¿Qué significa orar? ¿Por qué orar?
Pienso, mis queridos amigos, que, a grandes rasgos, hemos respondido ya a estas preguntas. Y al dar la respuesta hemos tratado de trazar los caminos por los que el hombre marcha hacia Dios y por los que Dios se acerca al hombre. Hemos tratado también de indicar cuál es el lugar del encuentro.
La oración es conversación. Sabemos muy bien que se puede conversar de diversas maneras. Algunas veces la conversación es un simple intercambio de palabras; nos hallamos sólo en la fase exterior. Pero, en verdad, la conversación profunda se da cuando pronunciamos no sólo palabras, sino cuando intercambiamos pensamientos, corazón y sentimientos, cuando intercambiamos nuestro “yo”.
La oración del hombre, incluso en las diversas formas que asume, se sitúa en diversos niveles y a diversas profundidades: ora el musulmán que con gran ímpetu invoca, en el preciso momento, se halle donde se halle, a su Allah; ora el budista sumergido en un total recogimiento, como anulándose a sí mismo; ora el cristiano que toma de Cristo la palabra “Padre”, para lo cual goza en su propio espíritu, por medio del Espíritu de Cristo, de una garantía maravillosa.
Por eso, cuando oro, cuando oramos, todos los caminos se compenetran entre sí y forman una vía única. El soplo y la inspiración vienen a nosotros, a nuestra mente y a nuestros labios, sobre todo por el testimonio de Jesucristo, que nos enseña a decir: “Padre nuestro”.
Acojamos el testimonio de Cristo y, ayudados de estas consideraciones, repitamos juntos las palabras que El mismo nos ha enseñado. Descubriremos aquello de lo que principalmente se trata a lo largo de los ejercicios, aquello a lo que todo debe enderezarse y de lo que todo debe provenir.
Digamos: Padre nuestro…
De los ejercicios espirituales dados por el Arzobispo Wojtyla en Cracovia en 1972.
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