En la Passio Polychronii ( los Hechos del martirio de San Lorenzo) se lee que el mártir, antes de ser colocado en la parrilla para ser quemado, quiso rezar por Roma. La ciudad, en señal de agradecimiento, le ha dedicado 34 iglesias, la primera de las cuales fue erigida, según la costumbre, en el lugar del martirio, “in agro Verano”, el actual cementerio romano. Tanto honor no han tenido ni siquiera los mismos patronos principales de Roma, San Pedro y San Pablo. ¿Cómo explicar, pues, la innegable popularidad de este mártir (en Roma hasta el siglo antepasado su fiesta era de precepto) sin dar crédito a las noticias que nos presenta la Passio y los escritores del siglo IV, que recurren abundantemente a estas narraciones?
Su imagen, rodeada de leyenda inclusive en los escritores muy cercanos a su época (como Prudencio), nos es familiar en el gesto de distribuir a los pobres las colectas de los cristianos de Roma. Así lo representa el B. Angélico en los frescos de la capilla vaticana del Papa Nicoló V. Esta, en efecto, era una de las funciones de los diáconos, y Lorenzo, creado archidiácono por el Papa Sixto II, había sido propuesto a la comunidad de los diáconos de Roma. Es, pues, comprensible que cuando comenzó la persecución de Valeriano, el mismo Papa, al ser arrestado y llevado al martirio, haya encargado a su diácono que distribuyera a los pobres cuanto él tenía. Cuando el emperador –se lee en la Passio- impuso a Lorenzo que le entregara los tesoros de los que había oído hablar, este reunió ante Valeriano un grupo de indigentes y exclamó: “¡He aquí nuestros tesoros, que nunca disminuyen, y que siempre producen y los puedes encontrar en todas partes!”.
A esta ingeniosa y sabia respuesta hacen eco las últimas palabras del mártir, que colocado sobre la parrilla ardiente y ya rojo como un tizón, tuvo la fuerza de bromear: “Miren, por esta parte ya estoy cocinado. Pueden voltearme”. El Papa San Dámaso recuerda el heroico testimonio de fe que dio el mártir: “Verbera, carnefices,flammas, tormenta, catenas…”: los látigos, los verdugos, las llamas, las cadenas nada pudieron contra la fe de Lorenzo. El Papa, que “admiraba las virtudes del glorioso mártir”, le erigió la segunda iglesia, sobre las ruinas del teatro de Pompeyo, haciendo para él la primera excepción: ningún mártir había tenido, antes de él, una iglesia en un lugar distinto a su martirio. Según la Depositio martyrum, el diácono Lorenzo sufrió el martirio el 10 de agosto del 258. (Fuente: Un santo para cada día de Mario Sgarbossa et al. 1991).
Oratio: Da nobis, quaesemus, omnípotens Deus: vitiórum nostrórum flammas exstínguere; qui beáto Lauréntio tribuísti tormentórum suórum incéndia superáre. Per Dóminum. (Oh Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas se apaguen las llamas de nuestros vicios, ya que diste a S. Lorenzo superar el fuego que le atormentó. Por Nuestro Señor Jesucristo).
B. Lauréntio, ora pro nobis!
Su imagen, rodeada de leyenda inclusive en los escritores muy cercanos a su época (como Prudencio), nos es familiar en el gesto de distribuir a los pobres las colectas de los cristianos de Roma. Así lo representa el B. Angélico en los frescos de la capilla vaticana del Papa Nicoló V. Esta, en efecto, era una de las funciones de los diáconos, y Lorenzo, creado archidiácono por el Papa Sixto II, había sido propuesto a la comunidad de los diáconos de Roma. Es, pues, comprensible que cuando comenzó la persecución de Valeriano, el mismo Papa, al ser arrestado y llevado al martirio, haya encargado a su diácono que distribuyera a los pobres cuanto él tenía. Cuando el emperador –se lee en la Passio- impuso a Lorenzo que le entregara los tesoros de los que había oído hablar, este reunió ante Valeriano un grupo de indigentes y exclamó: “¡He aquí nuestros tesoros, que nunca disminuyen, y que siempre producen y los puedes encontrar en todas partes!”.
A esta ingeniosa y sabia respuesta hacen eco las últimas palabras del mártir, que colocado sobre la parrilla ardiente y ya rojo como un tizón, tuvo la fuerza de bromear: “Miren, por esta parte ya estoy cocinado. Pueden voltearme”. El Papa San Dámaso recuerda el heroico testimonio de fe que dio el mártir: “Verbera, carnefices,flammas, tormenta, catenas…”: los látigos, los verdugos, las llamas, las cadenas nada pudieron contra la fe de Lorenzo. El Papa, que “admiraba las virtudes del glorioso mártir”, le erigió la segunda iglesia, sobre las ruinas del teatro de Pompeyo, haciendo para él la primera excepción: ningún mártir había tenido, antes de él, una iglesia en un lugar distinto a su martirio. Según la Depositio martyrum, el diácono Lorenzo sufrió el martirio el 10 de agosto del 258. (Fuente: Un santo para cada día de Mario Sgarbossa et al. 1991).
Oratio: Da nobis, quaesemus, omnípotens Deus: vitiórum nostrórum flammas exstínguere; qui beáto Lauréntio tribuísti tormentórum suórum incéndia superáre. Per Dóminum. (Oh Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas se apaguen las llamas de nuestros vicios, ya que diste a S. Lorenzo superar el fuego que le atormentó. Por Nuestro Señor Jesucristo).
B. Lauréntio, ora pro nobis!
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