(I clase, blanco) Gloria, Credo y prefacio de la Virgen “Et in Assumptione”. Vísperas de la Asunción, conmemoración del Domingo.
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María, alzada al cielo, recibe en el seno de la Trinidad la corona real por manos de su Hijo, en medio de las aclamaciones de la corte de los ángeles.
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María, alzada al cielo, recibe en el seno de la Trinidad la corona real por manos de su Hijo, en medio de las aclamaciones de la corte de los ángeles.
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El 1º de noviembre de 1950 definía Pío XII el dogma de la Asunción. Proclamaba así solemnemente que la creencia según la cual la Santísima Virgen María, al final de su vida terrestre, fue elevada, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo, forma parte realmente del depósito de la fe recibido de los apóstoles. La Virgen Inmaculada, "bendita entre todas las mujeres", por razón de su divina maternidad, y que había recibido desde su concepción el privilegio de ser inmune al pecado original, tampoco debía conocer la corrupción del sepulcro. Para evitar todo dato incierto, el papa se ha abstenido de precisar la manera y las circunstancias de tiempo y lugar en que debió realizarse la Asunción. Unicamente el hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria del cielo es el objeto de la definición.
La nueva misa de la fiesta pone de relieve la Asunción misma y las conveniencias teológicas de la misma. Ve a María glorificada en la mujer descrita en el Apocalipsis (introito), en la hija del rey vestida con manto de oro, del salmo 44 (gradual), y en la mujer que, con su hijo, será enemiga victoriosa del demonio (ofertorio). Le aplica también las alabanzas tributadas a la victoriosa Judit (epístola), y ve, sobre todo, en la Asunción el coronamiento de todas las glorias que dimanan de la divina maternidad y que María misma ha cantado en el Magníficat (evangelio). Las oraciones nos hacen pedir a Dios la gracia de estar siempre atentos, como María, a las cosas de arriba, de esperar la resurrección gloriosa y de participar de su triunfo en el cielo.
En la liturgia se encuentra el culto de la Asunción desde el siglo VI, en Oriente, y desde el VII, en Roma. En Jerusalén, en Constantinopla y en Roma se organizaban también una procesión en honor de la Santísima Virgen.
La nueva misa de la fiesta pone de relieve la Asunción misma y las conveniencias teológicas de la misma. Ve a María glorificada en la mujer descrita en el Apocalipsis (introito), en la hija del rey vestida con manto de oro, del salmo 44 (gradual), y en la mujer que, con su hijo, será enemiga victoriosa del demonio (ofertorio). Le aplica también las alabanzas tributadas a la victoriosa Judit (epístola), y ve, sobre todo, en la Asunción el coronamiento de todas las glorias que dimanan de la divina maternidad y que María misma ha cantado en el Magníficat (evangelio). Las oraciones nos hacen pedir a Dios la gracia de estar siempre atentos, como María, a las cosas de arriba, de esperar la resurrección gloriosa y de participar de su triunfo en el cielo.
En la liturgia se encuentra el culto de la Asunción desde el siglo VI, en Oriente, y desde el VII, en Roma. En Jerusalén, en Constantinopla y en Roma se organizaban también una procesión en honor de la Santísima Virgen.
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INTROITUS
Ap. 12, 1. Ps. 97, 1
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Signum magnum appáruit in
caelo: múlier amícta sole,
et luna sub pédibus ejus, et in
cápite ejus coróna stellárum duódecim.
Ps. Cantáte Dómino cánticum novum:
quia mirabília fecit. V/. Glória Patri.
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INTROITUS
Ap. 12, 1. Ps. 97, 1
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Signum magnum appáruit in
caelo: múlier amícta sole,
et luna sub pédibus ejus, et in
cápite ejus coróna stellárum duódecim.
Ps. Cantáte Dómino cánticum novum:
quia mirabília fecit. V/. Glória Patri.
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