Recuerdo que, cuando yo era niño, vi un libro de piedad en el que se contenían oraciones y otros ejercicios para prepararse durante un mes a recibir la S. Comunión.
Me impresionó oír, en un retiro, que San Ignacio de Loyola se preparó, una vez ordenado sacerdote, durante todo un año para celebrar por primera vez la Santa Misa.
Uno de mis maestros, sacerdote de la Congregación del Verbo Divino, me contó las severas exigencias del fundador, el bienaventurado padre Arnoldo Jansen, acerca de la preparación para celebrar la Eucaristía y de la acción de gracias que debía seguirla.
Los viejos devocionarios contenían numerosos “actos” de fe, esperanza, amor, arrepentimiento, etc., para recitar antes de comulgar, y otras para dar gracias.
En las sacristías había reclinatorios para que los sacerdotes se recogieran en oración antes de celebrar, y para que dieran gracias después; y solía haber, delante de ellos, un artístico cuadro con hermosas preces para recitar en esas ocasiones.
Cuando llegaba un obispo a un templo para celebrar la S. Misa, luego de la visita al Santísimo Sacramento, se arrodillaba delante del altar para recitar las oraciones preparatorias a la Eucaristía.
He visto al actual Pontífice (se refiere al venerable Juan Pablo II, a tenor de la fecha del escrito), en varias ocasiones, preparándose para celebrar la Misa: sumergido, literalmente, en oración; embebido en un diálogo contemplativo con Dios, como si toda preocupación ajena a la celebración de los santos Misterios hubiera desaparecido; como si el tiempo no pasara, sin prisa; “dedicado” a hacer lo más importante de su día; a hacerlo bien, para sacar de allí fuerzas para su ministerio de Pastor universal y de siervo de los Siervos de Dios.
Alguien me dijo que, en el siglo pasado, había, en Chile, piadosos sacerdotes que dejaban de celebrar la S. Misa una vez por semana, no por pereza o desinterés de las cosas de Dios –lejos de eso- sino para evitar la rutina (continúa).
Fuente: Cardenal Jorge Medina Estévez: A la luz de la fe. Santiago. Ediciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile. 1990.
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