La palabra testigo –en griego, mártir- toma en la Iglesia un significado muy profundo: mártir es aquel que da testimonio, y la Iglesia, en cuanto comunidad de hombres, existe por su confesión y testimonio de Cristo.
La Iglesia tiene en muy alta consideración este papel suyo. Y lo confirma con la Santa Misa.
Seguramente os llama la atención el que en la Santa Misa el sacerdote se incline y bese el altar. Pues bien, lo hace porque en el altar se guardan las reliquias de los mártires que con su muerte dieron testimonio de Cristo, desde los primeros siglos, cuando no había iglesias y la Santa Misa se celebraba sobre las tumbas de los mártires, en las Catacumbas. Cuando se pudo salir de las Catacumbas, la Iglesia supo mantener esta práctica. Y aunque en verdad los altares no son ciertamente tumbas, sí que son, en razón de esas reliquias, una especie de pequeños sepulcros. Por lo tanto, es muy significativo el gesto del sacerdote que se inclina y besa esas reliquias y, vuelto al pueblo, dice: “El Señor esté con vosotros”. Este gesto se extiende a la comunión profunda entre esos mártires, que dieron testimonio de Cristo, y nosotros, que lo damos también, razón por la que estamos presentes en la Iglesia, en la Santa Misa.
Esta es, queridos amigos, la Iglesia.
La Iglesia fue organizada desde dentro por el propio Cristo.
Cristo le dijo a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-20). Y dijo a los Apóstoles: “Id por todo el mundo, enseñad a todos los pueblos…; ved que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19).
Cristo ha organizado la Iglesia desde dentro, una vez para siempre. La Iglesia, sociedad humana, se regenera y perdura a través de los siglos gracias a que Cristo la crea continuamente y la organiza desde dentro, como organismo suyo que es, su Cuerpo místico.
Y esto acontece por nosotros, mediante aquello que Cristo realiza en nosotros.
Ocurre así que Cristo crea en nosotros y nosotros en El. Estamos hablando de la Iglesia.
Mis queridos amigos, la Iglesia es, en su destino, semejante a Cristo. Y no puede ser de otra manera. Lo dijo Cristo a aquellos primeros testigos, a sus Apóstoles: “No es el discípulo mayor que su Maestro. Si me han perseguido a Mí, os perseguirán también a vosotros. Y si guardan mis palabras, guardarán también las vuestras” (Mt 10, 2). Todo esto se refiere también a nosotros.
De este modo, Cristo estableció una vez para siempre el destino de la Iglesia, ligándolo al suyo, porque sabía que lo que el Evangelio ha aportado a la humanidad se realiza difícilmente.
Fuente: De una tanda de ejercicios espirituales para jóvenes universitarios dados en Cracovia en 1962 por el Obispo Karol Wojtyla.
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