Bajo el amparo de Santa Bárbara, virgen y mártir, Patrona de Casablanca, promovemos la Tradición Católica. Dilexísti justítiam, et odísti iniquitátem. (Ps. 44,8).
lunes, 28 de febrero de 2011
Sexagésima
domingo, 27 de febrero de 2011
Domingo de Sexagésima.
Parábola del Sembrador (Lucas VIII, 4-15). Esta parábola tiene por objeto mostrar la suerte que espera a la palabra de Dios, y sobre todo al reino de Cristo, según que encuentren el alma y la inteligencia de los hombres más o menos bien dispuestas. Enséñanos de cuán diversa manera es acogido el reino de los cielos, según sean los obstáculos que encuentre en los corazones; y nos invita al mismo tiempo, a remover esos obstáculos y a preparar nuestro corazón para recibir el reino de Dios.
La consecuencia que debemos sacar de esta parábola, es que es necesario remover todos los obstáculos que se oponen a que la palabra de Dios produzca en nuestro corazón los frutos que de ella son de esperar. He ahí, por qué añadió el Salvador estas importantísimas palabras: “El que tiene oídos para oír, que oiga” (Marc., IV, 9; Matth., XIII, 9). Para hacer esto, la parábola misma nos ofrece excelentes motivos. El primer motivo es la naturaleza del campo, o sea de nuestro corazón. Nosotros podemos producir fruto, si queremos. He aquí una diferencia esencial entre un trozo de tierra y nuestro corazón. Sobre este tenemos poder, mientras que sobre la tierra, nada podemos, o muy poco. Según San Marcos (IV, 26-29) la gracia no nos falta nunca. Si un campo, por malo que sea, puede convertirse en tierra fértil, con tal que asiduamente lo cultivemos, ¡con cuánta mayor razón sucederá esto con nuestro corazón! Trabajemos, pues, y preparemos la tierra de nuestro corazón; removámosla, labrémosla, y limpiémosla de malas hierbas y espinas.
El segundo motivo está en la preciosidad de la semilla. Esta es preciosísima en sí misma, a causa de su origen y de su naturaleza, puesto que es sobrenatural y divina. La creación entera con todas sus fuerzas naturales, es incapaz de producir un solo grado de gracia, ni tampoco de merecerlo. También es preciosa la semilla por su gran fertilidad y por la ganancia que nos puede producir. Por muy fértil que pueda ser un grano de trigo, sembrado en las mejores condiciones imaginables, es incomparablemente mayor la fertilidad de una gracia, la cual da frutos de infinito valor, a saber, la vida eterna. ¡Cuán grande y lamentable no será, pues, la desgracia de los que echan a perder tan preciosa semilla, por pasiones tan despreciables como la pereza, la inconstancia, la concupiscencia de la carne y las riquezas!
El tercer motivo está en el sembrador. El sembrador es Dios, el divino Salvador. ¡Cuánto le ha costado el comprar esta preciosa semilla, el traérnosla y sembrarla en nuestra alma! ¡Con cuánta liberalidad la esparce por el mundo y en nuestros corazones! ¡Con cuánto anhelo desea que produzca fruto en nosotros! Jamás, sembrador alguno ha deseado con tanto ardor recolectar fruto de su semilla como lo desea Jesús. Lo desea para nosotros, para la Iglesia docente, encargada de esparcir, en su nombre, la buena semilla; lo desea para la Iglesia entera, cuya riqueza, mérito, fuerza y amistad con Dios aumentan con una cosecha abundante recolectada en nuestros corazones; lo desea, finalmente, para sí mismo. El es el sembrador, el cultivador y el dueño de la semilla, del campo y de la cosecha.
(R. P. M. Meschler, S.J., 1958).
sábado, 26 de febrero de 2011
El Bautismo (II).
Ceremonias que acompañan a la administración del Bautismo.
Ante la pila bautismal, el catecúmeno interpelado por el sacerdote y contestado por boca del padrino, renuncia a Satanás, a sus pompas y a sus obras; renuncia que constituye lo que llamamos promesas del bautismo. El sacerdote le unge con el óleo santo en el pecho y en las espaldas porque como soldado de Cristo tendrá en adelante que sostener combates contra el mundo y el demonio. Acto continuo se le exige la profesión explícita de su fe, en cada uno de los artículos del símbolo, y hecha por boca del padrino la profesión de fe, el sacerdote administra el bautismo echando el agua y pronunciando las palabras sacramentales.
Ceremonias que siguen a la administración del Bautismo.
El sacerdote unge la coronilla del bautizado con el santo crisma para denotar que ya es cristiano y que ha recibido la unción invisible del Espíritu Santo. Se le impone después una vestidura blanca, símbolo de la inocencia bautismal alcanzada, que debe conservar inmaculada hasta la muerte, para presentarse ante el tribunal de Jesucristo con la inocencia tal como la recibió en el bautismo. Por último se le pone en las manos un cirio encendido para advertirle que desde ahora tiene la obligación de hacer brillar, delante de todo el mundo, la luz de su fe y buen ejemplo.
El nombre del bautizado es inscrito después en los registros parroquiales, quedando escrito en el libro de la vida allá en el cielo.
Ejemplos bíblicos:
Paso del Mar Rojo, figura del Bautismo (Éxodo XIV, 14-31).
Bautismo de Jesucristo (S. Mateo III, 15-17).
Bautismo conferido por el diácono Felipe al tesorero de la reina de Etiopía (Hechos VIII, 29-39).
(L. Ramírez Silva, S.J., Compendio de la Doctrina Cristiana, 1939).
viernes, 25 de febrero de 2011
El Bautismo.
jueves, 24 de febrero de 2011
La Santísima Eucaristía llena su misión vivificante en la Iglesia de siete maneras diferentes.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Actualización de la Galería de Fotos.
martes, 22 de febrero de 2011
El Santísimo Sacramento del altar y la vida de la Iglesia.
lunes, 21 de febrero de 2011
Id también vosotros a mi viña.
domingo, 20 de febrero de 2011
Domingo de Septuágesima.
sábado, 19 de febrero de 2011
Súplica al Santo Padre, el Papa Benedicto XVI.
viernes, 18 de febrero de 2011
Entrevista a don Leo Darroch.
jueves, 17 de febrero de 2011
Padres de la Iglesia (IX).
miércoles, 16 de febrero de 2011
Padres de la Iglesia (VIII)
martes, 15 de febrero de 2011
Grano de mostaza.
lunes, 14 de febrero de 2011
domingo, 13 de febrero de 2011
Sexto Domingo después de Epifanía.
sábado, 12 de febrero de 2011
Santa Misa en Casablanca
INVITACION
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Se invita cordialmente a Ud. y Familia
a la SANTA MISA de acuerdo al venerable
RITO ROMANO ANTIGUO
(en latín y con canto gregoriano)
correspondiente al
VI Domingo después de Epifanía.
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Domingo 13 de febrero a las 17:00 hrs
Parroquia Santa Bárbara de Casablanca
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viernes, 11 de febrero de 2011
Aparición de la Sma. V. María Inmaculada en Lourdes.
Las apariciones se sucedieron durante diecisiete días más. La niña preguntaba su nombre a la Señora, y esta “sonreía dulcemente”. Por fin, Nuestra Señora le reveló que era la Inmaculada Concepción.
En Lourdes se han sucedido muchos prodigios sobre los cuerpos y más aún sobre las almas. Incontables han sido las curaciones y muchos más quienes han vuelto sanos de las diferentes enfermedades que también puede padecer el alma, habiendo recobrado la fe, con una piedad más recia o con una aceptación amorosa de la voluntad divina.
La Iglesia propone a nuestra consideración las palabras del profeta Isaías que consolaba al pueblo elegido en el destierro con la vuelta a la ciudad santa, en la que encontrarían el consuelo como un hijo pequeño en su madre. Porque así dice el Señor: Yo haré derivar hacia ella, como un río de paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré Yo…
Al meditar en la fiesta de hoy, vemos cómo el Señor ha querido poner en manos de su Madre todas las verdaderas riquezas que los hombres debemos implorar, y nos ha dejado en Ella el consuelo del que andamos tan necesitados. Aquellas dieciocho apariciones a la pequeña Bernardette son una llamada que nos recuerda la misericordia de Dios, que se ejerce a través de Santa María.
La Virgen se muestra siempre como Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos. Nosotros, al hacer hoy nuestra oración, acudimos a Ella, pues son muchas las necesidades que tenemos a nuestro alrededor. Ella las conoce bien, nos escucha allí donde nos encontramos y quiere que acudamos a su protección. Y esto nos llena de alegría y de consuelo, especialmente en la fiesta que hoy celebramos. A Nuestra Señora acudimos como hijos que no se quieren alejar de Ella: “Madre, Madre mía”, le decimos en la intimidad de nuestra oración, pidiéndole ayuda en tantas necesidades como nos apremian: en el apostolado, en la propia vida interior, en aquellos que tenemos a nuestro cargo, y de los que nos pedirá cuentas el Señor.
Consolatrix afflictorum, Salus infirmorum, Auxilium christianorum…, ora pro eis…, ora pro me.
jueves, 10 de febrero de 2011
Padres de la Iglesia (VII)
“Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir “Cristo”. Mesías es lo mismo que Cristo: se dice Mesías en hebreo y en griego se dice Cristo, que en latín significa Ungido. Por eso el término griego “crisma” se dice en latín “unción”. El Señor es llamado Cristo, es decir, Ungido, porque, como dice Pedro: “El Señor lo ha ungido con Espíritu Santo y poder” (Hch 10, 38). Por este motivo también el salmista canta su alabanza: “Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría por encima de tus compañeros” (Sal 44, 8). Nos llama a nosotros “sus compañeros” porque en el bautismo nosotros somos ungidos también con el crisma visible para recibir la gracia del Espíritu Santo y somos llamados cristianos por el nombre de Cristo. Pero ha sido ungido más que los compañeros aquel a quien, como testimonia Juan Bautista: “Dios no le ha dado el Espíritu según medida”, sino que “en sus manos lo ha puesto todo” (Jn 3, 34.35). En efecto, de los que participan de la misma unión dice el Apóstol: “A cada uno de nosotros se nos ha dado la gracia según la medida querida por el beneplácito de Cristo” (Ef 4, 7). Y en la Ley eran llamados cristianos los sacerdotes y el rey como prefiguración del verdadero Rey y Pontífice, nuestro Señor y Salvador, y para prefigurarlos eran ungidos también con óleo material. Pero no sólo los de entonces, sino que también los cristianos de nuestro tiempo, así como son llamados cristianos por el nombre de Cristo, así también por la unción del santo crisma, es decir, por la gracia del Espíritu por la que son consagrados, con razón son llamados cristianos, según el testimonio del profeta que dice: “Has venido para salvar al pueblo, para salvar a tus cristos” (Hab 3, 13). Ha venido para salvar al pueblo y para salvar a sus cristos el que ha bajado del cielo y se ha encarnado por nosotros los hombres y por nuestra salvación, para ungirnos con la gracia espiritual, para curarnos de nuevo y hacernos partícipes de su santo nombre”.
miércoles, 9 de febrero de 2011
martes, 8 de febrero de 2011
Libros Litúrgicos.
lunes, 7 de febrero de 2011
La Santa Misa
Nuestro Señor Jesucristo instituyó la Eucaristía por dos causas: primera, para que sea alimento divino de nuestras almas, con el cual podamos defender y conservar la vida espiritual; y la segunda para que tenga la Iglesia un sacrificio perpetuo, por cuya virtud se expíen nuestros pecados, y el Padre celestial, gravemente ofendido con frecuencia por nuestras infidelidades, convierta su ira en misericordia, y el rigor de sus justos castigos en clemencia.
(Catecismo Romano del Concilio de Trento)
domingo, 6 de febrero de 2011
Quinto Domingo después de Epifanía.
En aquel tiempo: Dijo Jesús a las turbas esta parábola: Semejante es el reino de los cielos a un hombre, que sembró buena simiente en su campo. Y mientras dormían los hombres, vino el enemigo, y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Estando ya el trigo verde y apuntando la espiga, apareció también entonces la cizaña. Y llegando los criados del padre de familias, le dijeron: Señor, ¿por ventura no sembraste buena simiente en tu campo? pues ¿cómo tiene cizaña? Contestóles: Algún enemigo mío ha hecho esto. Y le dijeron los criados: ?Quieres que vayamos a sacarla? No; les respondió; no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo. dejad crecer una y otro hasta la siega, que al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primeramente la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo metedlo en el granero.
sábado, 5 de febrero de 2011
En la Iglesia brotará siempre cizaña.
Esta clase de cizaña se encontrará siempre en la Iglesia; el Salvador la profetiza. Con esto quedan refutados los navacianos, los montanistas y sobre todo los donatistas, y en cierto sentido los fariseos.
Pero no todo lo invadirá en la Iglesia la cizaña. También esto se deduce claramente de la parábola (Mathh., XIII, 29, 30, 43). Con esto quedan refutados los protestantes, quienes afirman que, hasta su venida al mundo, la Iglesia toda había caído en el error, tanto en el dogma como en la moral.
La cizaña no viene de Dios ni de la Iglesia. Nace sí, en esta, pero no procede de ella. Su dogma y su moral pueden dar ocasión a que nazca la cizaña, pero no pueden ser su causa. El mal no viene de la observancia de los preceptos evangélicos y eclesiásticos; sino de la transgresión de los mismos. La Iglesia no ha reconocido jamás la cizaña como fruto propio, antes ha hecho siempre esfuerzos para impedir su nacimiento (Mathh., XIII, 28). De este modo queda también refutado el sistema protestante, según el cual todas las sectas deben ser toleradas en la Iglesia. A lo más, el mal puede atribuirse como causa coeficiente a la negligencia de los pastores de la Iglesia cuando se muestran negligentes.
El sembrador de la cizaña es siempre el enemigo, el demonio, mediante la inconstancia y la inclinación de los hombres al mal (Mathh., VIII, 25. 39). La expresión del Salvador: “Es el hombre enemigo quien ha sembrado la cizaña”, es, no pocas veces, una triste realidad. Por espíritu de venganza o de malevolencia, hay quienes arrojan al campo de otro, la cizaña, haciendo así imposible la cosecha de trigo, por espacio de algunos años. Las leyes romanas mismas tenían previsto este caso. Esto mismo hace también el espíritu maligno en el reino de Dios, en la Iglesia. El Salvador no siembra más que el bien, públicamente, y a costa de trabajos y fatigas; el enemigo siembra cizaña, de noche, por envidia y odio. El mal es, con frecuencia, más activo y diligente que el bien.
Dios no quiere la cizaña, detesta el mal; pero no se apresura a arrancarla, antes permite que crezca con la buena semilla. ¿Por qué? Primeramente, por respeto a la cizaña misma. El ha creado libres a los hombres y quiere dejarles la libertad. Por eso antes de suprimir la libertad, prefiere permitir los abusos de ella o el mal. Los malos, por otra parte, pueden convertirse, mientras viven, y nosotros no podemos jamás suponer que no se convertirán. En segundo lugar, Dios deja crecer la cizaña en obsequio al buen fruto, a los buenos; pues, a no ser por milagro, estos se verían envueltos en el castigo general, sufriendo justos con pecadores. Además, los buenos, conviviendo con los malos, pueden y deben progresar en la virtud, con el ejercicio de la paciencia, de la humildad y de la confianza en la divina Providencia. En tercer lugar, Dios muestra tanta longanimidad con los malos, a causa de sí mismo. Ni con su vida, ni con sus obras, pueden los malos hacer fracasar los planes de la divina Providencia, ni siquiera modificarlos. Hagan lo que hagan, los malos sólo pueden conseguir poner de relieve el bien con su propio contraste y servir al fin a los designios de Dios. Con esta coexistencia del bien y del mal se revelan más gloriosamente la sabiduría, la misericordia y el poder de Dios.
Esta parábola nos da la clave de todos los grandes problemas y de los escándalos que vemos en el mundo y en la Iglesia; nos da luz y consuelo en todas las calamidades públicas.
(R.P.M. Meschler, s.j., 1958).
viernes, 4 de febrero de 2011
Padres de la Iglesia (VI)
“¿Cuál es, pues, la diestra de Dios que guió a Moisés sino el Señor y Salvador nuestro? El es la diestra del Padre, por medio del cual exalta y realiza prodigios, como se dice en otro pasaje de Dios: “Les procuró salvación su diestra y su santo brazo” (Sal 97 /98/, 1). Y también: “La diestra del Señor ha hecho prodigios, la diestra del Señor me ha exaltado: no moriré, viviré y narraré las obras del Señor (Sal 117 /118/, 16-17). Y ciertamente con el mismo pasaje se confirma con claridad que estas palabras son pronunciadas por la persona de Cristo-hombre, que el Unigénito Hijo de Dios se dignó asumir de la Virgen. En efecto, él es la diestra de Dios, como está escrito en los Hechos de los Apóstoles, porque ha nacido de la estirpe de David, según la carne, engendrado de la Virgen, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella y el poder del Altísimo la cubrió con su sombra.
Acerca de él profetizó David, inspirado por el Espíritu, que después de resucitar de entre los muertos sería elevado al cielo y ensalzado a la diestra de Dios. Así está escrito en aquel texto: el mismo David, “previendo esto, habló de la resurrección de Cristo, diciendo que no fue abandonado en los infiernos ni su carne vio la corrupción. A este Jesús lo resucitó Dios y de esto somos testigos todos nosotros. Elevado a la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo que había prometido, ha derramado este (don sobre nosotros) como veis y oís. En efecto, David no subió al cielo” (Hch 2, 31-34). Nadie duda de que el que ha sido exaltado a la diestra de Dios, resucitado de los infiernos, es el Señor Jesús, como él mismo ha confirmado con las palabras de la Escritura. De hecho, el mismo que ha resucitado de entre los muertos dice: “Me he acostado y dormido; me he despertado, porque el Señor me ha resucitado” (Sal 3, 6).
Por tanto, la palabra de Dios declara explícitamente que el mismo que ha sido elevado al cielo ha sido ensalzado a la diestra de Dios, de la que hemos hablado anteriormente, ha recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo y la ha derramado sobre los creyentes para que proclamasen en las lenguas de todos los pueblos las grandes obras de Dios. En efecto, el Cristo-hombre recibió la comunicación del Espíritu Santo, como está escrito en los Evangelios: “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán” (Lc 4, 1) y en otro pasaje: “Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu Santo” (Lc 4, 14)”.
jueves, 3 de febrero de 2011
Padres de la Iglesia (V).
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miércoles, 2 de febrero de 2011
Purificación de la Santísima Vírgen y Candelaria.
Este misterio, en su relación con el Salvador, es una revelación altamente importante y esplendorosa; podría llamarse una revelación oficial, porque fue presagiada por los profetas. Fue además una consecuencia del cumplimiento de las leyes, de la obediencia y humildad del Salvador. Este entró en el Templo para honrar al Padre Celestial y ofrecérsele, y, en cambio, fue allí mismo donde El encontró su propio honor y glorificación. Es también este misterio el primer encuentro público y solemne del Cristo con Israel, todo el cual estaba representado en las personas que intervinieron en la presentación. En aquel encuentro, el pueblo de Israel estaba representado en Simeón y Ana. Ellos, tan justos como Zacarías e Isabel eran la personificación de la verdadera santidad del Antiguo Testamento, por su oración, penitencia y anhelos por el Mesías. Ellos esperaban ante todo a un Redentor de los pecados, y por lo tanto a un Salvador por el sufrimiento y por la muerte, a un signo de contradicción aun para su mismo pueblo. Saludan al Salvador con fe y santo regocijo, y con su profecía acerca de la caída de muchos en Israel, se distinguen de ellos, y con la profecía de la espada de dolor adquieren un puesto bajo la Cruz junto a la Madre de los dolores.
Una participación mucho más íntima en el misterio correspondió a María, quien no sólo estuvo presente, sino que llevaba en sus brazos al Divino Niño. Para la presentación y rescate del primogénito no era preciso que asistiese la madre, pero existía para ella la ley de la purificación, según la cual, para liberarse de la impureza legal, después de cuarenta días –o más, pero nunca menos- debía trasladarse al Templo y presentar dos ofrendas. Estas ofrendas también las trajo María, sin que estuviese al igual que el Redentor, obligada a tal prescripción legal; pero no dejó de presentarlas para honrar y dar gracias a Dios y para no dar escándalo; y además, porque así sacrificaba la apariencia y la gloria de su virginidad, y al mismo tiempo sacrificaba a su Hijo, cuya muerte, según las palabras de Simeón, no quedaba evitada sino tan sólo diferida. Finalmente, hizo María sus ofrendas con una devoción relativamente igual a la de su Hijo, porque no hay duda que una centella del amor divino que ardía en el corazón del Salvador se comunicó al corazón de su Madre, en el momento en que el sacerdote lo recibía y lo elevaba, uniéndose ella al acto de ofrecer tan preciosa ofrenda.
Por esta participación en el sacrificio de su Hijo fue también recompensada con una especial participación en la gloria de la revelación del Salvador. Este es el signo de la contradicción en el cual encuentra todo el mundo o la salvación o la ruina, pero no lo es solamente El, también María lo es.
Nuestra Buena Madre, en la fiesta de hoy, nos alienta a purificar nuestro corazón para que la ofrenda de todo nuestro ser sea agradable a Dios y sepamos descubrir a Cristo nuestra Luz. Virgo María, Mater admirábilis, ora pro nobis.