejemplo que caracteriza al santo más afortunado de todos por su gran comunión de vida con Cristo y María, por su servicio a Cristo, por su servicio por amor” (Homilía, 1966).
Jesús y María, con su ejemplo en Nazaret, nos invitan a recurrir a San José. Su conducta es modelo de lo que debe ser la nuestra. Con la frecuencia, amor y veneración con que acudían a él y recibían sus servicios, han proclamado la seguridad y confianza con que hemos de implorar nosotros su ayuda poderosa. Cuando “nos lleguemos a José para implorar su auxilio, no titubeemos ni temamos, sino tengamos fe firme, que tales ruegos han de ser gratísimos al Dios inmortal y a la Reina de los Ángeles” (Isidoro de Isolano: Suma de los dones de San José). Nuestra Señora, después de Dios, a nadie amó más que a San José, su esposo, que la ayudó, la protegió, y gustosamente le estuvo sometida. ¿Quién puede imaginar la eficacia de la súplica dirigida por José a la Virgen su esposa, en cuyas manos el Señor ha depositado todas las gracias? De aquí la comparación que se complacen en repetir los autores: “como Cristo es el mediador único ante el Padre, y el camino para llegar a Cristo es María, su Madre, así el camino seguro para llegar a María es San José: De José a María, de María a Cristo y de Cristo al Padre” (B. Llamera: Teología de San José).
La Iglesia busca en San José el mismo apoyo, la fortaleza, la defensa y la paz que supo proporcionar a la Sagrada Familia de Nazaret, que fue como el germen en el que ya se encontraba contenida toda la Iglesia. El patrocinio de San José se extiende de modo más particular a la Iglesia universal, a las almas que aspiran a la santidad en medio del trabajo ordinario, a las familias cristianas y a los que se encuentran próximos a dejar este mundo camino a la Casa del Padre.
“Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.
“-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios” (San Josemaría Escrivá: Forja).
Rvdo. P. Francisco Fernández Carvajal.

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