lunes, 25 de enero de 2010

Conversión de San Pablo, Apóstol.

Fiesta de 3ª clase, Blanco.
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"La epístola toma de los Hechos de los Apóstoles el relato de la conversión del que siempre será para la Iglesia el apóstol por excelencia, y cuya maravillosa doctrina nos recuerda sin cesar. De enemigo encarnizado de Cristo y perseguidor de los cristianos, se convierte, camino de Damasco, en el apóstol que, por amor a Cristo, se lanzará a la conquista del mundo pagano. "Todas las naciones, dice San Ambrosio, sabrían por él que Jesús es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo".
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Reflexión
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“Sé de quien me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día, en que vendrá como juez justo, el encargo que me dio”.
Pablo, gran defensor de la Ley de Moisés, consideraba a los cristianos como el mayor peligro para el judaísmo; por eso, dedicaba todas sus energías al exterminio de la naciente Iglesia. La primera vez que aparece en los Hechos de los Apóstoles, verdadera historia de la primitiva cristiandad, lo vemos presenciando el martirio de San Esteban, el protomártir cristiano. San Agustín hace notar la eficacia de la oración de Esteban sobre el joven perseguidor. Más tarde, Pablo se dirige hacia Damasco, con poderes para llevar detenidos a Jerusalén a quienes encontrara, hombres y mujeres, seguidores del Camino. El cristianismo se había extendido rápidamente, gracias a la acción fecunda del Espíritu Santo y al intenso proselitismo que ejercían los nuevos fieles, aun en las condiciones más adversas: los que se había dispersado iban de un lugar a otro anunciando la palabra del Evangelio.
Pablo iba camino de Damasco, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor; pero Dios tenía otros planes para aquel hombre de gran corazón. Y estando ya cerca de la ciudad, hacia el mediodía, de repente le envolvió de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Respondió: ¿Quién eres tú, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Y enseguida la pregunta fundamental de Saulo, que es ya fruto de su conversión, de su fe, y que marca el camino de la entrega: ¿Señor, qué quieres que haga? Pablo es ya otro hombre. En un momento lo ha visto todo claro, y la fe, la conversión, le lleva a la entrega, a la disponibilidad absoluta en las manos de Dios. ¿Qué tengo que hacer de ahora en adelante?, ¿qué es esperas de mí?
Muchas veces, quizá cuando más lejos estábamos, el Señor ha querido meterse de nuevo hondamente en nuestra vida y nos ha manifestado esos planes grandes y maravillosos que tiene sobre cada hombre, sobre cada mujer. “¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.
“Luego proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis facere?”- Señor, ¿qué quieres que haga?
“Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: “serviam”-¡te serviré sin condiciones”. También ahora se lo repetimos una vez más. ¡Tantas veces se lo hemos dicho ya, en tonos tan diversos! Serviam! Con tu ayuda, te serviré siempre, Señor.
(…)
Pablo centró su vida en el Señor. Por eso, a pesar de todo lo que padeció por Cristo, podrá decir al final de su vida, cuando se encuentra casi solo y un tanto abandonado: Abundo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones… La felicidad de Pablo, como la nuestra, no estuvo en la ausencia de dificultades sino en haber encontrado a Jesús y en haberlo servido con todo el corazón y todas las fuerzas.
De: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo 6. Madrid: Ediciones Palabra. 1992.

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