sábado, 14 de agosto de 2010

Confianza ilimitada.

Es preciso que el recuerdo de nuestros pecados nos lleve a la humildad, pero no al abatimiento, que sería una forma disfrazada del orgullo. Jesucristo es el gran perdonador, que acogió con infinita ternura a todos los pecadores que se le acercaban en demanda de perdón. No ha cambiado de condición: es el mismo del Evangelio. Acerquémonos, pues, a El con humildad y reverencia, pero también con inmensa confianza en su bondad y misericordia. Es el Padre, el Pastor, el Médico, el Amigo divino, que quiere estrecharnos contra su Corazón palpitante de amor. La confianza le rinde y le vence; no puede resistir a ella, como El mismo manifestó a Santa Catalina de Siena y a otros grandes amigos suyos.
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Hambre y sed de comulgar.
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Es esta la disposición que más directamente afecta a la eficacia santificadora de la sagrada comunión. Esta hambre y sed de recibir a Jesús sacramentado, que procede del amor y casi se identifica con él, ensancha la capacidad del alma y la dispone a recibir la gracia sacramental en proporciones grandísimas. La cantidad de agua que se coge de una fuente depende en cada caso del tamaño del vaso que se lleva. Si nos preocupáramos de pedirle ardientemente al Señor esta hambre y sed de la Eucaristía y procuráramos fomentarla con todos los medios a nuestro alcance, muy pronto seríamos verdaderamente santos.
Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Santa Micaela del Santísimo Sacramento y otras muchas almas santas tenían un hambre y sed de comulgar tan devoradores, que se hubieran expuesto a los mayores sufrimientos y peligros a cambio de no perder un solo día el divino manjar que las alimentaba y sostenía. Hemos de ver precisamente en estas disposiciones no solamente un efecto, sino también una de las más eficaces causas de su excelsa santidad. La Eucaristía recibida con tan ardientes deseos aumentaba la gracia a sus almas en grado incalculable, haciéndolas avanzar a grandes pasos por los caminos de la santidad.
En realidad, cada una de nuestras comuniones debería ser más fervorosa que la anterior, aumentando nuestra hambre y sed de la Eucaristía. Porque cada nueva comunión aumenta el caudal de nuestra gracia santificante y nos dispone, en consecuencia, a recibir al Señor al día siguiente con un amor no sólo igual, sino mayor que el de la víspera. Se aumentó nuestro capital; luego ha de rendir mayores intereses. Aquí, como todo el proceso de vida espiritual, el alma debe avanzar con movimiento uniformemente acelerado; algo así como una piedra, que cae con mayor rapidez a medida que se acerca más al suelo.
Estas son las disposiciones más importantes para recibir la Eucaristía con el máximo aprovechamiento espiritual. Vamos a decir ahora unas palabras sobre la acción de gracias después de recibirla. (Fuente: Somos hijos de Dios de Royo Marín).

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