martes, 23 de febrero de 2010

La humildad cristiana II.

13. Purificar el corazón del deseo de ser aplaudido, reconocido u honrado, y alegrarse cuando alguna buena obra nuestra es vista sólo por el Señor.
14. Guardar a los demás las consideraciones que nos agrada que otras personas tengan para con nosotros.
15. Saber recibir las críticas que nos hacen, y tratar de discernir lo que en ellas puede haber de valedero, no cediendo a la tentación de descalificar de inmediato a quien nos manifiesta su desacuerdo.
16. Alegrarnos cuando los hombres se dan cuenta de nuestra pequeñez, para que así la gloria pertenezca sólo al Señor.
17. Tratar que las consideraciones de “prestigio” y de “status” no sean determinantes en nuestras decisiones y actuaciones.
18. Tener gran amor a la verdad (= humildad) considerando que toda falta contra la humanidad entraña en alguna medida elementos de falsedad, atribuyendo importancia o valor a lo que no lo tiene.
19. Decir la verdad, aunque de ello resulte algún desmedro para nosotros, porque la verdad nos hace verdaderamente libres, como dice el Señor.
20. Tener siempre presente que el único juicio verdadero, justo e importante sobre nosotros es el que Dios tiene acerca de cada cual. Los juicios de los hombres no llegan, con frecuencia, más allá de las apariencias: por eso los hombres se decepcionan; Dios, jamás.
21. Dar siempre las gracias a quien nos hace un servicio, una atención o incluso cumple para con nosotros un deber suyo. Y agradecer tanto al superior como al inferior.
Una frase del apóstol puede servir para terminar estas reflexiones:
Hombre, “¿quién es el que te hace preferible?, ¿qué tienes, que no lo hayas recibido? Y si todo lo has recibido, ¿de qué te glorías o ensoberbeces, como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7).
Ante el Verbo eterno llevado en las entrañas de María, ante su nacimiento pobre y humilde, ante la humilde esclava del Señor, ante el Bautista deseoso de desaparecer para que brillara la luz de Cristo, ¿qué queda sino lamentar la ceguera de nuestras soberbias, y pedirle al señor que nos conceda la verdadera humildad, sin la cual no puede haber verdadera caridad, al decir de San Agustín? (Cardenal Jorge Medina Estévez).

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