Mensaje a las Comunidades Católicas en Chile
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“El Señor es bondadoso y compasivo”. La antífona del Salmo 102 que este fin de semana proclama la Iglesia universal nos ilumina en esta hora de dolor.
Somos un país que sufre un nuevo golpe de la naturaleza, que llora la pérdida de vidas humanas y que trata de levantarse en medio de circunstancias adversas, buscando personas que aún no han sido encontradas y tratando de recuperar los servicios básicos y algunos bienes materiales que hayan podido resistir a esta horrorosa catástrofe.
Agradecemos y valoramos la disposición de tantas autoridades, servidores públicos y anónimos voluntarios que se están entregando por entero para ayudar a la población que más sufre. Entre ellos, muchos consagrados y agentes pastorales que acompañan a las personas en su dolor con una palabra de consuelo y con la necesaria organización de las redes de ayuda a través de CARITAS.
Necesitamos levantar el ánimo, recuperar las confianzas y trabajar unidos como pueblo. Además de reconstruir edificaciones y caminos, debemos purificar el alma que se fisura por el miedo, la violencia y el descontrol. Es tiempo de tender los puentes más seguros: aquellos que nos permiten reconocernos y abrazarnos como hermanos.
Los dolorosos e incomprensibles episodios de saqueo, pillaje y especulación nos han puesto en un espejo que nos cuestiona en lo más profundo de nuestra formación y valores. Pero, al mismo tiempo, por estos días muchas personas se han preguntado: “¿Cómo estás?”, y se han preocupado por otros. Las pérdidas materiales, relevantes en otro contexto, parecen hoy un aspecto secundario cuando todo un país se duele junto a familias que sufren, que todo lo han perdido y que necesitan por parte nuestra una luz de esperanza.
Los discípulos misioneros de Jesucristo confesamos que Él es nuestra esperanza y nuestra roca. Recorriendo los caminos del Chile que hoy llora, reconocemos en el rostro de tantos hermanos y hermanas sufrientes, en la fracción del pan, en la comunidad solidaria, la presencia de la Vida que brota del amor incondicional y misericordioso que el Padre nos regaló en su Hijo Jesucristo.
Es Cristo Resucitado la muestra más plena de un Dios amoroso que no quiere para sus hijos la muerte ni la destrucción. Creemos en un Padre que no castiga ni prueba a sus hijos con sufrimientos. Creemos en el Dios de Jesucristo que nos comunica su amor ofrendando por nosotros la vida de su Hijo. Por eso Él es nuestra esperanza, por eso en Él hemos puesto nuestra fe.
Un país no se reconstruye con la pura suma de voluntades humanas. Un país necesita de lo mejor de su gente. Para quienes creemos en Cristo, fuente de Vida, Él es el mejor tesoro que podemos ofrecer a Chile, a la patria del Bicentenario, en este tiempo de Misión en el que hoy, más que nunca, queremos hacer de Chile una Mesa para todos. Porque hoy nuestras mesas están cubiertas por escombros, miramos a Jesús para que nos bendiga en la fraternidad: aun sin muros y sin techo, aun sin mesa y sin templos, el Señor sigue reinando en nuestra vida y en nuestro hogar.
Oremos, hermanos, al Dios de misericordia, para que acoja en su presencia a quienes han fallecido. Presentémosle con confianza nuestras heridas y nuestra esperanza. Que Él cure las heridas y despierte en todos nosotros lo mejor de nuestra conciencia solidaria.
En la hora del dolor y de la incertidumbre, vuelve a nuestra memoria el camino que Juan Pablo II nos mostró en su visita a esta patria: “No tengan miedo de mirarlo a Él”. Hoy más que nunca: ¡No tengamos miedo de mirarlo a Él!
Somos un país que sufre un nuevo golpe de la naturaleza, que llora la pérdida de vidas humanas y que trata de levantarse en medio de circunstancias adversas, buscando personas que aún no han sido encontradas y tratando de recuperar los servicios básicos y algunos bienes materiales que hayan podido resistir a esta horrorosa catástrofe.
Agradecemos y valoramos la disposición de tantas autoridades, servidores públicos y anónimos voluntarios que se están entregando por entero para ayudar a la población que más sufre. Entre ellos, muchos consagrados y agentes pastorales que acompañan a las personas en su dolor con una palabra de consuelo y con la necesaria organización de las redes de ayuda a través de CARITAS.
Necesitamos levantar el ánimo, recuperar las confianzas y trabajar unidos como pueblo. Además de reconstruir edificaciones y caminos, debemos purificar el alma que se fisura por el miedo, la violencia y el descontrol. Es tiempo de tender los puentes más seguros: aquellos que nos permiten reconocernos y abrazarnos como hermanos.
Los dolorosos e incomprensibles episodios de saqueo, pillaje y especulación nos han puesto en un espejo que nos cuestiona en lo más profundo de nuestra formación y valores. Pero, al mismo tiempo, por estos días muchas personas se han preguntado: “¿Cómo estás?”, y se han preocupado por otros. Las pérdidas materiales, relevantes en otro contexto, parecen hoy un aspecto secundario cuando todo un país se duele junto a familias que sufren, que todo lo han perdido y que necesitan por parte nuestra una luz de esperanza.
Los discípulos misioneros de Jesucristo confesamos que Él es nuestra esperanza y nuestra roca. Recorriendo los caminos del Chile que hoy llora, reconocemos en el rostro de tantos hermanos y hermanas sufrientes, en la fracción del pan, en la comunidad solidaria, la presencia de la Vida que brota del amor incondicional y misericordioso que el Padre nos regaló en su Hijo Jesucristo.
Es Cristo Resucitado la muestra más plena de un Dios amoroso que no quiere para sus hijos la muerte ni la destrucción. Creemos en un Padre que no castiga ni prueba a sus hijos con sufrimientos. Creemos en el Dios de Jesucristo que nos comunica su amor ofrendando por nosotros la vida de su Hijo. Por eso Él es nuestra esperanza, por eso en Él hemos puesto nuestra fe.
Un país no se reconstruye con la pura suma de voluntades humanas. Un país necesita de lo mejor de su gente. Para quienes creemos en Cristo, fuente de Vida, Él es el mejor tesoro que podemos ofrecer a Chile, a la patria del Bicentenario, en este tiempo de Misión en el que hoy, más que nunca, queremos hacer de Chile una Mesa para todos. Porque hoy nuestras mesas están cubiertas por escombros, miramos a Jesús para que nos bendiga en la fraternidad: aun sin muros y sin techo, aun sin mesa y sin templos, el Señor sigue reinando en nuestra vida y en nuestro hogar.
Oremos, hermanos, al Dios de misericordia, para que acoja en su presencia a quienes han fallecido. Presentémosle con confianza nuestras heridas y nuestra esperanza. Que Él cure las heridas y despierte en todos nosotros lo mejor de nuestra conciencia solidaria.
En la hora del dolor y de la incertidumbre, vuelve a nuestra memoria el camino que Juan Pablo II nos mostró en su visita a esta patria: “No tengan miedo de mirarlo a Él”. Hoy más que nunca: ¡No tengamos miedo de mirarlo a Él!
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† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente
Obispo de Rancagua
Presidente
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† Santiago Silva Retamales
Obispo auxiliar de Valparaíso
Secretario General
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Santiago, 4 de marzo de 2010.
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