sábado, 27 de febrero de 2010

Acerca de la Cruz, I.

¿Quién podría poner en duda la importancia que reviste el signo de la cruz para los cristianos? En un viejo catecismo que aprendíamos con provecho en nuestra infancia, a la pregunta acerca de cuál es la señal del cristiano, se respondía diciendo: “la cruz es la señal del cristiano”. “Señal” equivale aquí a “distintivo”, y podría considerarse como sinónimo de “insignia”. En otras palabras, la cruz es algo que identifica y distingue al cristiano, algo que el es propio, algo que pertenece a su fisonomía espiritual, y todo esto de tal modo que no puede decirse en modo alguno de quien no profesa la fe cristiana.
Es tan obvia la relación de la cruz con la vida cristiana, que está presente en variadas formas y momentos de la existencia del creyente y de la comunidad misma. La cruz adorna la cúspide de las torres y cúpulas de los templos, los ornamentos y vasos sagrados. En el altar donde se celebra la Eucaristía, debe haber una cruz. La fe simple de los cristianos de todos los tiempos los movió a erigir cruces a la vera de los caminos o en la cumbre de las montañas como recuerdo de un acontecimiento religioso. Aunque a veces el uso de una cruz pendiente del cuello pudiera no tener más alcance que una moda, es claro que la generalidad de quienes la usan así desea profesar en algún modo su fe cristiana. Sobre el ataúd que contiene los restos mortales de un cristiano, se coloca siempre una cruz, y es la cruz la que distingue la sepultura de un creyente. Numerosas diócesis, parroquias y templos tiene como titular la santa cruz. Y no olvidemos que no pocas condecoraciones con que los gobiernos honran a grandes servidores públicos o a meritorias personalidades extranjeras, tiene forma y nombre de cruz. Hay templos que tienen como planta la forma de la cruz y en la misma naturaleza se ve este signo sagrado, como, por ejemplo, en las aves que extienden sus alas para volar, o en el lomo de los humildes asnos, que una leyenda dice que quedaron marcados con el signo sacro desde que sirvió, uno de ellos, de cabalgadura al Señor Jesús.
No sabemos exactamente la forma que tendría la cruz en que estuvo clavado y en que murió Jesucristo. Es probable que haya constado de un palo vertical que estaba plantado y fijo en el lugar de las ejecuciones, y que tenía en lo alto una espiga en la que encajaba horizontalmente el otro madero, que era llevado sobre sus hombros por el condenado a la ejecución. Llegada la comitiva al lugar del suplicio, se clavaban los brazos del candidato a la crucifixión en el madero horizontal, se lo izaba hasta encajar la hendidura de este en la espiga del madero vertical, y se clavaban los pies de este último. Así esperaba el ajusticiado la hora de su muerte, provocada por desangramiento, por congestión pulmonar y asfixia, sin descartar las mordeduras en los pies por perros hambrientos y semiferoces que deambulaban en las afueras de las ciudades. No conocemos las medidas de la cruz de Cristo, ni la madera de que estuvo hecha, a no ser esta última a partir de los trozos que se conservan y que son considerados como partes de la verdadera cruz. El leño horizontal puede haber medido unos dos metros o algo menos y el vertical no menos de tres metros, contando con la parte clavada en la tierra.
Fuente: Cardenal Jorge Medina Estévez.

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