Nuestro Señor Jesucristo instituyó la Eucaristía por dos causas: primera, para que sea alimento divino de nuestras almas, con el cual podamos defender y conservar la vida espiritual; y la segunda para que tenga la Iglesia un sacrificio perpetuo, por cuya virtud se expíen nuestros pecados, y el Padre celestial, gravemente ofendido con frecuencia por nuestras infidelidades, convierta su ira en misericordia, y el rigor de sus justos castigos en clemencia.
(Catecismo Romano del Concilio de Trento)
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