Así como en el desarrollo muscular se emplean diversos tipos de ejercicios, así, también, la ascesis cristiana conoce variados modos de fortalecer el espíritu. No está de más recordar la palabra la palabra de San Pablo que dice: “Lucho, no como quien azota el aire, sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, habiendo sido yo heraldo (del Evangelio) para los otros, resulte yo mismo descalificado” (1 Cor 9, 27).
La Tradición cristiana recoge muchos medios ascéticos y de penitencia. No es este el lugar de enunciarlos todos, ni tampoco los más excepcionales; recordaremos más bien los que son más sencillos y que pueden ser practicados por todos.
Un primer grupo se refiere a la comida y a la bebida, y es lo que genéricamente se llama ayuno. Puede ser la privación de alimento durante algún tiempo, algunas horas, o la disminución de lo que se ingiere habitualmente. Puede ser la privación de algún alimento determinado, sobre todo si es muy apetecido y caro. Hoy día la ciencia médica indica a algunos pacientes un determinado “régimen” alimenticio, el que consiste en privarse de ciertos alimentos. Seguir el régimen puede ser un buen ejercicio ascético.
Es bien sabido que el hábito de fumar daña gravemente el organismo. Disminuir lo que se fuma o, mejor aún, dejar totalmente el tabaco, es un ejercicio ascético nada despreciable. Además, va directamente a favor de la salud propia y la ajena, ya que los que están cerca de fumador reciben, quiéranlo o no, una parte del humo y del perjuicio consiguiente.
La puntualidad es también un ejercicio ascético, y constituye una delicada forma de caridad y consideración para con el prójimo. Implica ordenarse, organizarse y no hacer perder el tiempo a los demás.
El horario fijo de levantarse, con el consiguiente vencimiento de la pereza, es un ejercicio al alcance de todos.
La paciencia con otras personas, sobre todo con las que son tediosas o inoportunas, implica un vencimiento propio muy provechoso.
Sufrir las incomodidades del clima, de ciertas enfermedades o del trabajo fastidioso o agobiador, sin quejarse, es algo que exige a la larga un esfuerzo considerable.
Al alcance de todos está privarse de alguna golosina, o de algo de comer a deshora, o de adquirir algún objeto que no es estrictamente necesario, sobre todo si el dinero que se habría gastado en ello se emplea en hacer limosna.
Orar de rodillas es un signo especial de respeto a Dios, y, además, un vencimiento de la propia comodidad.
Y no podemos olvidar otros campos en que la ascesis es muy necesaria. Desde luego, el control sobre nuestras palabras. Dice la Carta de Santiago: “Si alguno no peca de palabra, es varón perfecto, capaz de gobernar con el freno todo su cuerpo. A los caballos les ponemos frenos en el hocico, para que nos obedezcan, y así gobernamos todo su cuerpo… Siendo uno de nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e inflamada por el infierno, inflama a su vez toda nuestra vida… Con ella bendecimos al Señor y Padre nuestro, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios” (Sant 3, 2-12). No todo lo que se sabe se puede decir, y hay cosas que se saben, y que son ciertas, y que no se deben decir.
Fuente: Cardenal Jorge Medina Estévez: A la luz de la fe. Santiago. Ediciones de la Universidad Católica de Chile. 1990.
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