El cristiano, sin embargo, no puede contentarse con contemplar la obra de Cristo: tiene que incorporarse a él. Tiene que “festejar” la nueva Pascua “no con la vieja levadura, no con la levadura de la malicia y de la maldad, sino con los ácimos de la pureza y la verdad” ( 1 Cor 5, 8). La “celebración” de la Pascua no puede quedar en lo exterior, no puede reducirse a un rito, por sagrado que sea; tiene que hacerse vida a través de la muerte del hombre viejo: “¿ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados para participar en su muerte? Con él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que, así como él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva… Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6, 3 y ss, 11).
Así, pues, “celebrar el misterio pascual” no significa solamente participar exteriormente en la celebración eucarística, sino participar interiormente en la muerte de Cristo, muriendo al pecado, para tomar realmente parte en su resurrección, cuyas primicias en este mundo son la vida nueva en Cristo, don del Espíritu Santo y vivificador. Este es el sentido del nuevo culto, el que rinden en todo lugar los adoradores del Padre, que lo adoran en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). Ese culto verdadero, sincero y grato a Dios (Rom 12, 1), es exactamente lo contrario de ritualismo vacío que Dios reprochó a Israel, echándole en cara que “lo glorificaba con sus labios, pero que su corazón estaba muy lejos de él” (Is 29, 13; ver Mt 15, 8 y Mc 7, 6).
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El misterio pascual en la enseñanza del Concilio Vaticano II.
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“Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio “con su muerte destruyó nuestra muerte, y con su resurrección restauró nuestra vida” (Prefacio Pascual)”. (Const. Sobre la Liturgia, nº 5).
“Por el bautismo los hombres son injertados al misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él, y resucitan con él” (Rom 6, 4). (Const. Sobre la Liturgia, nº 6).
“Desde entonces (los tiempos apostólicos), la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiera en toda la Escritura (Lc 24, 27), celebrando la Eucaristía en la que “se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte” (Concilio de Trento, DS 1644)”. (Const. Sobre la Liturgia, nº 6).
“La liturgia de los sacramentos y los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder” (Const. Sobre la Liturgia, nº 61).
Cardenal Jorge Medina Estévez.
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