Hay un texto latino que hace una descripción de Jesús y que dice de él que “nunca se le vio reír y sí muchas veces llorar”. Se creyó que ese texto, atribuido a Publio Lentulo, que habría sido contemporáneo del Señor, era auténtico; en realidad, no lo es, sino que es un texto apócrifo probablemente del siglo XVI. Es verdad que nunca dicen los Evangelios que Jesús se riera, pero tampoco lo dicen de ninguna otra persona. Y es verdad, también, que hay en los Evangelios testimonios del llanto de Jesús, como cuando lloró profundamente conmovido por la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 33. 35. 38), o cuando derramó lágrimas sobre Jerusalén (Lc 19, 41), la ciudad que “mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados” (Mt 23, 37 y ss), y que no conoció el mensaje de paz, por lo que iba a llegar el día en que de ella no quedaría “piedra sobre piedra” (Lc 19, 41-44).
Sin embargo, hay indicaciones en los Evangelios acerca del tema de la alegría en relación con Jesús. Desde luego leemos que: “en aquel momento Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Lc 10, 21). Este gozo de Cristo es muy sugestivo, porque se habla de él inmediatamente después de una clarificación a los discípulos acerca de cuál debía ser la razón de su alegría: “Regresaron los setenta y dos (discípulos), alegres, diciéndole: Señor, ¡hasta los demonios se nos someten en tu nombre! El les replicó: Os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y, sobre todo, poder del enemigo…, pero no os alegréis de que los espíritus (malignos) se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos (Lc 10, 17-20). Jesús señala otra fuente de alegría: la persecución y la calumnia sufridas por su nombre: “alegraos (entonces), y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt5, 11 y ss; Lc 6, 22 y ss).
Es muy significativo que el célebre código de actitudes del verdadero discípulo de Cristo esté redactado en forma de ocho bienaventuranzas (Mt 5, 1-11; Lc 6, 20-23). ¿Cómo explicar el sentido de la expresión bienaventurado? Diversas traducciones de las sagradas Escrituras emplean como equivalentes las palabras “dichoso” y “feliz”. En otros lugares bíblicos la palabra “bienaventurado” sugiere la condición de una persona que tiene motivos para considerarse venturoso o afortunado, de quien tiene razones para estar contento. En latín la expresión es “beatus”, y sugiere la idea de alegría: a los cristianos que han vivido con heroica fidelidad el Evangelio, la Iglesia, antes de proclamarlos santos, los llama beatos o bienaventurados, precisamente porque están en la gloria de los cielos, la que se llama también “bienaventuranza eterna”. Es muy justificado, pues, concluir que el hombre que practica esas actitudes fundamentales recomendadas por Jesús alcanzará la verdadera alegría. (Cardenal Jorge Medina Estévez).
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