miércoles, 6 de enero de 2010

Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo.

Siguiendo el rastro luminoso de la estrella, reyes de remotas naciones acuden hacia el Niño-Dios que se muestra al mundo: ríndenle homenaje con el símbolo de sus regalos y entran con ello en la Iglesia, de la que es figura María.
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(I clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio y Comunicantes de Epifanía.
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“Magi vidéntes stellam, dixérunt ad ínvicem: Hoc signum magni Regis est: eámuset inquirámus eum, et offéramus ei múnera, aurum,thus et myrrham, allelúiam” (Los Magos, al ver la estrella, dijeron entre sí: Éste es el signo del gran Rey; vayamos, busquémosle, y ofrezcámosle en presente, oro, incienso y mirra, aleluya)”.
Hoy la Iglesia celebra la Epifanía del Señor, esto es, la manifestación del Divino Redentor no sólo al pueblo de Israel, sino que “en este día Dios revela su Hijo a los Gentiles”, es decir, a todas las naciones, pueblos y razas, representadas en los Reyes de Oriente a que hace alusión la antífona con que abrimos esta reflexión. El misterio de la Epifanía, en su desarrollo externo, consiste en la manera cómo los Reyes fueron llamados, cómo siguieron este llamamiento y cómo fueron recompensados. Esos Reyes, llamados Sabios, Magos, eran probablemente vástagos de la casta sacerdotal, quienes, en Media y Persia, ejercían una gran influencia sobre el pueblo y los príncipes, ya como sacerdotes, funcionarios de la corona y educadores de los reyes y de los príncipes de la casa real, ya por su saber religioso y filosófico y su ciencia de la naturaleza y de las estrellas. Ellos eran, además, los custodios de la revelación primitiva. No se sabe si venían de Persia, Caldea o Arabia; lo único que consta es que procedían de un país, situado en el oriente de Palestina, “del Oriente” (Math., II, 1). Por las múltiples relaciones de aquellos países con el pueblo de Israel, desde los tiempos más primitivos por medio del cautiverio en Siria y Babilonia, es posible que conociesen las Sagradas Escrituras y las profecías, y por consiguiente, es probable que tuviesen noticia de la profecía de Balaam, sobre la estrella de Jacob (Num., XXIV, 17; Dan., II, 47; III, 96; VI, 25; XIV, 40). A lo anterior, pudo añadirse una revelación especial, para que se pusiesen en camino al ver aparecer una determinada estrella para prestar homenaje al Rey-Dios. Esta estrella apareció efectivamente en la época del nacimiento de Cristo, ya fuese una estrella antes existente, ya nuevamente creada, o un cometa, o una luz cualquiera de brillo extraordinario que, conforme a los designios de Dios, pudo preceder a los Reyes, desaparecer y reaparecer. Seguramente que al aparecer la estrella, ilustró Dios también el corazón de los Reyes, haciéndoles conocer que debían seguirla para ir a adorar al Rey recién nacido. Así llamó Dios a los Magos –de una manera muy adecuada a ellos, no por medio de un ángel, sino por un fenómeno de la naturaleza, en cuyo estudio y observación se ocupaban-; de un modo muy adecuado a Cristo, que es la luz del mundo; y, finalmente, de la manera más conforme al carácter de la gracia que previene, acompaña y recompensa al hombre en todo el camino de su vida; pues la maravillosa estrella, tanto por su origen, como por su poder de atracción, lo mismo por su fidelidad en dirigir a los Magos, como por el feliz éxito de su dirección, es un magnífico símbolo de la gracia. Los Reyes siguieron el llamamiento exterior e interior de la gracia de Dios, con la mayor seguridad y decisión, y con regia constancia en todas las dificultades y sacrificios.
¿Qué es lo que significa el misterio de la Epifanía del Señor? ¿Qué significa esta estrella esplendorosa, esta regia comitiva, estas barras de oro, este incienso y precisos perfumes comparados con aquella otra noche, con aquel silencio y oscuridad, y con la pobreza del nacimiento de Jesús? La pobre morada del Salvador se ha trocado en corte regia, en catedral cristiana. Tal es el significado del misterio; es la revelación de la realeza de Cristo, en general y especialmente es la revelación de los atributos de esta misma realeza. El misterio, todo entero, es una revelación y reconocimiento de la realeza de Cristo. Ya los Magos publicaban esta realeza al preguntar por el recién nacido Rey de los judíos, y lo confirmaban con su homenaje a Cristo como Mesías, y como Rey y como Dios; que no otra cosa significaban sus regalos consistentes en oro, incienso y mirra (Math., II, 2); el oro era la ofrenda la Rey; el incienso, la ofrenda a Dios; la mirra, la ofrenda al Redentor. Al adorar, pues, a Jesús, adoran en Él su realeza divina y sacerdotal.
Descríbense también gloriosamente en este misterio los atributos de la realeza del Salvador. Y, desde luego, su origen. No es una realeza adquirida por el oro, ni conquistada por la fuerza, ni transferida por la voluntad de los súbditos, sino una realeza inherente a la persona misma de Cristo, connatural a Él y personal. Cristo es Rey porque es el Hombre-Dios. También nos revela este misterio, la potencia de la realeza de Cristo, la cual se extiende a todos y a todo. Jesucristo es el dueño del mundo material, es el Señor de los hombres, sobre todo de sus enemigos que tiemblan al solo anuncio de su venida y que no consiguen más que realizar los designios del Salvador aun contra su misma voluntad. El es el Señor de sus súbditos fieles, a quienes llama donde quiere, y les da la capacidad de hacer los sacrificios inherentes a su vocación, pues El es también el Señor de la gracia. Es, finalmente, el Señor de los judíos y de los gentiles, el Señor de toda la redondez de la tierra y de todas las generaciones. Revélanse, además, los beneficios y bendiciones de esta realeza. Cristo es el Señor de todos, y por esto a todos ama y llama a todos, pastores y sabios, pobres y reyes, justos y pecadores, judíos y gentiles. Por último, se revelan los destinos de esta realeza. El misterio de la Epifanía del Señor es una imagen brillantísima que refleja las magnificencias del reino de Cristo, no sólo las presentes, sino las futuras.
Debemos, pues, ante todo regocijarnos y felicitarnos en el Salvador, para quien tanta gloria y reconocimiento redundan de todas las maravillas que acompañaron su Epifanía. En segundo lugar, rindamos acciones de gracia. Este misterio nos toca muy de cerca; en él vemos figurada nuestra propia vocación. Los Santos Reyes son los primeros llamados, las primicias, los primeros príncipes de la gentilidad en la Iglesia. Tras ellos se han emprendido todos los pueblos gentiles el camino de la cruz hacia el Cristo; y nosotros hemos sido los últimos en llegar. Estando nosotros muy lejos, nos ha llamado a la maravillosa luz de su fe y de su Iglesia. Rindámosle a nuestro Rey, nuestros humildes homenajes y sirvámosle con amor, generosidad y espíritu de sacrificio.
Pidámosle a los Santos Reyes que nos enseñen el camino que nos lleva a Cristo, y a María Santísima que nos prepare el camino que lleva al amor pleno. ¡María Stella maris, Stella orientis, ora pro nobis!

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