“San Pío X amó y sirvió con suma fidelidad a la Iglesia. Desde el comienzo de su Pontificado acometió una serie de profundas reformas. De modo particular dedicó una especial atención a los sacerdotes, de quienes lo esperaba todo. De su santidad, dijo muchas veces y de modos distintos, dependía en gran medida la santidad del pueblo cristiano. En el cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal dedicó a los sacerdotes una exhortación que tenía como motivo: Sobre cómo deben ser los sacerdotes que la Iglesia necesita. Pedía, ante todo, sacerdotes santos, entregados por entero a su labor de almas.
“Muchos de los problemas, necesidades y circunstancias de aquellos once años de Pontificado de San Pío X, siguen siendo actuales. Por eso, hoy puede ser una buena ocasión para que examinemos cómo es nuestro amor con obras a la Iglesia; si, en medio de los quehaceres temporales, cada uno de nosotros tiene “una viva conciencia de ser un miembro de la Iglesia, a quien se la ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos”: dar buena doctrina, aprovechando toda ocasión oportuna, o creándola; ayudar a otros a que encuentren el camino de su reconciliación con Dios, mediante la Confesión sacramental; pedir cada día y ofrecer horas de trabajo bien acabado por la santidad de los sacerdotes; ayudar, con generosidad, al sostenimiento de la Iglesia y de obras buenas; contribuir a la difusión del Magisterio del Papa y de los Obispos, principalmente en asuntos que se refieren a la justicia social, a la moralidad pública, a la enseñanza, a la familia… “¡Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia santa!”. Un amor que se traduce cada día en obras concretas.
“Examinemos también cómo es nuestro amor filial al Papa, que para todos los cristianos ha de ser “una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo”. Meditemos junto al Señor si pedimos todos los días por la persona del Romano Pontífice, para que el Señor lo custodie y lo vivifique y le haga dichoso en la tierra…, si estamos unidos a sus intenciones, si rezamos por ellas.
“Muchos de los problemas, necesidades y circunstancias de aquellos once años de Pontificado de San Pío X, siguen siendo actuales. Por eso, hoy puede ser una buena ocasión para que examinemos cómo es nuestro amor con obras a la Iglesia; si, en medio de los quehaceres temporales, cada uno de nosotros tiene “una viva conciencia de ser un miembro de la Iglesia, a quien se la ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos”: dar buena doctrina, aprovechando toda ocasión oportuna, o creándola; ayudar a otros a que encuentren el camino de su reconciliación con Dios, mediante la Confesión sacramental; pedir cada día y ofrecer horas de trabajo bien acabado por la santidad de los sacerdotes; ayudar, con generosidad, al sostenimiento de la Iglesia y de obras buenas; contribuir a la difusión del Magisterio del Papa y de los Obispos, principalmente en asuntos que se refieren a la justicia social, a la moralidad pública, a la enseñanza, a la familia… “¡Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia santa!”. Un amor que se traduce cada día en obras concretas.
“Examinemos también cómo es nuestro amor filial al Papa, que para todos los cristianos ha de ser “una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo”. Meditemos junto al Señor si pedimos todos los días por la persona del Romano Pontífice, para que el Señor lo custodie y lo vivifique y le haga dichoso en la tierra…, si estamos unidos a sus intenciones, si rezamos por ellas.
*
Dios todopoderoso y eterno, que para
Dios todopoderoso y eterno, que para
defender la fe católica e instaurar
todas las cosas en Cristo, colmaste
al Papa San Pío X de sabiduría
divina y de fortaleza apostólica; concédenos
que, dóciles a sus instrucciones y ejemplos,
consigamos la recompensa eterna. Amén.
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De: Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, tomo VII, Madrid, Ediciones Palabra, 1987.
De: Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, tomo VII, Madrid, Ediciones Palabra, 1987.
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