domingo, 21 de marzo de 2010

Primer Domingo de Pasión.

Aceptación del cáliz en el huerto de la agonía: sacrificio interior de Cristo, víctima in tacha, sumo y eterno sacerdote.
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(I clase, morado) Sin Gloria, Tracto, Credo y Prefacio de la Santa Cruz.
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Normas del tiempo de Pasión.
-Se mantienen las normas de la Cuaresma,
-Se suprime el salmo Iudica de las oraciones al pie del altar
-Se suprime el Gloria Patri del Introito
-Se suprime el Gloria Patri del salmo Lavabo.
-Se dice el Prefacio de la Santa Cruz.
-En las misas no se inciensa ni las imágenes de los santos, ni sus reliquias.
-Las imágenes y la cruz del altar han de estar cubiertos con velos morados.
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Reflexión
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En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho…? (Improperios. Liturgia de Viernes Santo).
La liturgia en estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico se centra en la Pascua, este tiempo “aún exige de nosotros una mayor devoción, dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina” (San León Magno, Sermón 47)). “No recorramos, sin embargo, demasiado deprisa ese camino; no dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom 8, 17). Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario” (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa). Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Mientras le hacemos compañía, no olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados (1 Pdr. 2, 24) con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del demonio y de la muerte eterna a gran precio ( 1 Cor 6, 20), el de la Sangre de Cristo.
La costumbre de meditar la Pasión tiene su origen en los mismos comienzos del Cristianismo. Muchos de los fieles de Jerusalén de la primera hora tendrían un recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús, pues ellos mismos estuvieron presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso de Cristo por las calles de la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los evangelistas dedicaron una buena parte de sus escritos a narrar con detalle aquellos sucesos. “Leamos constantemente la Pasión del Señor –recomendaba San Juan Crisóstomo-. ¡Qué rica ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esta farsa abofeteado y sometido a los últimos tormentos, aun cuando fueres más duro que una piedra, te volverás más blando que la cera, y arrojarás toda soberbia de tu alma” (Homilías sobre San Mateo, 87, 1). ¡A cuántos ha convertido la meditación atenta de la Pasión!
Santo Tomás de Aquino decía: “la Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida” (Sobre el Credo, 6). Y visitando un día a San Buenaventura, le preguntó Santo Tomás de qué libros había sacado tan buena doctrina como exponía en sus obras. Se dice que San Buenaventura le presentó un Crucifijo, ennegrecido ya por los muchos besos que le había dado, y le dijo: “Este es el libro que me dicta lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido” (Citado por San Alfonso Mº de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión, I, 4). En él los santos aprendieron a padecer y a amar de verdad. En él debemos aprender nosotros. “Tu Crucifijo. –Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también” (San Josemaría, Camino, 302).
La Pasión del Señor debe ser tema frecuente de nuestra oración, pero especialmente lo ha de ser en estos días ya próximos al misterio central de nuestra redención. (…)
Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra meditación personal, al leer el Santo Evangelio, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Via Crucis… En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores que fueron testigos de esos momentos. Ocupamos un lugar entre los apóstoles durante la última Cena, cuando nuestro Señor les lavó los pies y les hablaba con aquella ternura infinita, en el momento supremo de la institución de la sagrada Eucaristía…, uno más entre los tres que se durmieron en Getsemaní, cuando el Señor más esperaba que le acompañásemos en su infinita soledad…; uno entre los que presenciaron el prendimiento; uno entre los que oyeron decir a Pedro, con juramento, que no conocía a Jesús; uno que oyó a los falsos testigos en aquel simulacro de juicio, y vio al sumo sacerdote rasgarse las vestiduras ante las palabras de Jesús; uno entre la turba que pedía a gritos su muerte y que le contemplaba levantado en la Cruz en el Calvario. Nos colocamos entre los espectadores y vemos el rostro deformado pero noble de Jesús, su infinita paciencia… (…)Para conocer y seguir a Cristo debemos conmovernos ante su dolor y desamparo, sentirnos protagonistas, nos sólo espectadores, de los azotes, las espinas, los insultos, los abandonos, pues fueron nuestros pecados los que le llevaron al Calvario. (…)
La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (Is 53, 5). Jesús crucificado debe ser el libro en el cual, a ejemplo de los santos, debemos leer de continuo para aprender a detestar el pecado y a inflamarnos en el amor de un Dios tan amante…(…) Los padecimientos de Cristo nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento, desgana y pereza. Avivan nuestro amor, y alejan la tibieza. Hacen a nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos. Si alguna vez el Señor permite enfermedades, dolores o contradicciones particularmente intensas y graves, nos será de gran ayuda y alivio el considerar los dolores de Cristo en su Pasión.
Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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