domingo, 3 de enero de 2010

Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús.

En el nombre de Jesús, nombre de poderío y salud, Pedro, en compañía de Juan, obra su primer milagro y cura al enfermo.
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Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús (II clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio de Navidad.
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In nómine Jesu omne genu flectátur, caeléstium, terréstrium, et infernórum: et omnis lingua confiteátur, quia Dóminus Jesu Christus in glória est Dei Patris.- Ps. 8, 2. Dómine, Dóminus noster: quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra! Glória. (Al oír el Nombre de Jesús doblen la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno; y toda lengua confiese que nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.- Salmo. Oh Señor y Dios nuestro: ¡Cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! Gloria al Padre).
Es, Jesús, el nombre personal y completo del Hombre-Dios. La gloria del Nombre de Jesús consiste en sus efectos y bendiciones relativamente a nosotros y relativamente al Salvador mismo. Con respecto a nosotros es un verdadero sacramental. Todo lo que el Salvador ha sido para nosotros, lo es también su Nombre, prenda de nuestra salvación y de la eficacia de nuestras súplicas y oraciones (Joan., XVI, 23), prenda de consuelo y de toda clase de bendiciones en las tentaciones, en la vida y en la muerte (Act., IV, 12). Por lo que toca al Salvador mismo, ese Nombre es el instrumento de su gloria, porque por su medio se le tributa toda clase de honores: invocación, confianza, respeto, adoración, amor, y la gloria de los milagros, que en virtud de este Nombre se ha realizado y se realizarán. Este nombre es además la gloriosa recompensa de la penosísima obra de la Redención, de manera que, aún hoy, a este Nombre se doblan todas las rodillas en el cielo, en la tierra y en los infiernos (Phil., II, 10). Es un nombre inmenso, gloriosísimo. El Hombre-Dios tenía muchos nombres (Is., VII, 14; IX, 6; Zach., VI, 12; Dan., VII, 13), pero ninguno le fue tan querido y apreciado como este, porque él le traía el recuerdo de nosotros. Por esto resuena aún por todas partes; fue pronunciado sobre su cuna y está inscrito en su Cruz.
Debemos honrar el nombre de Jesús, invocarlo y glorificarlo. Podemos honrarle pronunciándolo devotamente, con respeto y con entrañable amor, así como lo hizo el Ángel al pronunciarlo por primera vez; como María y José, que tantas veces embalsamaban con él sus labios; como todos los cristianos y fieles discípulos de Jesús; como todos los apóstoles y mártires que lo confesaron y dieron su vida por él. Podemos invocarlo en todas nuestras obras, en todas nuestras acciones, en todos los peligros y en todas las tentaciones (Cant., VIII, 6). Finalmente, lo glorificamos, cuando nos honramos en llamarnos cristianos, cuando procuramos, en la medida de nuestras fuerzas, extender su conocimiento y amor, y no perdonamos esfuerzo ni fatiga para hacerlo reinar. Cada una de estas maneras de usarlo y honrarlo, rodea el nombre de Jesús de un nuevo nimbo de gloria en el cielo.

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