Decimos con frecuencia que no sabemos orar.
¿Cómo se ora?
Es algo muy sencillo. Pero yo insistiría principalmente en esto: ora, como sea, pero ora; recita las oraciones que te enseñaron cuando eras niño.
Ora, como sea, pero ora. Es necesario.
No he de decir jamás: no oro, porque no sé orar. Esto no es verdad. Todos y cada uno de nosotros sabemos orar. Las palabras de la oración son muy sencillas, el resto viene por sí solo.
Decir “no sé orar” significa engañarse a sí mismo; a sí mismo y, tal vez, a alguien más. Es un caso de pobreza de espíritu, de falta de buena voluntad y valentía. Hay que orar como sea: con el devocionario o de memoria; eso es lo de menos.
También se puede orar con el pensamiento. El hombre, cuando se halla en contacto con la naturaleza, ora perfectamente. La naturaleza, en la que el hombre se sumerge, habla casi por él y le habla a él.
La oración más completa es, sin género de dudas, la Santa Misa. La grandeza de la oración envuelve y colma al hombre, pero con una condición de que el hombre aprenda a tomar parte de ella, sin limitarse sólo a “estar presente”, en un rincón, haciendo simplemente acto de presencia, oyendo de paso lo que dice el sacerdote, para después dar media vuelta e irse.
Yo os aseguro que, si nos esforzamos en participar, la Santa Misa irá, con su oración, poco a poco colmándonos.
No puedes, por lo tanto, decir que no sabes orar y que la oración es un fastidio. Estás henchido de la oración de Cristo, y lo que se diga, como se diga, como se viva, como se perciba, pasa a segundo plano frente a la realidad de estar henchidos por la oración de Cristo.
No sé cómo exhortaros para que aprendáis a participar en la Santa Misa y no sólo a “estar presentes”.
Participad con el pensamiento, con el corazón, con la voluntad, con el pecado. Sí, incluso con el pecado. Porque al comienzo de la Misa rezamos el “Confiteor”, que es como decir: “He pecado contra Ti”.
Es necesario perseverar en esta actitud, que, en cierta manera, está en crisis en la edad juvenil. Recordemos, sin embargo, que Cristo ha dicho: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra alma” (Lc 21, 19).
Fuente: De una tanda de ejercicio espirituales dirigidos a la juventud universitaria por el obispo Karol Wojtyla en Cracovia el año 1962.
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