jueves, 17 de febrero de 2011

Padres de la Iglesia (IX).

El Cristo total está formado por Cristo-cabeza y Cristo-cuerpo, es decir, la Iglesia, Agustín, Esposizione sui Salmi, salmo 3, 9.
“Este salmo puede referirse en otro sentido a la persona de Cristo, a saber, en el sentido de que en él habla Cristo en su totalidad. Digo en su totalidad, es decir, con su cuerpo, del que es cabeza, según el Apóstol que dice: Vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo (1 Co 12, 27). El es, pues, la Cabeza de este cuerpo. Por eso en otro lugar dice: Realizando la verdad en el amor, crecemos de todas las formas en él que es la cabeza, Cristo, por el que todo el cuerpo está unido y compuesto (Ef 4, 15-16). Por tanto, en el profeta hablan juntos la Cabeza y la Iglesia constituida en todo el mundo en medio de las tempestades de las persecuciones, como sabemos que ya ha sucedido: Señor ¡cómo se han multiplicado los que me persiguen! Muchos se levantan contra mí deseando exterminar el nombre cristiano. Muchos dicen a mi alma: no hay salvación para él en su Dios. No esperarían que se pudiera destruir de alguna forma la Iglesia, tan ampliamente difundida, si creyesen que Dios cuida de ella. Pero tú, Señor, eres el que me acoge: en Cristo, sin duda. En efecto, también la Iglesia, en aquel Hombre, ha sido asumida por el Verbo, que se hizo carne y habitó entre nosotros: porque nos ha hecho sentarnos junto a él en los cielos. Cuando la Cabeza va delante, los miembros la siguen Pues ¿quién nos separará del amor de Cristo? (Rm 8, 35). Justamente por eso dice también la Iglesia: tú eres el que me acoge. No se atribuye a sí misma la excelencia cuando entiende que de él es la gracia y la misericordia. Tú eres el que sostiene mi cabeza: el mismo que, primogénito de entre los muertos, subió al cielo. Con mi voz clamé al Señor y me escucho desde su monte santo. Esta es la oración de todos los santos, el olor suavísimo que sube hasta la presencia del Señor. He aquí que la Iglesia es escuchada desde el monte mismo, que es también su cabeza: o bien es escuchada por aquella justicia de Dios por la que son liberados sus elegidos y castigados sus perseguidores. Que diga también el pueblo de Dios: “Dormí, descansé y me he despertado, porque el Señor me sustentará”, para unirse y adherirse a su Cabeza. Pues a este pueblo se dice: Despierta, tú que duermes y levántate de los muertos y Cristo estará cerca de ti (Ef 5, 14), ya que ha sido tomado de los pecadores, de quienes se dice en general: los que duermen, duermen de noche (1 Ts 5, 7). Diga también: no temeré los millares de pueblos que me rodean, es decir, la gente que lo asedia para aniquilar, si fuese posible, el nombre cristiano donde quiera que se encuentre. Mas, ¿cómo temer cuando el ardor del amor de Cristo se enciende, alimentado como por óleo por la sangre de los mártires? Levántate, Señor; sálvame, Dios mío. El cuerpo puede decir esto a su Cabeza, porque ha sido salvado en la elevación del que ha subido a lo alto, ha hecho cautiva a la esclavitud y ha dado dones a los hombres. El profeta se expresa así refiriéndose a la predestinación, por la cual la mies madura, de la que se habla en el Evangelio, hizo bajar a nuestro Señor a la tierra, y cuya salvación está en la resurrección del que se dignó morir por nosotros. Ya que has herido a los que se oponían contra mí sin motivo, has partido los dientes de los pecadores. Mientras reina a Iglesia, los enemigos del nombre cristiano son heridos por la confusión y se hacen vanas tanto sus palabras injuriosas como su poder. Tened fe, pues, hombres porque del Señor es la salvación; y tú, oh Señor, da a tu pueblo la bendición”.

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