Al haberse descontinuado durante mucho tiempo la celebración de la Santa Misa según el rito romano clásico en la mayoría de iglesias y santuarios católicos, los fieles olvidaron cómo se ha de asistir exteriormente a ella: las posturas y gestos correctos se han convertido para ellos en algo difícil de dilucidar y cada quien sigue su real saber y entender, a veces con acierto y otras con fallos que la buena voluntad excusa. Es por ello por lo que hemos querido en estas líneas ofrecer unas indicaciones útiles para que la asistencia al santo sacrificio sea decorosa, devota, participativa (según el espíritu de la encíclica Mediator Dei de Pío XII, el auténtico ideal del Concilio Vaticano II al hablar de “actuosa participatio”) y, sobre todo, litúrgica.
Comenzaremos diciendo que no se está de igual manera e indistintamente en todas las misas. Hay que atender a la clase de celebración de la que se trate, por lo que vale la pena recordar los diferentes tipos de misa según su solemnidad externa (refiriéndonos sólo a la oficiada por un simple sacerdote, no a las pontificales):
a) Misa solemne (missa solemnis): la que se celebra con ministros (diácono y subdiácono), canto e incienso.
b) Misa cantada (missa cantata) o solemnizada: la que se celebra con canto, pero sin ministros ni incienso (en España, sin embargo, hay privilegio para el uso del incienso).
c) Misa rezada (missa lecta) o privada: la que se celebra con sólo uno o dos ayudantes o monaguillos.
La solemne es la forma de celebración natural e ideal de la misa y sus ceremonias traen su origen de la antigua misa estacional papal. De hecho, el rito básico usado para la reforma tridentina del Misal Romano estaba contenido en el Ordo Missae de Burcardo (1502), maestro de ceremonias de cinco papas entre finales del siglo XV y principios del XVI, y las notas de Paris de Grassis, su sucesor en 1506. Estos dos prelados recogieron las tradiciones de la capilla papal y de la Curia Romana, que provenían de muy antiguo, remontándose hasta época patrística. La misa rezada es, en realidad, la forma simplificada de la misa solemne, que se fue introduciendo al difundirse la vida monástica y para satisfacer la devoción de los sacerdotes, que comenzaron a celebrar el santo sacrificio diariamente.
Una aclaración que debe hacerse respecto de la misa rezada: cuando se la llama también “privada” sólo es por razón de la solemnidad (ya que, al ser celebrada por un solo sacerdote, éste recita en voz baja las oraciones, siendo respondido normalmente sólo por el sirviente). De ninguna manera se habla de “misa privada” como si se tratase de un acto particular, ya que la liturgia es siempre el culto público que la Iglesia rinde a Dios por medio de Jesucristo. La misa rezada o privada se equipara hoy a la missa sine populo (terminología usada para el rito romano moderno), pero sea como sea nunca significa que la misa se ha de celebrar a puertas cerradas o de modo catacumbal. Los fieles tienen derecho a asistir a misa sea cual sea la solemnidad con la que se oficia. Por eso (y dicho sea de paso), quienes pretenden impedir que éstos concurran a una “misa privada” o “sine populo” celebrada según el Misal Romano de 1962, van en contra del espíritu y la letra del motu proprio Summorum Pontificum.
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Próximo capítulo: Misa solemne.
Tomado de Roma Aeterna.
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